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Trump, perdido en sus laberintos

Cuanto en la escena mundial apareció Donald Trump enarbolando en su segunda legislatura la paz instantánea en Ucrania y en Oriente Próximo, la formulación de una 'riviera' turística en Gaza, la negociación salvaje de un nuevo orden económico mundial a base de aranceles y el recorte brutal en el gasto del Estado, cundió entre los analistas la teoría «del hombre loco». Se trataba de justificar sus acciones en un ardid negociador según el cual uno de los actores exhibía una fuerza brutal y la capacidad de emprender cualquier acción para alcanzar una posición de preeminencia. Todos temían a Trump porque era capaz de cualquier cosa y su histriónico ademán hallaba cobijo en que estaba construyendo una figura capaz de sacudir el tablero geopolítico, económico y doméstico con tal fuerza que todos los problemas a los que se enfrentaba el mundo se podrían solucionar. Esa era su promesa: aplicar un 'shock' que terminaría en dos días con los conflictos y los desafíos económicos de su país. Un repaso somero a los frentes en los que ha actuado y a los que prometía una resolución milagrosa arroja resultados poco esperanzadores. En Estambul deberían reunirse esta semana delegaciones de Ucrania y Rusia en una segunda negociación. Sin embargo, los ucranianos aseguran que no participarán si no tienen en su poder un memorando que los rusos, de momento, se resisten a ofrecer y reclaman que empiecen las conversaciones sin pasos previos. La conversación de Trump con Putin produjo magros frutos; al contrario, el escenario parece más enmarañado con un Trump que se echó en brazos del Kremlin, después llamó «loco» a Putin y desprotegió a Zelenski, humillado y a merced de una carnicería en el campo de batalla. En Gaza, las cosas no han avanzado mucho más. Lejos de terminar con la guerra inmediatamente como prometió poniendo sobre la mesa un excéntrico proyecto turístico para la zona, Netanyahu ha intensificado su ofensiva sobre la Franja. El horizonte de la economía mundial no parece más despejado. La imposición caprichosa y salvaje de aranceles sumió la economía del mundo en una incertidumbre global que ha afectado a su propio país y puso a EE.UU. en una posición poco ventajosa frente a su rival, China, que mejoró sus relaciones con los demás actores. Las idas y venidas entre amenazas, repliegues incomprensibles y ampliación de plazos esbozan un panorama nebuloso. En la última semana se ha producido un pulso entre tribunales en los que se prohibió la aplicación de aranceles y más tarde se suspendió la prohibición en un marasmo legal del que no se sabe cómo terminará. Por último, sus teorías sobre un plan de recortes salvaje en la economía doméstica tampoco parecen avanzar con un objetivo claro y alcanzable. Ha dejado colgando de un hilo cientos de agencias, cientos de miles de trabajadores amenazados por un proyecto descabezado tras el distanciamiento del Gobierno del cerebro de la operación, Elon Musk. El portazo que este ha dado, que se ha mostrado «decepcionado», solo añade debilidad a la posición de un Trump que por momentos parece perdido en sus propios laberintos. Su fortaleza ha ido desgastándose en la constatación de que los problemas siguen ahí y están lejos de solucionarse, si no ha conseguido empeorarlos. De la teoría «del hombre loco» de Donald Trump, en la que un hombre parecía conducirse de manera excéntrica pero que en el fondo sabía lo que hacía, se ha ido erosionando y sustituyendo por una visión del presidente republicano en la que aparece como un fanfarrón.

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