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La gente normal huye de esta política

La gente normal huye de esta política
Es un ceremonial en el que las mentiras, los inventos, las exageraciones y las deformaciones de la verdad juegan un papel determinante. Pero como sus contenidos se repiten hasta el hartazgo terminan convirtiéndose en los mensajes con los que la derecha hace política. El último es el de que el PSOE es una mafia Por mucho que el laboratorio de escándalos del PP, y sus colaboradores circunstanciales, se esfuercen en parir nuevas historias que deberían terminar hundiendo al Gobierno socialista, no está ni mucho menos claro que esa estrategia vaya a terminar funcionando. La historia reciente demuestra, y José María Aznar podría muy bien confirmarlo, que para ganar unas elecciones no basta con deteriorar al adversario, que es preciso, sobre todo, transmitir al electorado que uno puede gobernar y resolver problemas. Alberto Núñez Feijóo no lo está haciendo. Y, además, no se puede excluir, ni mucho menos, que la izquierda salga del fango. Los corifeos del PP –conductores de programas televisivos cada día más vergonzosos, tertulianos que han perdido cualquier atisbo de credibilidad incluso entre muchos votantes de derechas– intensifican su labor de descrédito del Gobierno y, particularmente de su presidente. Tras un trabajo de descalificación que dura ya muchos meses y que coincide hasta en los términos con las invectivas que lanzan los dirigentes del PP. Y, en particular, su líder, al que le han debido de decir que no ha de callar ni un día, cuando seguramente debería hacer lo contrario para construirse una imagen de solvencia. Es un ceremonial en el que las mentiras, los inventos, las exageraciones y las deformaciones de la verdad juegan un papel determinante. Pero como sus contenidos se repiten hasta el hartazgo terminan convirtiéndose en los mensajes con los que la derecha hace política. El último es el de que el PSOE es una mafia. Sin mayores justificaciones ni argumentaciones. Porque sí. Alguien les ha debido decir que es así como funcionan las cosas en las redes sociales. Inventándose algo sin necesidad de explicar por qué, bastando con que suene bien, con que tenga impacto, y luego dejándolo correr, que habrá gente que termine por creérselo. Vista la penuria de instrumentos políticos de los que adolece el PP, cabe suponer que esa práctica va a continuar, que van a seguir saliendo escándalos, que van a seguir produciéndose filtraciones comprometedoras –puede que la última, la de Leire proceda de fuentes distintas del PP, pero ha terminado por sumarse a su corriente–. Es decir, que el ambiente político va a seguir siendo insoportable. Pero no está dicho que eso vaya a cambiar la relación de fuerzas. Ni el sentido actual de los sondeos que, pese a quien pese, siguen más o menos pronosticando una repetición de los resultados de 2023. Porque, en medio del ruido atronador, siguen ocurriendo cosas en la escena política que son reales y efectivas por mucho que la escuadra mediática del PP haga todo por que la gente las ignore. En los últimos días, una tan fundamental como que el Tribunal Constitucional haya sancionado que la ley de amnistía cabe en la Constitución. Quedan aún flecos para que esa decisión llegue hasta sus últimas consecuencias, el Tribunal Supremo con el magistrado Marchena a la cabeza está dispuesto a batallar para impedirlo, pero la impresión de quienes saben de esto es que el asunto quedará cerrado dentro unos meses. Y que Puigdemont podrá volver a España. Ese resultado será sin duda un éxito del PSOE y de la izquierda y una derrota del PP y de todos los aliados que se han sumado a su causa para mantener abierto el enfrentamiento entre Cataluña y España. Entre ellos una buena parte del poder judicial, que ha condicionado su imagen futura con esa beligerancia. Pase lo que pase en las futuras elecciones generales, esa realidad figurará como uno de los grandes activos en el legado de Pedro Sánchez. El PP querrá impedir que el gobierno coseche un nuevo éxito en Cataluña, impidiendo que termine bien la conferencia de presidentes autonómicos que debería celebrarse este fin de semana en Barcelona. Es posible que lo logre, pero solo en parte. Porque la primera parte del encuentro, la más ceremonial, bajo la presidencia del Rey, debería tener lugar sin mayores contratiempos. Y eso le bastaría a Sánchez para salir muy satisfecho de la capital catalana. Porque en siete años, y partiendo de un desastre, su política de diálogo y de pacto con el independentismo catalán no sólo habría pacificado el conflicto, sino establecido también un clima de colaboración política que puede seguir funcionando en el futuro. La sentencia sobre la amnistía juega a favor de Sánchez. La buena marcha de la economía y del empleo también, a pesar de que el problema de la vivienda empañe, y mucho, la sensación de que las cosas van bastante bien para una mayoría de españoles. Frente a eso, los gritos de la derecha. Y su división interna. Cada vez más ácida, aunque todo parezca indicar que, si dan los números, no tendrán más remedio que gobernar juntos. Esa dinámica infernal no favorece la consolidación del liderazgo de Feijóo, ya deteriorado por sus limitaciones personales y por la desconfianza que genera en distintos ambientes de la dirección del partido. Esos problemas no se resuelven llamando mafiosos a los socialistas, seguramente para ser tan brutos como Vox. Y que Isabel Díaz Ayuso esté atravesando uno de sus peores momentos –por culpa del escándalo de las residencias, pero, sobre todo, por el procesamiento de su novio– sería solo un magro consuelo para Feijóo. Porque sí, se podría quitar de en medio a una rival en el liderazgo del PP, que ha sido muy poderosa en algunos momentos, pero quién sabe si a costa de un debilitamiento del voto de la derecha en Madrid.

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