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Otro día en la oficina

Otro día en la oficina
Reunirse para expresar multitudinariamente que la extrema derecha y la otra quieren gobernar y lo que tiene que hacer la izquierda es apartarse forma parte de una rutina; otro día más en la oficina. La polarización como jornada laboral. Cuando sales a manifestación por año de legislatura lo extraordinario ya se ha convertido en tradición. Reunirse en la Plaza de España para expresar multitudinariamente que la extrema derecha y la otra quieren gobernar y lo que tiene que hacer la izquierda es apartarse forma parte de una rutina; otro día más en la oficina para una oposición que no se lee lo que vota y en un sitio vota en contra de lo que ella misma propuso en otro sitio porque su coherencia se resume en votar no a todo cuanto propongan los otros. La polarización como jornada laboral. Que son muchos ya se sabía; más de once millones de votos en 2023. Lo verdaderamente extraordinario, incluso la noticia, sería que un Alberto Núñez Feijóo que cada día declara haber presenciado una cosa espantosa que no había visto jamás en su larga carrera política y avisa a diario de lo inminente del hundimiento sanchista, presentase una moción de censura para tratar de poner fin a tanta agonía. Pero no lo hace porque no le dan los números; que es tanto como reconocer que no sabe cómo armar una mayoría alternativa al gobierno de coalición. Tendría la mayoría de sobra si hubiera elecciones ya, afirma. Aunque también la iba a sumar en julio del 2023, cuando ya se nombraban ministros y presidentes de compañías públicas en los restaurantes de Madrid y al final todo fueron lágrimas de decepción. La España encabronada con la diferencia se expresa en su manifestación anual reclamando orden y unidad. Es su día, su celebración; hay que respetarla. Se dan sus besos y sus abrazos porque están de acuerdo contra algo o alguien. Tienen sus banderas y sus camisetas de esa selección que les representa porque ella sí gana, sus pancartas con pareados y las caras del felón y sus secuaces, su surtido de frutas variadas, sus txapotes, sus leires y sus cañitas. Pocas cosas tan emocionantes como escuchar a Isabel Díaz Ayuso denunciar la trama criminal montada contra su novio empresario. Es como darle like a un post que cuente toda la verdad sobre las saunas gays del suegro del traidor, el parking lleno de cadáveres en Valencia o los vuelos en falcon a República Dominicana; no mandas a nadie a la cárcel, pero liberas tensión y te cargas de endorfinas. Es su manera de exigir que las cosas vuelvan a ser como deben ser y manden los que tienen que mandar. No es el pinganillo. Es que su derecho a hablar en español prevalezca sobre tu derecho a hablar en gallego, vasco o euskera, que además es corrupción. No es que sea inconstitucional. Es que la Constitución dice lo que yo digo que dice y campana y se acabó porque todo lo demás es corrupción. No se trata de mafia o democracia. Se trata de que la verdadera democracia debe ser la de siempre, la de toda la vida, como Dios manda y como debe de ser. La urna es democracia si sale lo que tiene que salir. Si no, no. Todo cuanto se aparte del orden natural de las cosas o es inmoral, o es ilegal, o es corrupción. Ya hemos alcanzado al tercer estadio. Ya no se trata de salir a la calle en defensa de la dignidad de las víctimas, o de la unidad de España, o de la Constitución. Ahora se trata de echarlos porque estamos ante delincuentes. Todo lo que se pueda hacer ha de hacerse porque no se lucha contra un gobierno legítimo sino contra una mafia y el Palacio de la Moncloa es la mansión del capo. No es sanchismo, es crimen organizado y esto es una desokupación legítima. Así son las cosas porque así es la España real y que no se resigna porque tiene principios y no se calla; y si no lo aceptas será porque algo te habrán dado, siervo.
eldiario
hace alrededor de 5 horas
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