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La Feria del Libro

La Feria del Libro
Puedo dar un rotundo desmentido a esos titulares alarmistas que aparecen a lo largo del año y nos colocan por debajo de todos los niveles culturales del resto de Europa Acabo de volver de la Feria del Libro de Madrid como todos los años, aunque esta vez no he estado el primero, sino el segundo fin de semana para tener ocasión de presentar mi última novela que se puso a la venta hace apenas unos días y, como todos los años, he terminado agotada, pero con la maravillosa sensación de que no es verdad lo que tanto se dice en este país: que no se lee, que el número de lectores baja constantemente, que los y las jóvenes ya no se interesan por la lectura porque hay tantas otras cosas que le hacen la competencia a los libros. Puedo dar un rotundo desmentido a esos titulares alarmistas que aparecen a lo largo del año y nos colocan por debajo de todos los niveles culturales del resto de Europa. He hablado con libreras y libreros, con montones de lectoras y lectores y, naturalmente, he tenido los ojos abiertos y he visto las masas de personas de todas las edades que recorren la Feria cargados con bolsas y mochilas llenas de novedades, de clásicos, de reediciones, de libros que han comprado para las vacaciones, para regalar, para poder llevarse firmados por sus autoras y autores y que irán leyendo a lo largo del verano. Se nota un auténtico entusiasmo por la lectura, desde niños pequeños que van de la mano de sus padres a sesiones de cuentacuentos y luego se llevan a casa los maravillosos álbumes ilustrados que les abrirán el mundo de los libros hasta personas que ya disponen de más tiempo libre después de la larga etapa laboral y ahora leen muchísimo, como si quisieran compensar todas las lecturas que se perdieron cuando apenas tenían tiempo que dedicar a ello. Pasando por adolescentes que soportan colas eternas a temperaturas infernales para ver a influencers, youtubers y tiktokers y hacerse una foto con ellas, y parejas y familias que vienen desde todos los puntos de España a propósito para la Feria, para no perderse la experiencia de esos cientos de casetas llenas de posibles reencuentros y descubrimientos, esos pabellones con sus charlas y conferencias, esas maravillosas tentaciones al alcance de la mano y del bolsillo. Es muy bonito ver a lectoras y lectores que vienen buscando algo concreto –la última de este o aquel autor, la reedición de una obra que se perdieron en su día, la novela que han estado esperando hasta que ha aparecido en formato bolsillo– y de pronto se encuentran con otra o con varias que les llaman la atención, que les tientan, y les hacen dudar y plantearse si gastarse más dinero del que pensaban y llevarse aquellas maravillas, o ser austeros y esperar a comprarlas más adelante. Es también estupendo, desde el punto de vista de quien escribe, tener la ocasión de hablar con personas que han leído las novelas que tú has creado para ellas, darte cuenta de que tu trabajo tiene sentido, de que todas las horas y los días y los meses que has pasado metida en tu estudio inventando tramas y descubriendo personajes le han hecho la vida más interesante o luminosa a las lectoras y lectores que acuden a decírtelo, a llevarse la última que has escrito o que -en el colmo de las maravillas- vienen con una edición de hace décadas, a que les firmes ese libro que creías desaparecido y que ha estado viviendo todos estos años en la biblioteca de alguien que lo ha leído, amado, subrayado, y ahora te lo traen para ratificar con tu dedicatoria esa relación especial que se establece entre quien escribe y quien lee a través de una historia de ficción que, sin embargo, dice la verdad sobre la vida y es, a veces, casi más real y profunda que tu experiencia cotidiana. Que la Feria tenga lugar en el Retiro es un premio doble. Si llegas poco antes de que abran las casetas, cuando el aire aún contiene un toque de frescor, puedes pasear entre macizos de rosas, arrogantes varas de acanto cuyas hojas recuerdan a los famosos capiteles corintios, capullos de enormes y blancas magnolias que se irán abriendo a medida que suba el sol. Puedes disfrutar de las magníficas fotografías premiadas que se han colocado a lo largo del paseo y nos llevan a los mejores y más bellos momentos de la Naturaleza en nuestros Parques Nacionales. Luego, poco a poco, la temperatura aumenta, cada vez hay más gente, más ruido, más conversaciones, más familias jóvenes con sus pequeños en cochecitos, más abuelos con sus nietos -aún niños o ya adolescentes- buscando ese libro que les hace ilusión. A la derecha y a la izquierda de la calle de la Feria se ven corredores, deportistas caminando en todas direcciones, personas mayores haciendo ejercicios de movilidad en las zonas especiales para ello, niños trepando por las estructuras metálicas cuyo acceso luego se cerrará con cintas, en cuanto se declare la alerta amarilla por exceso de calor, grupos de jóvenes y familias con miembros de todas las edades extendiendo mantas sobre la hierba para empezar a sacar un picnic y disfrutar de comer en la naturaleza en plena ciudad. Como todas las Ferias que valen la pena, esta tiene un poco de parque de atracciones, de oferta variada, y terrazas donde sentarse y tomar algo, de gente que viene a mirar, a divertirse, a quedar con amigos, a disfrutar del sábado y el domingo, de la libertad del fin de semana, pero entre libros, entre lectores y escritores y editores y libreros, entre fotos y selfies y entrevistas a autores conocidos que, de pronto, ya no son solo fotos en la solapa de un libro o en una página web sino gente de carne y hueso con la que puedes reírte y con la que puedes cambiar impresiones; gente normal, tan lectora como sus lectores, que puede sugerirte un título de otro colega que le ha parecido particularmente interesante o que se apunta en su cuaderno el título que tú le sugieres. La Feria es un gran corazón que bombea tinta y palabras, una fábrica de oxígeno cultural, un refugio del trabajo cotidiano. Mientras haya ferias del libro habrá reflexión, pensamiento, análisis, crítica, libertad para expresarse, para elegir el mundo en el que queremos entrar, la mirada por la que queremos ver la realidad, tanto si se parece a la nuestra como si es su opuesta. Desde hace más de ochenta años, la Feria de Madrid abre sus cofres del tesoro frente a los lectores de todo el país; ahora, durante tres semanas, tanto días laborables como sábados y domingos. Aún hay tiempo de acercarse a descubrirla. ¡Larga vida a la Feria!
eldiario
hace alrededor de 6 horas
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