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El infierno en 'la piel de toro'

Yo, que dediqué buena parte de mi vida profesional a la coordinación del Plan INFOEX , que repoblé montes y dehesas de alcornoque y que protegí a corzos y monteses en las sierras extremeñas, no puedo permanecer callado ante el clamor que hoy sube de los pueblos abrasados. Hablamos de vidas truncadas, de hogares reducidos a cenizas, de ganaderos que ven a su rebaño convertido en humo, de agricultores que contemplan cómo la cosecha de un año entero desaparece en cuestión de horas. España arde porque, a pesar de los avances técnicos y del sacrificio heroico de los retenes forestales, brigadas helitransportadas y voluntarios, seguimos actuando como si cada incendio fuera una sorpresa, cuando en realidad es una certeza escrita en el calendario del verano. Levanto la voz. No como funcionario ya retirado o como forestal enamorado de su tierra, Extremadura, sino como ciudadano que se siente parte de un pueblo que clama auxilio. Es el deber del Jefe del Estado y del Presidente del Gobierno escuchar esa voz y responder con firmeza. España necesita, y exige, la intervención inmediata del Ejército. No como un gesto simbólico, sino como una operación nacional de protección civil: desplegar brigadas de zapadores, columnas de agua lanzadas desde helicópteros militares, unidades de logística y todo el músculo de nuestras Fuerzas Armadas en defensa de su propio pueblo. Porque si el Ejército está para defender nuestras fronteras, ¿acaso no es igual de sagrado defender los hogares, los campos y la vida de quienes los habitan? Como ingeniero forestal, sé que la solución no está solo en sofocar llamas: está en la gestión ordenada del territorio, en el cuidado de la dehesa, en el aprovechamiento sostenible del monte, en la prevención invernal y en la educación ciudadana. Pero como español, hoy exijo algo más inmediato: que los responsables últimos del Estado ordenen ya la movilización del Ejército para salvar lo que aún queda en pie. Luchar por ello es tarea de todos. Julio García Ramos . Badajoz

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