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La libertad en Venezuela y Cuba

En el verano de 2025, el destino de Venezuela y Cuba sigue siendo un tema central en la diplomacia internacional, pero la capacidad de acción de los principales actores difiere enormemente. Donald Trump se ha reposicionado como un líder decisivo en la lucha contra los regímenes autoritarios de América Latina. En cambio, Pedro Sánchez aparece debilitado por escándalos internos y ha adoptado un rol reactivo y poco efectivo, especialmente en lo que respecta a su influencia sobre la posición de la Unión Europea frente a las dictaduras de Caracas y La Habana. Trump gobierna con firmeza, legislación y presión internacional. Desde su regreso a la Casa Blanca en enero de 2025, el presidente estadounidense ha impulsado una agenda de restauración de poder y liderazgo global. El pasado 4 de julio, firmó su proyecto legislativo estrella 'The Big and Beautiful Bill' que, entre otras, cosas refuerza la presión económica y diplomática contra los regímenes de Maduro y Díaz-Canel. Esta acción legislativa representa una continuidad con su anterior mandato, reafirmando una doctrina de líneas rojas frente al autoritarismo en el hemisferio. Trump ha mantenido una postura agresiva frente a los regímenes de Venezuela y Cuba, reafirmando el apoyo a la oposición democrática liderada por María Corina Machado y promoviendo sanciones que debiliten las estructuras económicas de ambos gobiernos. La salida definitiva de Chevron de Venezuela es una señal clara de que la presión se mantendrá, aún si eso implica impactos globales en el mercado petrolero. La inflación venezolana ha vuelto a superar el 200 por ciento, lo cual refuerza la narrativa de que sin un cambio político, la recuperación económica es inviable. En contraposición, el Gobierno de Sánchez resulta en dilación, contención y escándalos. El presidente de España enfrenta una crisis de legitimidad doméstica provocada por casos de corrupción en su entorno más cercano. Estos escándalos han dañado no solo su capital político interno, sino también su credibilidad internacional. En lugar de liderar una postura firme en Europa contra Maduro y Díaz-Canel, ha optado por una línea de «diálogo» que, en la práctica, ha servido para frenar respuestas más contundentes por parte de la Unión Europea. Un factor que ha influido considerablemente en la actitud de Pedro Sánchez ha sido el rol del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien en los últimos años ha actuado como una especie de emisario oficioso de los regímenes de Venezuela y Cuba ante sectores de la Unión Europea. Su constante defensa de la «normalización» de las relaciones con Maduro y su narrativa sobre la necesidad de mantener el «diálogo constructivo» han calado profundamente en la estrategia de contención adoptada por el Gobierno español. Zapatero ha sido clave en la articulación de una línea blanda que ha servido de escudo para los intereses del chavismo en Bruselas. Su influencia personal sobre Sánchez, sumada a su acceso a foros internacionales, ha contribuido a modelar una política exterior más favorable a los regímenes autoritarios, debilitando el consenso europeo a favor de sanciones más firmes. La posición de Sánchez ha sido ampliamente criticada por su ambigüedad y su aparente voluntad de apaciguar en lugar de presionar. La Unión Europea, lejos de adoptar una postura clara, ha terminado reflejando las vacilaciones de Madrid. Tras el fraude electoral del 28 de julio de 2024 en Venezuela, España jugó un papel determinante en diluir las sanciones propuestas y bloquear una declaración más fuerte desde Bruselas. Este papel obstructivo ha sido uno de los pocos ámbitos donde Sánchez ha dejado una huella visible, aunque no necesariamente positiva. A la Unión Europea la limita el Gobierno español. La política de la Unión Europea hacia Venezuela ha sido moldeada por los intereses de España que actúa como interlocutor natural por razones históricas, culturales y lingüísticas. Sin embargo, bajo el liderazgo de Sánchez, esta influencia se ha convertido en un freno significativo a cualquier iniciativa robusta de democratización. En lugar de promover una coalición europea coherente y decidida en apoyo a las fuerzas democráticas de América Latina, el Gobierno español ha impulsado una estrategia de contención diplomática que prioriza la estabilidad aparente del 'statu quo' y evita enfrentamientos con los regímenes autoritarios. Esta postura ha servido más para diluir consensos que para forjar soluciones y ha dejado a la Unión Europea anclada en la ambigüedad. Mientras otras capitales europeas presionaban por medidas más firmes tras el fraude electoral del 28 de julio de 2024, España optó por bloquear resoluciones clave, debilitando la credibilidad del bloque y frenando su capacidad de actuar de forma decisiva frente a Caracas y La Habana. El discurso de «diálogo» promovido por Sánchez ha sido interpretado como una forma de apaciguamiento hacia los regímenes autoritarios. Esta estrategia ha generado frustración tanto en la oposición venezolana como entre diversos gobiernos europeos que buscaban una postura más firme. En lugar de construir una estrategia europea de presión diplomática y económica, España ha utilizado su posición para bloquear consensos. La comparación con la Administración Trump es inevitable. Mientras Estados Unidos actúa con una visión clara de sus intereses estratégicos y valores democráticos, España se ha enfrascado en debates internos que la alejan de cualquier protagonismo global. El peso geopolítico de Madrid es limitado, y su uso en el contexto latinoamericano ha sido, hasta ahora, ineficaz y hasta contraproducente. El futuro inmediato de Venezuela y Cuba se definirá, en gran medida, desde Estados Unidos. La firmeza de Trump y su capacidad de acción directa en la región lo convierten en el actor determinante. Mientras tanto, España continuará atrapada en sus propios escándalos y contradicciones, con una política exterior que no logra incidir ni movilizar a la Unión Europea hacia una posición coherente frente a los regímenes autoritarios. En definitiva, el contraste es claro: Trump lidera, mientras Sánchez contiene. Uno marca la agenda, el otro la obstaculiza. Y para Venezuela y Cuba, eso significa que las verdaderas palancas del cambio seguirán estando lejos de Bruselas y mucho más cerca de Washington, donde las decisiones se toman con una visión estratégica clara y sin temor a incomodar a los responsables del autoritarismo.
abc.es
hace alrededor de 8 horas
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