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España no debe ser periferia

España no debe ser periferia
El instinto periférico de España ha venido de gobiernos de todo pelaje, pero la posición actual por economía, población y peso en las instituciones del país no se corresponde ya con la imagen que tal vez sigue perdurando en casa. Las buenas palabras, aunque sean en el buen inglés del presidente del Gobierno, no bastan. Siguen faltando políticos que piensen un poco menos hacia dentroANÁLISIS - El cortejo de los europeos a Trump evita otra bronca y (por ahora) la entrega de Ucrania a Putin Unos pocos líderes europeos conversan bajo la luz cálida de una sala de aire íntimo en Washington. La foto refleja una realidad cada vez más repetida ante las crisis internacionales convertidas en una cuadratura del círculo por las circunstancias en el terreno y por la división de los países que tal vez podrían influir en medio de autócratas con demasiado poder. Pasa en Ucrania y pasa en Gaza. Los pocos avances o intentos de presión más serios vienen de alianzas europeas como la retratada en la imagen, más allá de la UE, a menudo bloqueada por la necesidad del esquivo consenso para actuar fuera de sus fronteras. La idea de la coalición de los dispuestos (a hacer algo concreto) en Ucrania, la reunión envolvente para frenar la entrega total de Trump a Putin, las sanciones a los ministros más ultra del Gobierno Netanyahu o a los colonos violentos de Cisjordania y el compromiso de reconocer Palestina de manera coordinada han salido de estos nuevos grupos. Además de la falta de acuerdo en Bruselas, esto también tiene que ver con el papel del Reino Unido, que está fuera de la UE, pero que sigue siendo clave para al menos coordinar acciones internacionales en cuanto (relativa) potencia nuclear con un prestigio intangible heredado de su lengua y su historia. Según la crisis, encontramos unos países u otros. El Gobierno británico encontró así más fácil pactar con Canadá y Noruega las sanciones a los ministros israelíes que contar con Alemania, siempre alejada de cualquier acción contra el Estado que nació de la vergüenza internacional del Holocausto. Y en los foros sobre Ucrania a nadie se le ocurre meter a Hungría o a Eslovaquia, cercanas a los deseos de Putin y con ganas de bronca. Pero lo sorprendente es que, por una cosa o por otra, España es el único país grande que se está quedando fuera del núcleo de estas acciones paralelas, en particular para intentar influir en las dos grandes crisis que centran nuestra atención. Los demás países grandes de la UE suelen estar al igual que otros más pequeños o de tamaño mediano pero con capacidad de influencia en la crisis concreta, como el caso de Finlandia o de Polonia. En el caso de la ofensiva para que Trump y Putin no excluyan a Ucrania y el resto de Europa de sus acuerdos, España no participa en el núcleo duro porque, por una parte, pese a las buenas palabras y la solidaridad política y popular, es uno de los países de la UE que menos ayuda militar y humanitaria ha dado a Ucrania. Tampoco se ha mostrado dispuesto a participar con recursos concretos de momento en la posible misión para ayudar a vigilar un posible cese de hostilidades. Además, el Gobierno de Pedro Sánchez se ha cuidado mucho de cortejar al de Trump, como han hecho otros gobiernos a veces tragándose sapos e insultos. El desplante en la OTAN para evitar un compromiso del gasto militar dentro de diez años también despertó el recelo de otros colegas europeos que sí se comprometieron en ese pacto político aunque a regañadientes y con unas cuantas trampas sobre los detalles. En el caso de Palestina, el enfrentamiento sobre todo retórico más que sustancial con el Gobierno israelí, la visita del presidente al paso de Rafah al principio de la crisis justo durante una de las primeras liberaciones de rehenes de Hamás y el reconocimiento simbólico del Estado palestino sin otros países grandes han hecho que el Gobierno no sea percibido como un posible mediador o incluso un aliado fiable para otros gobiernos europeos que, por ejemplo, ahora están utilizando el reconocimiento como una manera coordinada de presión. Sea como sea, España también suele estar fuera de las reuniones para presionar a Israel para que deje entrar ayuda humanitaria o deje salir a los más enfermos. No se puede decir que nada de lo que están haciendo estos grupos de europeos y otros aliados sea un éxito diplomático más allá de unos pocos pasos para contener a ratos el desastre. Pero es lo único parecido a un intento de hacer algo desde Europa y la realidad es que España, siempre mirándose al ombligo de sus pequeñas y frustrantes batallas partidistas, está fuera. El instinto periférico de España ha venido de gobiernos de todo pelaje, pero la posición actual por economía, población y peso en las instituciones del país no se corresponde ya con la imagen que tal vez sigue perdurando en casa. Las buenas palabras, aunque sean en el buen inglés del presidente del Gobierno, no bastan. Siguen faltando políticos que piensen más hacia afuera y un poco menos hacia dentro.

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