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Los retos de León XIV

La existencia de múltiples conflictos que la comunidad internacional no ha logrado frenar y afectan, negativamente, a pueblos cuyo destino común debiera ser coexistir en paz, le otorgó una atención adicional a la elección del nuevo Pontífice de la Iglesia católica, en tanto institución intermediaria por antonomasia, golpeada por los embates de una globalización galopante que nos desafía a todos por igual. Un interés generalizado, cargado de una curiosidad alentada por medios y redes de comunicación social, se transformó en aceptación prácticamente unánime al conocerse que las características personales del ungido León XIV –otrora cardenal Robert Francis Prevost– lo proyectaban como «el Papa de tres mundos», condición que admite varias interpretaciones, incluida una comparación con su antecesor Francisco. Quizás, la más acertada sea la que lo considera una persona que, situada en medio del espectro, promueve el diálogo, construye puentes e intermedia en consecuencia, lo que –en sentido figurado– podría significar un feliz descubrimiento, un engranaje de transición entre dos períodos distintos, o, inclusive, un punto de inflexión en la manera de enfrentar los desafíos y amenazas de un mundo polarizado, del cual la Iglesia no está al margen. La impronta personal del nuevo Pontífice combina mágicamente la modestia, serenidad y confianza, amén de otros atributos idóneos para neutralizar la sensación de incertidumbre, indefensión e inestabilidad que embarga a la sociedad en su totalidad. Esta apreciación se asienta en tres hechos importantes: haber nacido en los Estados Unidos y recibir allí su ordenación sacerdotal; haber servido como pastor y misionero durante muchos años en Iberoamérica, y contar con credenciales de buen administrador en puestos claves de la curia romana. Un patrimonio personal intangible al que se agrega un sólido acervo doctrinal y la capacidad de relacionarse con prestancia y empatía con la colegiatura de la Iglesia, líderes mundiales de variadas disciplinas y, por cierto, con el pueblo de Dios. Asumido lo anterior, el desorden institucional imperante a nivel planetario, que provoca cuadros de convulsión social, polarización política, asimetría económica y degradación moral, que también afectan a la Iglesia católica, reclama un abordaje razonado y transversal que evite colisiones entre quienes concurren al diseño del nuevo mapa geopolítico, no solo en su dimensión física, sino también espiritual. De ahí que el virtuosismo de la figura de León XIV, moldeado en torno a la sensatez, la moderación, el buen juicio, la mesura y la templanza, no debe ser analizado exclusivamente en perspectiva sociopolítica, sino en conjunto con la historia y estructura de la Iglesia, porque el mandato que él recibió del Colegio Cardenalicio, reunido en el cónclave, fue traer a esta institución paz y unidad, lo que no implica cancelar las reformas burocráticas ya iniciadas, sino más bien buscar su consolidación, aunque atenuadas –al menos en la forma– mediante la racionalidad práctica de excelencia que fluye naturalmente de la trayectoria de León XIV. Moderar los efectos telúricos que presionan los cimientos de la Iglesia y de la civilización contemporánea aparece como una prioridad compartida a todos los niveles y latitudes. «Id por todo el mundo y propagad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15) es un buen punto de partida para reflexionar respecto del cúmulo de desafíos que el Pontífice enfrenta. El nombre que eligió para ejecutar su magisterio petrino tiene mucha simbología en pos de los objetivos de evangelización, pues su predecesor León XIII dejó la vara muy alta con su encíclica 'Rerum Novarum' ('De las cosas nuevas'), que implicó un cambio relevante, toda vez que le otorgó a la Iglesia (Pontífice, sede apostólica, Estado Vaticano) una suerte de carta de ciudadanía para involucrarse en el debate sobre la cuestión social. Ciertamente, la paz continúa siendo una aspiración, aunque hoy se observe más como esperanza que realidad. Los conflictos abiertos y larvados en todos los continentes, junto con el impacto lacerante del subdesarrollo económico y la emergencia climática, seguirán concitando la preocupación del Vaticano. Su influencia apuntará –seguramente– a que el amplio respaldo social que exhibe el Papa incida en una aproximación razonada a estos retos y a los de envergadura teológica en sus variadas acepciones, especialmente la ecológica (hombre integral vs 'homo tecnologicus') y repercuta en su preocupación por las periferias físicas y existenciales, desde donde surgen complejas interrogantes acerca de los 'moral issues of the day', que lindan con la matriz doctrinaria de la Iglesia: Escrituras y Tradición. León XIV asume con una legitimidad a toda prueba en una elección que, contra todo pronóstico, fue rápida y unitaria, aunque la labor posterior sea compleja y las demandas interpelantes propias del cambio paradigmático del tercer milenio en la forma de relacionarse, que exige respuestas acordes a una nueva realidad donde la «economía de la atención» prevalece sobre la intermediación institucional y tradicional, como consecuencia de adelantos tecnológicos que enseñorean a la virtualidad como vector de comunicación habitual. El 'software' cívico requiere de urgente reinicio para que la Inteligencia Artificial (IA) no llegue a cubrir, por completo, el escenario donde interactúan los habitantes del planeta y las instituciones intermediarias mantengan su rol. La Iglesia católica, bajo la égida de León XIV, en tanto fuente inspiradora –reserva moral y «simbiosis entre la misericordia divina y la frustración humana» (Henri du Lubiac, 1896)–, además de incentivar la unidad en su sentido más noble y promocionar una paz justa, efectiva y duradera, con toda seguridad publicará esclarecedoras encíclicas sobre temas sensibles y espinudos que sobrevuelan su espacio doctrinario. Por ende, en línea con la lectura de los tiempos, no debería extrañar que León XIV convoque en su pontificado el Concilio Vaticano III.
abc.es
hace alrededor de 10 horas
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