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Mientras la cesta de la compra se encarece, quien cultiva nuestras legumbres no llega a fin de mes

Mientras la cesta de la compra se encarece, quien cultiva nuestras legumbres no llega a fin de mes
Comprar lentejas producidas en Canadá o Estados Unidos es mucho más barato que adquirir las producidas en España, a pesar del poco sentido que tiene por motivos ambientales, sociales y económicos En plena escalada del coste de la vida, llenar la cesta básica se ha convertido en una carrera de obstáculos. Aumentan los precios, pero no los sueldos. Y mientras la población ajusta sus menús, quienes producen los alimentos esenciales, como las legumbres, ven cómo sus márgenes se hunden.  ¿Cómo hemos llegado al punto en que importar lentejas desde América resulta más rentable que producirlas aquí, en la cuna de la dieta mediterránea? En un país donde el consumo de legumbres cae en picado y donde las políticas públicas parecen olvidar a los cultivos de siempre, es urgente devolver a estos alimentos el lugar que merecen: en nuestra mesa, en nuestros campos y en las estanterías de los supermercados.  Llenar una cesta de la compra básica cuesta hoy el doble que hace apenas unos años. Comprar cuatro cosas en el supermercado y salir con 30 euros menos en el bolsillo se ha convertido en rutina. Y, sin embargo, este encarecimiento no se traduce en mejores ingresos para quienes cultivan nuestros alimentos. Al contrario: mientras los precios suben para las personas consumidoras, los márgenes de ganancia bajan para pequeños productores y productoras. En medio, una cadena alimentaria desequilibrada que castiga tanto a la ciudadanía como a quienes trabajan la tierra.  Un ejemplo sangrante lo encontramos en las legumbres: comprar lentejas producidas en Canadá o Estados Unidos es mucho más barato que adquirir las producidas en España, a pesar del poco sentido que tiene por motivos ambientales, sociales y económicos. En este contexto, recuperar el valor de alimentos esenciales como las legumbres —baratas, sanas y sostenibles y parte fundamental de nuestra cultura gastronómica— no solo es una apuesta por la salud o el medio ambiente, sino también por la justicia económica.  Nadie puede negar que una parte indiscutible de nuestra identidad cultural como país es la dieta mediterránea. Una forma de alimentarnos que actualmente estamos perdiendo a pasos agigantados. No tenemos más que pasearnos por los pasillos de cualquier supermercado o consultar la carta de casi cualquier restaurante para confirmar que la dieta mediterránea es, cada vez más, una cosa del pasado. Y no es solo una impresión: los datos de consumo alimentario del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación muestran cómo la población española está reduciendo el consumo de frutas, verduras y legumbres. Además, muchas de las opciones que nos encontramos no son de temporada ni de proximidad.  En este proceso, consideramos que las legumbres son las grandes olvidadas y esto ha propiciado que desde el año 2000 su consumo haya disminuido un 20%. Las estanterías de los supermercados apenas dejan espacio a las legumbres y, cuando están presentes, encontramos que la mayoría proceden de miles de kilómetros (Canadá, EEUU, México). Las legumbres que encontramos de producción local y de calidad diferenciada, como las DOP, IGP o ecológicas encuentran enormes dificultades para competir con los bajos precios de las legumbres importadas, lo que pone en riesgo su viabilidad.  Recuperar los valores recomendables de consumo de legumbres tendría un impacto muy positivo en la salud de la población, ayudando a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes o algunos tipos de cáncer. Al mismo tiempo, repercutiría positivamente en nuestros campos. Las legumbres son cultivos resilientes que ofrecen nutrientes esenciales a los ecosistemas biológicos y fijan nitrógeno, que beneficia a la salud del suelo, reduciendo la necesidad de utilizar fertilizantes nitrogenados. Esto no solo supone un ahorro, especialmente relevante en un contexto de elevada y creciente volatilidad de precios, sino que también reduce el impacto ambiental de la producción agrícola.   Como personas consumidoras y productoras de alimentos, queremos cambiar esta realidad. Las legumbres de producción local son memoria, son cuidado y son una forma de cambio; y, como tales, debemos defenderlas. Tal y como muestra el informe “Iniciativas para fomentar las legumbres”, publicado por Mensa Cívica en colaboración con CECU, “España puede encontrar inspiración en diversos países europeos que están avanzando hacia modelos basados en productos vegetales integrados en las políticas públicas, como es el caso de Francia, Dinamarca, Alemania, Países Bajos, Bélgica y Portugal”. Por ese motivo, demandamos que industria y supermercados faciliten su acceso y que las administraciones públicas pongan todos los medios posibles para impulsar con decisión su producción y consumo.   En este sentido, desde COAG y CECU reclamamos:  Políticas públicas y presupuestos para fomentar su cultivo y que puedan comercializarse a unos precios justos.  Remuneración justa para productores y productoras de legumbres.  Promover cadenas cortas de comercialización para conectar producción y consumo de cercanía.  Apostar por variedades locales en los comedores de gestión pública como primera opción.  Aumentar la investigación sobre las variedades más recomendables en cuanto a sus rendimientos en campo, características organolépticas, adecuación al producto de destino (en seco o transformado), cualidades intrínsecas que reduzcan los efectos indeseables de su consumo.   Por otro lado, es necesario favorecer la disposición de canales de comercialización de las legumbres locales y promocionar el consumo de legumbres, como fuente de nutrientes dentro de la dieta mediterránea, especialmente aquellas vinculadas a figuras de calidad, como la DOP, IGP o las producciones ecológicas.  El etiquetado es clave para dar garantías al consumidor. La información, especialmente respecto al origen, tiene que ser clara y visible para el consumidor en cualquier formato y envase, incluido el granel. No se debe permitir que se confunda al consumidor para vender producto de fuera como si fuera de origen estatal.  En definitiva, es hora de poner en valor lo que cultivamos cerca, de proteger a quienes nos alimentan y de recuperar un alimento esencial para nuestra salud, el territorio y el futuro: las legumbres deben volver al centro de nuestra mesa. 

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