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Newman, doctor de la Iglesia

El papa León XIV , «confirmando el parecer afirmativo de la Plenaria de Cardenales y Obispos, Miembros del Dicasterio para las Causas de los Santos», conferirá al cardenal san John Henry Newman, considerado como el 'san Agustín del siglo XIX', el título de Doctor de la Iglesia Universal. La historia es testigo del devenir del hombre en su búsqueda constante de una conciencia que oscila desde un carácter autónomo hasta la comprensión de la conciencia como la voz de Dios mismo, incapaz de quedar absolutamente anihilada, ni siquiera por la pretensión de la supuesta 'muerte de Dios' para que nazca el superhombre. El testimonio de obedecer la voz de la conciencia se contempla de manera paradigmática en el anglicano converso, capaz de encarnar la fidelidad de la conciencia a la verdad, la respuesta justa a la falsa oposición entre autoridad y conciencia, la intelección de la conciencia como voz de Dios a partir de la propia experiencia humana. La conversión al catolicismo del más famoso de los anglicanos conversos fue juzgada como una traición para unos, como una catástrofe para otros: deslealtad y falta de honradez es considerada su actitud ante la Iglesia de Inglaterra. Sin embargo, por fidelidad a la verdad y a la propia conciencia, abrazó la fe católica, abandonando un puesto preeminente en Oxford y en la Comunión Anglicana, después de romper lazos familiares y sentirse ante amigos como un extraño. Son las consecuencias exigidas por toda conversión que, según el célebre predicador, debe recorrer tres fronteras: una conversión intelectual, una conversión moral y, la más difícil, una conversión afectiva. Su interés por un laicado cultivado y activo en la Iglesia le llevó a aceptar la dirección de la revista católica 'The Rambler'. Los obispos le obligaron a dimitir, y él escribe, con graves consecuencias, su famoso artículo 'Consulta a los fieles en materia doctrinal', donde se atrevió a decir que los obispos debían consultar a los fieles cuando tienen que discernir cuestiones de moral y doctrina, pues el Espíritu Santo habla en el conjunto de pastores y fieles, y no sólo por voz de los pastores. La prueba histórica más clara él la vio en la historia del arrianismo en los siglos IV–V, donde fueron clérigos, monjes y laicos los que salvaron la fe ortodoxa mientras que la mayoría de los obispos eran arrianos. Por semejante artículo fue elevada una denuncia de herejía a Roma, donde se desconfió de él, teniendo que padecer una etapa oscura al verse reducido por los católicos a la inactividad catorce años después de haberse convertido para trabajar y promover la Iglesia católica. Sin embargo, su obra 'Apología pro vita sua', contrarrestando las injustas críticas que se vertían sobre él, le haría recuperar su prestigio. Para Newman, la conciencia actualiza la verdad de Dios. Los católicos no somos esclavos, dirá el escritor y educador, ni siquiera del Papa. ¿Sería un traidor un católico inglés en caso de un dilema entre seguir al Papa o a su conciencia?, pregunta equiparando conciencia a país. Y pone el ejemplo de los diputados católicos ingleses que se conjuraron para no admitir un rey de dinastía católica de otro país, a los que el Papa les ordenó romper el juramento. Aquella confianza en la bondad de Dios le llevó a la conclusión de que el católico ha de seguir a la conciencia. Y concluye el filósofo y teólogo, tres años antes de ser nombrado cardenal por el papa León XIII: «En caso de verse obligado a hacer un brindis después de una comida –cosa muy improbable–, beberé '¡por el Papa!, con mucho gusto', pero primero '¡por la conciencia!', después '¡por el Papa!'». En el pensamiento moderno, conciencia significa que, en materia de moral y religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión; en este ámbito puede decidir solo el individuo con sus intuiciones y experiencias. Esta descripción vale también para nuestro tiempo. La conciencia se confunde con la opinión personal, el sentimiento subjetivo, el arbitrio. Para muchos ya no significa la responsabilidad de la criatura frente al Otro, sino la total independencia, la absoluta autonomía, la pura subjetividad. El santuario de la conciencia ha sido 'desacralizado'. La responsabilidad frente al Otro se ha desterrado de la conciencia. Frente a esta secularización de la conciencia, Newman defiende su significado trascendente. La conciencia es una voz divina en nosotros. Es el eco de una persona que me habla. Nadie podrá convencerme de que esta voz no proviene últimamente de alguien exterior a mí. Obedeciéndola soy feliz; si me rebelo me siento triste. Un eco supone una voz; una voz supone un ser que habla. El hombre no tiene poder sobre su conciencia. No ha creado su conciencia y tampoco puede destruirla, sino que ha sido puesta por Dios 'ab initio'. Se trata, pues, de la afirmación –a partir de la conciencia de sí mismo y del sentido moral– del Dios personal y no de una nueva ley, de manera que podemos sintetizar toda la fenomenología realista de Newman así: 'Cogito ergo sum e conscientiam habeo, ergo Deus est'. Un libro de Eric–Emmanuel Schmitt, 'Oscar y la dama de rosa', cuenta cómo un niño con cáncer, en los últimos tres días había puesto una nota sobre su mesa de noche. Había escrito: «Sólo Dios tiene el derecho de despertarme». El hombre se despierta al mundo porque ha sido capaz de hacer silencio en el afán de sus días y descubrir el suave susurro de una voz que habla en su conciencia, que lo motiva y le da fuerzas para seguir adelante, para convertirse en alguien nuevo, para ser artífice de la transformación de la realidad que lo rodea. Sólo en la medida que seamos capaces de descubrir el mundo con ojos de asombro y de novedad, podremos decir sólo Dios tiene el derecho de despertarnos, porque sólo quien es capaz de abrir su corazón al diálogo con otro Corazón, será capaz de alcanzar un conocimiento que no sólo podrá afectar la mente, sino que es capaz de transformar la vida. En la vigilia de oración previa a su Beatificación, dijo Benedicto XVI : «He aquí la primera lección que podemos aprender de su vida: en nuestros días, cuando un relativismo intelectual y moral amenaza con minar la base misma de nuestra sociedad, Newman nos recuerda que, como hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas. En una palabra, estamos destinados a conocer a Cristo, que es 'el camino, la verdad y la vida' (Jn 14, 6). La vida de Newman nos enseña también que la pasión por la verdad, la honestidad intelectual y la auténtica conversión son costosas… Por último, Newman nos enseña que, si hemos aceptado la verdad de Cristo y nos hemos comprometido con él, no puede haber separación entre lo que creemos y lo que vivimos… Newman comprendió esto y fue el gran valedor de la misión profética de los laicos cristianos». Sobre su lápida se esculpió la frase que él mismo eligió como epitafio, y que recapitulaba toda su vida apasionada por la verdad: 'Ex umbris et imaginibus in Veritatem'. «Desde las sombras y las imágenes hacia la Verdad». Según Giovanni Velocci, puede aplicársele aquello que se ha dicho de santo Tomás Moro: «Un hombre para todas las épocas».

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