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Pobres autónomos y autónomos pobres

Pobres autónomos y autónomos pobres
Hablamos mucho de burocracia, cuotas y fiscalidad, pero el problema es un sistema laboral y un modelo productivo que obligan a millones de trabajadores a hacerse autónomos a la fuerza, por presión de las empresas o por no quedarles otro remedio, y en condiciones de subsistencia, precariedad e incertidumbre Una cosa son los pobres autónomos (cuando decimos “ay, pobres autónomos…”), y otra muy distinta los autónomos pobres. A veces coinciden ambos, pero demasiado a menudo se confunden. Los pobres autónomos: aquellos que se quejan de tener que pagar la cuota todos los meses y se dicen asfixiados fiscalmente, castigados por burocracias sin fin, sometidos a inspecciones y sanciones, sospechosos siempre de fraude, sin vacaciones, sin derechos, autoexplotados, maltratados por todos los gobiernos, sometidos a mercadeo electoral, merecedores de compasión… Ay, pobres autónomos, decimos una y otra vez al oírlos. Los autónomos pobres: obligados a ser autónomos por no encontrar trabajo asalariado, sin vocación ni espíritu emprendedor, falsos autónomos, con ingresos mensuales inferiores al Salario Mínimo, ganando de media un 55% menos que los trabajadores asalariados, cotizando por la base mínima y reduciendo así sus prestaciones presentes y futuras, con mayor riesgo de pobreza y exclusión, condenados a una vejez con pensiones de miseria. Hablamos mucho de los “pobres autónomos”, tienen voz en las televisiones, escuchamos sus quejas, les damos la razón, los compadecemos, nos solidarizamos con ellos. Ay, pobres autónomos. Pero no hablamos tanto de los autónomos pobres, quienes malviven con su trabajo por cuenta propia al no quedarles otro remedio, con ingresos que apenas les permiten subsistir, empobrecidos, agobiados por un futuro de incertidumbre. Los “pobres autónomos”, el colectivo que se dice maltratado, son una generalización, un todo donde entran autónomos pobres pero también autónomos con ingresos suficientes e incluso autónomos de altos ingresos, que al final son los que suelen tomar la palabra en nombre del colectivo para quejarse de la presión fiscal, la burocracia, los controles. Son estos últimos los que más se quejan, los que más acusan al gobierno de expoliarlos, los que siempre hablan de otros países como modelo, los que antes amenazan con irse a Andorra. En cambio los “autónomos pobres” apenas se quejan, bastante tienen con seguir tirando, no suelen ir a debates televisivos ni encabezan organizaciones empresariales. No tienen nada que ver con aquella minoría de autónomos que lideran negocios prósperos, con altas facturaciones y empleados a su cargo. A todos los llamamos “trabajadores autónomos”, pero unos son más bien empresarios, mientras para otros lo sustantivo es “trabajador”, pues no se diferencian mucho del resto de la clase trabajadora: sí, en que son más pobres. Cuando el gobierno habla de subir las cuotas, oímos la voz de los pobres autónomos y apenas la de los autónomos pobres. Cuando el PP promete rebajas fiscales y menos burocracia, dirige su mensaje a los pobres autónomos, poco le importan los autónomos pobres. España tiene un problema con los autónomos, sí, pero no con los pobres autónomos sino con los autónomos pobres. Hablamos mucho de burocracia, cuotas y fiscalidad, pero el problema es un sistema laboral y un modelo productivo que obligan a millones de trabajadores a hacerse autónomos a la fuerza, por presión de las empresas o por no quedarles otro remedio, los mantienen en condiciones de subsistencia, precariedad e incertidumbre, y los abocan a un futuro de pensionistas pobres. Las cuotas son un problema para ellos, claro, pero el maltrato mayor es otro. Firmado: un trabajador autónomo.

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