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Sijena, monasterio y no conflicto

La priora Pilar Samitier fue, como buena aragonesa, una mujer luchadora y tenaz. Regía la comunidad de dueñas de Sijena cuando tuvo lugar el episodio más terrible de la historia del monasterio, su incendio en agosto de 1936. Avisadas por el alcalde y el secretario del ayuntamiento pudieron salir, vestidas de campesinas, pocos días antes; se alojaron en las casas del pueblo, Villanueva de Sijena, y algún tiempo después el comité local las dejó marchar a sus lugares de origen. Todavía humeaban los restos de aquel venerable cenobio oscense, fundado por una reina a finales del siglo XII, que atesoró obras artísticas de extraordinaria categoría, algunas de ellas sin parangón en Europa, que fue panteón real de la Corona aragonesa y primera sede de su archivo . El incendio, que debió de ser reavivado varias veces, produjo una espantosa impresión en la población de Villanueva, dependiente históricamente del cenobio; hasta hoy ha quedado grabado en la memoria colectiva como símbolo de las catástrofes de la guerra. Ahí podría haber terminado la vida en Sijena, pero Pilar Samitier no lo permitió. Tras la guerra volvió a reunir a su comunidad, consiguió que las alojaran en la ermita de Butsenit y, pasados unos años en los que instó una y otra vez al Estado, al obispo y a las personas influyentes que conocía a que restauraran «su casa», sin conseguirlo, decidió regresar al monasterio, aunque fuera para vivir entre las ruinas. Creía que alguien se compadecería de su situación. No fue así. Veinticinco años estuvieron aquellas monjas viviendo entre muros calcinados, donde solo estaban en relativo buen estado la iglesia y la hospedería, sin que las altas instancias hicieran nada. Solo llegó algún dinero, escaso, para pequeñas obras: «Con esto poco podemos hacer», decía uno de los arquitectos; «más bien se trata de dar una pequeña satisfacción a las monjitas». No hubo ninguna voluntad de restaurar aquel monumento señero del patrimonio aragonés. Pilar Samitier se había convertido en una molesta piedra en el zapato. La priora reclamó al obispo de Lérida los bienes que se habían salvado de la quema; este tardó tres años en devolverles solo una parte, alegando en falso que de lo demás no se tenía noticia. Solicitó que se hicieran obras para poder colocar en la sala capitular «las pinturas que tienen en Barcelona...». Aquellas pinturas, obra extraordinaria del románico europeo que se conservó casi perfectamente hasta el 36, habían sido arrancadas dos meses después del incendio por Josep María Gudiol, que así las salvó de su más que probable destrucción total. En 1940 fueron depositadas, a medio restaurar, en el Museo de Barcelona. Su devolución se solicitó por la Diputación de Huesca en 1939 y por otros delegados estatales en Aragón en los años 40 y 50. También sin resultado: las pinturas se quedaron en el Museo de Barcelona, con la connivencia de las autoridades franquistas, y el salvamento se convirtió en expolio. Permanecieron sin ser expuestas hasta 1961, en que fueron presentadas con ocasión de una exposición internacional de arte románico. También se presentó un conjunto de pinturas profanas arrancado de Sijena el año anterior, aunque se expusieron como procedentes de Cataluña. De algunos trozos de artesonado que se llevaron a Barcelona también en esa fecha no se ha vuelto a saber nada. Cesaron las reclamaciones. Hasta que en 1997 se tuvo noticia en Aragón de que se habían vendido a la Generalitat y al MNAC varios lotes de bienes de Sijena que ya estaban en Cataluña, pues las monjas se habían trasladado allí en 1970. Pilar Samitier había fallecido en Sijena con la tristeza de no haber logrado nada y en 1974 murió en Barcelona la última priora, Angelita Opi, con exactamente la misma frustración. Quien vendió las obras no fue una monja de Sijena, sino la priora de Valldoreix. Aragón reclamó el retracto de aquellas ventas; el Tribunal Constitucional le negó ese derecho; se acudió a la Justicia ordinaria, cuyas sucesivas instancias declararon las ventas ilegales, ordenando su regreso al monasterio. La sentencia se ejecutó en 2016 y 2017, veinte años después. Se había decidido recuperar la dignidad del monasterio: ocurrió cuando Aragón obtuvo las competencias en Patrimonio Cultural, ya a mediados de los años 80. Aquel emblema de la historia del viejo Reino y los albores de su Corona tenía que poner fin a aquella etapa de desolación. Era un símbolo de dignidad, la voluntad de revertir una agonía que debería haber avergonzado a toda España. Se iniciaron las obras de restauración, que han continuado hasta hoy; regresaron los bienes y se solicitó, de nuevo, la devolución de las pinturas, que seguían y siguen en el museo en calidad de depósito. Un depósito precario, puesto que nunca fue formalizado. Y los depósitos no prescriben: han de levantarse cuando el dueño lo dice. La única priora sanjuanista que queda en España dio poderes al Gobierno de Aragón para que actuara en su nombre, se solicitó la devolución y no hubo ni acuse de recibo. Hubo que volver a los tribunales, que en todas sus instancias, otra vez, emitieron sentencias a favor. La última, por el Supremo, a finales del pasado mayo. Las pinturas deben volver, por fin, a su lugar de origen. Ya no cabe recurso y solo ahora el MNAC ha permitido a los técnicos aragoneses analizar las pinturas, verlas de cerca y formarse su propio criterio sobre si es factible trasladarlas o no, qué hay de cierto en la contundente afirmación, hecha por distintas instancias y altavoces de la parte catalana, de que es imposible moverlas y que, por tanto, la sentencia no se puede cumplir. Dos de ellos han hablado abiertamente y no están de acuerdo con esa postura maximalista. Las pinturas son frágiles, sí, y corren riesgos, como siempre que se transportan obras de arte de envergadura; pero no hay que «volverlas a arrancar», cosa que se oye decir en la prensa a cada momento, sino desmontarlas, pues están pasadas a tela y colocadas sobre bastidores anclados a estructuras metálicas y de obra que los sujetan. Hay un protocolo de traslado elaborado por un equipo de técnicos de distintas disciplinas que contemplaron diferentes escenarios en función del estado de las pinturas. El transporte se debe realizar por empresas especializadas, en embalajes construidos 'ad hoc' y en vehículos especiales que minimizan las vibraciones. Dentro del museo, por otra parte, esas estructuras han sido trasladadas varias veces; la última en 1995, cuando terminaron las costosas obras de rehabilitación del MNAC, después de haber permanecido durante ocho años desmontadas en un área provisional de reserva. Es incomprensible que treinta años después su estado sea tan precario que no se puedan mover . En Sijena hay un espacio previsto para permitir la aclimatación de los murales antes de su montaje y revisar si es necesaria alguna intervención en la capa pictórica o en los soportes. La sala capitular está restaurada y dotada de un sofisticado sistema de climatización que garantizará su estabilidad. Las pinturas volverán a su casa. Y será el momento de acordarnos de tantas personas que, empezando por Pilar Samitier y Antelita Opi, nunca perdieron la esperanza de que el viejo monasterio real aragonés recuperara, al menos, una parte de su antiguo esplendor.
abc.es
hace alrededor de 8 horas
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