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‘Pizzagate’ ibérico

‘Pizzagate’ ibérico
La conspiración no es algo nuevo en la política española: nuestro pecado original tiene que ver con los bulos y especulaciones que lanzó la derecha ante el atentado yihadista del 11-M, pero no soloFeijóo recurre a la artillería de las cloacas policiales de Rajoy para atacar a Sánchez Cualquier parecido con la actualidad es coincidencia. Hace casi una década, cuando Trump sólo era una posibilidad y no el presidente enloquecido de los Estados Unidos, empezó a circular por las redes sociales el germen de la conspiración ultraderechista. Una cábala de prostitución de menores, regentada por las élites progres que habrían dominado el mundo durante los últimos seis mil años, más o menos, era denunciada por valerosos librepensadores: la propia Hillary Clinton, en 2016 candidata, sería partícipe de la trata y tráfico de menores regentada desde la pizzería-tapadera Comet Ping Pong. La especulación se originó en una web más o menos underground, 4chan, y luego se extendió por lugares más mainstream: se denunciaban presuntos e-mails en los que se hablaba de pizza y pasta, mensajes en clave, la pizza haciendo referencia a niñas pequeñas, la pasta siendo chicos jóvenes. Según los conspiranoicos, John Podesta, entonces responsable de la campaña de Clinton, preparaba para su candidata —y para las élites del swamp, de Washington, en general— oscurísimas veladas de prostitución infantil aderezada con rituales satánicos. Se llamó pizzagate. Suena a broma. No fue una broma. En diciembre de 2016, Edgar Maddison Welch, oriundo de Carolina del Norte, viajó hasta Washington y entró en la pizzería Comet Ping Pong con un revolver y un rifle, preparado para hacer justicia y acabar con la infamia y perversión progres. Sin QAnon y conspiración no hay trumpismo. Puede que Trump no haya acusado tan abiertamente a los Demócratas de manejar los hilos del mundo desde cenas donde el postre es una prepúber degollada, pero toda su retórica está impregnada de estas ideas. Uno de sus eslóganes estrella fue, precisamente, drenar el pantano; en principio, simplemente acabar con la corrupción y concentración de poder; para los iniciados, una referencia valiente a algo más oscuro. El otro día asistimos, en el Congreso de los Diputados, a la eclosión definitiva de un pizzagate ibérico, conversión a marchas forzadas de la derecha española en un movimiento político eminentemente conspiranoico. Lo inauguró Feijóo en uno de los intercambios más infames que nos haya dado en los últimos tiempos la política española, al decirle directamente a Sánchez: “¿De qué prostíbulos ha vivido usted, partícipe a título lucrativo del abominable negocio de la prostitución?”. La conspiración no es algo nuevo en la política española: nuestro pecado original tiene que ver con los bulos y especulaciones que lanzó la derecha ante el atentado yihadista del 11-M, pero no solo. En nuestro inconsciente colectivo flotan historias de terror y pánico sexual a raíz del crimen de Alcàsser y sus presuntas cintas snuff de pornografía —también violenta e infantil— que explicarían el asesinato e implicarían a la élite empresarial y política; todo tiene otra explicación posible, como el Bar España y sus supuestas redes de pederastia. La estructura fundamental de todas estas conspiraciones es básicamente la misma. Sin embargo, entre 1996 y 2004, entre 2004 y 2025, se han dado un par de saltos cualitativos. Quizá nada lo ejemplifique mejor que la reconversión de Iker Jiménez, presentador de Cuarto Milenio —docta casa del misterio, la parapsicología, los OVNIs, los mayas guiados por extraterrestres o las sábanas de Cristo—, en conductor todos los jueves de una mesa de análisis político y de actualidad. Promete contar la verdad; promete, de hecho, ser el único que cuenta la verdad, el que dice lo que los demás no se atreven a decir. Los periodistas que acuden a la mesa tienden a ser abrumadoramente de derechas, cuando no directamente ultras. Hay una línea de puntos que une Cuarto Milenio, el programa de lo paranormal, con Horizonte, el programa de lo parapolítico: si durante mucho tiempo los códigos televisivos de la tertulia política venían copiados de Sálvame o del fútbol, la tertulia política de 2025 encuentra su molde en la conspiración. La diferencia es que, ahora, la derecha mainstream ha comprado también esos códigos. Entra en X y será fácil pasar de la especulación sobre las saunas del suegro de Sánchez a su sospechosa cercanía al restaurante Luna Rossa, donde el presidente se comió una vez “una pizza cojonuda”: extraordinariamente sospechoso. Entra en X y algo tendrá que ver que el suegro manejara saunas gays con que a la primera dama se la llame Begoño. Entra en X y verás que esto es algo más gordo, que aquí está metido todo Dios, que la prostitución es columna central del Estado. Cierto es que la realidad da material de sobra para construir relatos conspiranoicos. Pero lo que se ha quebrado aquí, lo que contribuyen a quebrar personajes como Alvise, día tras día, con sus insinuaciones y su todo vale, es la noción de una verdad común, el sentimiento de que vivimos en un mundo compartido. Este es el camino sin retorno que ha tomado la política española: la imposibilidad de distinguir entre verdad y mentira, hechos y conspiración. Si en España existiera la venta libre de armas, quizá ya habría tenido nuestro propio Edgar Maddison Welch irrumpiendo un día cualquiera en la pizzería Luna Rossa.

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