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Culpables del fascismo

Culpables del fascismo
Es imprescindible que el Ministerio del Interior actúe contra la violencia fascista. El Reino Unido demostró que se combate con eficacia y firmeza. No se puede consentir la impunidad de la manipulación mediática. Y quien más puede hacer por sí misma es la sociedad porque hasta su inacción la convierte en colaboradora del fascismo “No tuvo Eichmann ninguna necesidad de cerrar sus oídos a la voz de su conciencia […] porque la conciencia hablaba con voz respetable, con la voz de la respetable sociedad que le rodeaba”. Hanna Arendt El violento brote racista de Torre Pacheco, de terrorismo fascista, es, exclusivamente, el intento de desestabilizar la democracia a cargo de la ultraderecha extrema. No es el primero pero éste ha conseguido una fuerte repercusión proclive a sus intereses. Ha seguido los pasos del manual. Y falta aplicar con la máxima urgencia y energía el otro manual, el que consigue cortar esta peligrosísima deriva, siquiera en cada acción de este cariz que perpetra. Porque el fascismo no solo avisa sus pasos, no solo insiste, sino que muestra los caminos para frenarlo al menos. Recordemos. 29 de julio de 2024. Southport, ciudad costera de Inglaterra. Un hombre armado con un cuchillo irrumpe en una sesión de baile para niños, asesina a tres chicas y hiere a otras 10 personas. La ultraderecha se moviliza de inmediato en las redes y asegura que el agresor es un inmigrante islámico solicitante de asilo. Se desatan entonces violentas protestas, turbas racistas atacan e incendian mezquitas, alojamientos para migrantes, saquean sus tiendas y golpean a personas de color, tarea en la que algunos británicos llevan a sus hijos para que aprendan racismo y violencia. Numerosos policías resultan heridos. Es la respuesta a la desinformación que difunden conocidos agitadores de la extrema derecha. La realidad es otra: el atacante es un joven de 17 años, británico, de padres ruandeses no musulmanes, que vive apenas a seis millas de la escuela. Los alborotadores se niegan a creerlo, orientados por sus gurús. Les alienta Nigel Farage, que ha conseguido plaza en el Parlamento Europeo. El manual. Era la primera gran explosión fascista en Europa de esta nueva era, teledirigida y con vocación de reproducirse en otros países, a través de la libertad de mentir y extorsionar con fines desestabilizadores. Los británicos antifascistas actuaron de inmediato. Miles de personas se echaron a la calle en todo el Reino Unido durante diez días consecutivos. Contra el racismo, y en apoyo de la tolerancia y la inclusión. El gobierno del entonces recién nombrado presidente laborista Keir Starmer actuó de inmediato con contundencia. Fuerte refuerzo policial y mano dura de entrada. Casi 800 personas fueron detenidas por los disturbios racistas, 349 encausadas y a los culpables se les aplicaron sentencias exprés. Y se acabó la oleada. Todavía no hace un año de estos hechos y el autor ya ha sido juzgado y condenado. Con mínima repercusión mediática aquí, por cierto, sin comparación con la que tuvieron los asesinatos, falsamente atribuidos a un emigrante, que por otro lado, no tenía por qué implicar a todos, por supuesto. Axel Rudakubana ha sido hallado culpable del asesinato de las tres niñas y condenado a una pena de 52 años de cárcel. Se ha librado de la cadena perpetua por ser menor –17 años– cuando cometió sus crímenes. El ataque racista en Torre Pacheco se produce en un momento delicado en la política española. Con un gobierno ferozmente acosado por el PP en busca del poder a toda costa, y cuando, en ese idea, Vox se destapa pidiendo la expulsión de 8 millones de migrantes y sus hijos nacidos en España. No ha sido casual en absoluto. Es una estrategia clara. Cualquier chispa bastaba para prender la mecha. Una agresión a un anciano sin siquiera conocer la autoría dispara la caza del emigrante, de todos, en una población que se nutre de ellos para el trabajo. La ofensiva se organiza en las redes y una cantidad importante de nazis y demás extremistas se lanzan armados con machetes incluso, a acudir al pueblo a “acabar con los moros”. Y hasta allá se llegan las estrellas del alboroto mediático ultra con el micrófono y la cámara cargados. El manual. Las autoridades pueden contar con un experto, Marcelino Madrigal, que se afana desde su retiro por enfermedad en encontrar todo el proceso, origen y seguimiento, de los atacantes y su modus operandi. Sin duda tienen o deberían tener en primer lugar a la policía y guardia civil en la misma tarea y todavía mayor: parando los disturbios y efectuando detenciones masivamente. Pero hasta hemos visto, grabado, el incendio provocado a un Kebab, abierto desde hace una década, con la guardia civil delante, sin intervenir. Por cierto, la ofensiva de odio de Vox y los ataques de los radicales ultras se extiende al mismo tiempo a las redes contra todo el que se mueve. Lo demuestra por ejemplo el que un tipo tan indeseable como Girauta, ahora en Vox tras pasar por tres partidos, insulte al escritor Rafael Narbona por un artículo tan brillante como suelen ser los suyos, en el que pide la ilegalización de Vox. Girauta se dedica a esto ahora, cobrando un pastón por hacerlo en los medios de la bulosfera: 7.000 euros al mes en El Debate por dos o tres columnas. 6.000 le pagaba por lo mismo ABC. Las medidas a tomar están claras. El Reino Unido lo ha demostrado, con eficacia y firmeza. Mano dura real. Pero también es cierto que la sociedad comprometida ayudó con su protesta. Ay, la sociedad. Los pobres jovencitos fascistas a los que no les sirven en el plato la “democracia” como ellos la imaginan. Los de cualquier edad que se atreven a pensar, tan estúpidamente, que la culpa de su descontento la tienen los que vienen de fuera a trabajar en lo que ellos no lo harían y no en quienes, de fuera y de dentro, les roban sin descanso con intención de ir mucho más allá. ¿No ven lo que hacen con la sanidad pública, las pensiones y hasta la educación y el criterio sus correligionarios? No, claro, es que ven las pantallas partidas de la tele atendiendo a lo que dicen en la parte derecha. O las redes y tiktoks varios que allí sí se cuenta lo que pasa, ¿verdad? Con todo rigor y honestidad, ¿no es así? Por alguna regla incomprensible hay infinidad de personas que parecen creer que cuanto desean viene del aire a traerlo a su puerta. Y que, si no sucede así, es culpa del gobierno, sobre todo si les cae mal, porque como les caiga bien ‐léase el de Ayuso– ya les puede potar encima que lo encuentran adorable. Los ciudadanos que pisan el suelo con sensatez pagan la estupidez de los primeros. Pero tratar de convencerlos para que no se arrojen al abismo es menos útil que poner los medios para que no nos arrastren. Esto va a más en todos los sentidos. Fue ya. El ascenso electoral de Vox ha sido espectacular. De sus 47.182 votos en toda España, un 0,2%, de 2016, pasó en 2019 –año de la errónea repetición electoral cometida por el PSOE para no pactar con Podemos– a más de 2.664.000 y más de 3.325.000 subiendo ya a un 10,26% y a un 15,09% los porcentajes. Hoy mantiene el voto de más de tres millones de personas que les han convertido en la tercera fuerza política del Congreso. En la guerra contra el fascismo hay que aprender que los dioses no suelen conmoverse y responder con los sacrificios humanos. Mucha historia aquella de los Felipe González presionando y notable torpeza la de no aceptar y luego dejar defenestrar a Podemos. Bien caro ha pagado Pedro Sánchez esos tropiezos, porque lo único que podía haberse hecho para contrarrestar a esa derecha eran más políticas sociales, aunque tampoco nos engañemos: no es viable gobernar con tantas presiones como han de verse obligados a soportar los partidos mínimamente progresistas. El cúmulo de zancadillas y hasta bombas de racimo que sufren dificultan en extremo su función. En el gobierno de Sánchez fue desde el primer día. El PP de Feijóo es el que ha metido a Vox en las instituciones, y encima se le ha comido el terreno. En una semana la solemne promesa de que no gobernará con ellos ha pasado a decir un “salvo en algunas cosas” y a que Tellado vea en Vox más sentido de Estado que en el PSOE y todo el bloque le que le apoya. Alucinante. ¿Orgánica? ¿Democracia orgánica? Seres tramposos donde los haya, el PP y su cabeza en la internacional ultra con la soflama golpista “el que pueda hacer que haga”; politicos cargados de culpas y corrupciones propias, de ellos parte el asalto al gobierno. Fascista porque va a la destrucción de la persona, esencia del totalitarismo. El ataque masivo a Sánchez es una evidencia. Y ni lo merece él, ni su familia, ni la sociedad española. Desechemos a los haters de cualquier signo per sé y porque nos jugamos mucho. Aún sigue el odio fascista machacando a Pablo Iglesias. Resulta llamativo que un profesor universitario de la talla del que fuera vicepresidente del Gobierno, licenciado en derecho, doctor en ciencias políticas, premio extraordinario fin de carrera en la Complutense, máster en Humanidades por la Carlos III, máster en comunicación por la Universidad de Bolonia, no obtenga la plaza en la Universidad donde ha dado clase estos años. La universidad donde se forma el criterio de las futuras generaciones ha elegido un mal camino, marcado por Ayuso, y eso que les está ahogando la financiación para ahondar en el objetivo desde universidades privadas que promociona. Existen motivos de sobra para sospechar que es un capítulo más en el intento de borrado de una persona incómoda para el poder. El clan preparó a Ayuso como pieza a colocar en la presidencia cuando estuviera todo listo. Es evidente que alguien tan tosco como Abascal no figura para la cabeza en sus previsiones. Ayuso, cultivada en las charcas de Aguirre era lo suficientemente desaprensiva y ambiciosa como para cuajar en el papel. Aún anda diciendo sus estupideces habituales como si su carga de novios y chanchullos propios no fuera con ella. La prepararon bien. La primera que se permitió llamar “hijo de puta” al presidente de su país en la tribuna de invitados del Congreso, reclama respeto por las críticas a sus despiadadas medidas, en concreto al desahucio de una víctima de violencia de género y arremete contra el delegado del Gobierno. Nuevo episodio fuera del tiesto de su guardaespaldas de facto, Miguel Ángel Rodríguez.. Y los haters ultras la adoran. No les importa cuánto les pueda quitar. Muy difícil gobernar para Sánchez atacado por múltiples flancos, hasta dentro de su partido. Cada paso es asaeteado por un cúmulo de dardos. Pero por supuesto que se puede gobernar. Es imprescindible que el Ministerio del Interior actúe contra la violencia fascista, eso ha quedado claro, imagino. ¿Qué hacemos con la justicia, esencial para las medidas que han de tomarse? Una alianza de asociaciones ultras canibaliza la acusación popular y convierte el Supremo en su juzgado de guardia, ¿cómo ha podido ocurrir y mantenerse? Fórmulas hay, seguro, al menos para limitar el desmedido poder adquirido por las asociaciones ultras. Ese campo tóxico de los medios que manipulan con un descaro impresionante, no debería poder hacerlo en total impunidad, pero quien más puede hacer por sí misma es la sociedad. Porque hasta su inacción la convierte en colaboradora y culpable del fascismo también. Hace décadas que muchos –mejor, algunos– venimos avisando, pero la mejor lección la ha aportado la experiencia de los hechos. Fue llamativo que, tras la derrota de Hitler y los fascismos, nadie parecía querer identificarse con aquello: miraban para otro lado, como si nunca hubiera ido con ellos. Las mejores preguntas y respuestas las dio la filósofa Hanna Arendt. Acuñó el término “banalidad del mal” por Adolf Eichmann, el nazi clave en el exterminio judío. Un tipo mediocre sin más, se sumó a las atrocidades que perpetraba el régimen hitleriano porque su conciencia se tranquilizó viendo la actitud de la sociedad que le rodeaba: hacían lo mismo que él, apenas de otro modo: “No tuvo Eichmann ninguna necesidad de cerrar sus oídos a la voz de su conciencia […] porque la conciencia hablaba con voz respetable, con la voz de la respetable sociedad que le rodeaba”. Esto es lo grave. Y es así hoy como ayer. Mírenselo. Todos. Los que no hacen y los que hacen en la dirección prescrita, con casi el mismo resultado.

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