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Campoamor, contra la prostitución

Clara Campoamor, partera de libertades y modelo de decencia para estos tiempos de oprobio y vergüenza, fue la campeona de los derechos femeninos y de la mujer; de todas las mujeres; especialmente de las esclavas sexuales, las prostitutas. Vivió en un mundo mucho más duro e injusto que el nuestro, y también más honesto: todo un Gobierno de Lerroux cayó por una modesta mordida: un reloj de oro. Se llamó 'el caso del estraperlo'. Hace más de un siglo, en 1922, la periodista y profesora de mecanografía Clara Campoamor inició su andadura en el seno de la Sociedad Abolicionista Española, que perseguía acabar con la prostitución organizada y tolerada por el Estado, siguiendo los pasos de la activista escocesa Josephine Butler, quien tras la muerte de su hijita decidió dedicarse a las personas más vulnerables y explotadas: las prostitutas . Campoamor, incluso cuando se desvinculó de la Sociedad Abolicionista Española, por algún enfrentamiento personal, siguió colaborando con ese movimiento y rindiendo tributo a la gran Josephine. Tenía muy claro que la lacra de la prostitución era de origen económico, tolerada por quienes sólo parecían proteger los derechos de las mujeres pudientes e ignoraban a las demás. En su clásico 'El derecho de la mujer', escribirá que la mujer moderna era «la hija del trabajo, que necesita labrarse una independencia económica, porque la protección de los códigos solo alcanza a la mujer que tiene un patrimonio a defender o administrar; la que ha de huir de la miseria y la prostitución por una elevación espiritual y económica». Como legisladora, apoyó todas las iniciativas que condujeran a la abolición, destacando su oposición a la reglamentación de la prostitución, algo que ella misma resumió en una frase: «La ley no puede reglamentar un vicio». Tomemos unas líneas del 'Diario de Sesiones' de 15 de enero de 1932. Dice Campoamor: «Es preciso que la ley se ocupe de este aspecto y declare, de una vez, que queda abolida la reglamentación, porque las victimas de la prostitución son, en un 80 por ciento, mujeres menores de edad, y es realmente una crueldad y hasta una ironía formidable ver a nuestras leyes civiles protegiendo al menor, privándole de personalidad hasta para celebrar un contrato, para adquirir dinero a préstamo, para enajenar un inmueble, para expresar su voluntad, y que, en cambio, no le rindan protección alguna cuando se trata de la libertad de tratar su cuerpo como una mercancía». Campoamor nunca estuvo sola en sus combates por la mujer; pensemos en destacados miembros de la Sociedad Abolicionista, como los doctores Elisa Soriano, César Juarros y Jesús Hernández Sampelayo, o la coautora de 'Canción de cuna', María Lejárraga. Tampoco limitó su acción a nuestra patria, sino que en todo momento se implicó en los grandes combates del feminismo internacional. Precisamente, la Sociedad de Naciones apostó por el abolicionismo y por poner trabas a la trata de blancas. Fue la primera española en participar en los debates de la Sociedad de Naciones, en 1931, y allí prosiguió su lucha contra la prostitución. El 30 de agosto de 1934 es nombrada delegada suplente de España en Ginebra, para la decimoquinta sesión de la Asamblea, que iniciaba sus trabajos el 10 de septiembre. Las intervenciones de Clara Campoamor en esa ocasión estuvieron ligadas al informe de la británica Miss Horsbrugh, al abordar la trata de mujeres y niños, que dedicó amplio espacio a las esclavas sexuales de origen ruso vendidas en los burdeles de Extremo Oriente. Clara Campoamor lamentó el hecho de que España no hubiera todavía ilegalizado las actividades de los proxenetas y pidió con insistencia ayuda económica para socorrer a las rusas prostituidas a través de la Oficina Internacional Nansen, que se ocupaba de apátridas y refugiados. Sólo unos meses más tarde, el 28 de junio de 1935, abolió la prostitución reglamentada el ministro de Trabajo, Sanidad y Previsión Social, Federico Salmón Amorín, quien llevó a cabo una notabilísima labor en distintos campos, antes de ser asesinado en Paracuellos, el 7 de noviembre de 1936, con sólo 36 años. Fue el ministro más joven de la II República y el primer rector del CEU. Podemos añadir que cuando en 1935 se prohibió la prostitución nadie pensó en los pobres chaperos, los prostitutos, institución antiquísima, puesto ya se habla de ellos en el Deuteronomio (28, 18-19). Existe una tradición festiva de la prostitución, marcada por la primera obra maestra de nuestro idioma, la 'Tragicomedia de Calixto y Melibea', que con lógico criterio llamamos todos 'La Celestina' , por el protagonismo de la alcahueta de la que hasta las ranas de los charcos sabían que era una «puta vieja», tradición recogida hoy en las películas de Torrente; y sobre el universo de los chaperos existen clásicos como 'El gladiador de Chueca' o el 'Mansos', de Roberto Enríquez (Bob Pop), y se habla tanto de los que iban a la sauna Adán como de los que frecuentaban la de Comendadoras, ambas gestionadas por el suegrísimo. Pero sabemos que el mundo del lenocinio no es nada divertido, sino algo tan descorazonador, como la mirada de alguna modelo de Romero de Torres, que García Márquez tituló su biografía de un putero 'Historia de mis putas tristes'. Y ya que tenemos que hablar de la vergonzosa actualidad, podemos pasar de la prostitución de verdad a la filosófica, la degradación moral del apesebrado, de quien prostituye su voluntad y amolda su moral a cambio de un nada vil sueldo. Me refiero a los fieles escuderos del jefazo de turno que ni ven, ni oyen ni hablan, como los tres famosos monos. La obediencia ciega –'ad cadaver' dirían los jesuitas– siempre interesada, se limita a reírle los chistes al jefazo y a aplaudirle al final de cada estrofa; todos juntos, como un solo hombre, como un solo imbécil, votan lo que hay que votar. ¡Y viva mi señorito! No hay que buscar ejemplos de prostitución moral limitándose al presente. Tenemos el ejemplo del que cede y del que no cede en las dos únicas diputadas españolas a finales de septiembre de 1931: Victoria Kent, oponiéndose al sufragio femenino, por obedecer a su partido, el Radical Socialista, y Clara Campoamor, defendiendo el derecho a votar de media España contra la opinión de su propio partido, el Radical, y consagrándose como la más importante feminista europea. La historia recuerda a los valientes, y sólo los valientes, los que se atrevan a decir que el emperador está desnudo, podrán darle a España las leyes y los políticos que se merece.

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