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El fascismo escoltado

El fascismo escoltado
Mientras yo cancelaba mis únicos seis días de vacaciones en tres años y aprovechaba el bono joven de Óscar Puente para llegar a tiempo a mi cita con el fascismo en Torre Pacheco, el fascismo ya estaba allí, duchado y vestido y diciéndose hablar en nombre de no se quién Hacía menos de veinticuatro horas que estaba recogiendo los tubitos retráctiles de una tienda de campaña Quechua familiar en un bosque de eucaliptos en Ortigueira, A Coruña, rebuscando entre las zarzas unos calcetines que, habiéndose uno bebido media queimada de aguardiente la noche anterior, lancé sin miramientos al azar del mundo sin pensar en las consecuencias. Lo hice porque estaba de vacaciones y ya los buscaría; lo hice porque yo, veinticuatro horas después, debía estar retozando en un colchón desinflado sin mayor preocupación que la de cruzar el bosque descalzo para comprar unas salchipapas. La vida es muy fácil si dejas de esforzarte tanto. Me escribió mi compañera Erena Calvo desde Murcia porque estaban un poquito saturadas; Álvaro había pasado un par de noches en Torre Pacheco y, me cuenta él horas después, unos nazis le cogieron de la pechera, le lanzaron cosas y estaba un poquito hasta las narices de todo aquello. Me llevó un rato y dolores de espalda, pero terminé veinticuatro horas después con él y con Isra y con más compañeros en una redacción de varios medios de comunicación improvisada en la terraza de un bar frente al consistorio municipal. Pasaron un montón de cosas que no voy a relatar porque ya he inundado las páginas de este diario con todo lo que allí ocurrió, pero he estado pensando desde entonces. No había visto nunca a Vito Quiles y a Bertrand Ndongo en persona. Seguramente porque en Murcia no les interesa demasiado hacer preguntas. Y me preguntaba dónde estarían mientras sujetaba mi grabadora junto a Ione Belarra, hasta que Ndongo apartó a codazos a varios cámaras, indignados con razón, para acomodarse él, supuse que dispuesto a emboscarla conforme cerrase su boca. Lo echaron de allí y acabó a mi lado sobándome la cara con el brazo, y empezó la discusión con Serigne Mbayé. Blablá, ya lo hemos publicado. Paralelamente a aquello, una señora increpaba a Vito Quiles y otro tipo intentaba acercarse a decirle algo, pero acabó encarado con otro de camiseta ajustada y gafas de sol que, al bloquear al primero, recuperó su posición alrededor de Quiles. Resulta que al muy notas lo acompaña algo parecido a un escolta. No me extraña, por otra parte, porque igual está entre las diez personas más odiadas de España. Entendí que esa es la única manera de poder trabajar de la manera que él trabaja. Por la tarde, después de estar pateando Torre Pacheco buscando una explicación para todo aquello que ocurría, llegó la hora de la concentración –un centenar y medio de lúmpenes, racistas y sociópatas y alguna que otra persona normal que quería protestar–. Casi todos los marroquís o árabes españoles con los que hablé ese día me dijeron que les encantaría poder manifestarse contra la violencia, pero claro. Pero claro. Al llegar a la concentración –que no manifestación, porque no estaba autorizada–, el ambiente era el de que nadie tenía claro el rumbo; querían linchar a alguien pero desconocían por completo el protocolo o las formalidades previas. Apareció la reportera de Malas Lenguas de RTVE y la turba se materializó como un diablo del polvo a su alrededor. Hija de puta es lo más suave que la llamaron, mientras ella corría y corría con su cámara detrás durante seis minutos que se hicieron eternos para ellas y para los que grabábamos la escena estupefactos. Seis minutos hasta que consiguió, por sí mismo, el equipo de RTVE, alcanzar al operativo de la Guardia Civil que estaba desplegado por el pueblo. Volví a acordarme de Vito Quiles; del sobrino-nieto de los hermanos Quiles, de la familia fundadora de Kelme, del “periodista incómodo e independiente” capaz de aparecerse como el jodido Bitelchús en cualquier lugar de España donde haya un político de izquierdas; del Vito Quiles al que el policía local pachequero Jero, portada del miércoles 18 en El Mundo, invitó a tomar algo en el bar de al lado y compadreaba con los nazis ese día y los anteriores. Estuve todo el día pensando en él y en los cuarenta grados a la sombra. Resulta que mientras a Javi Bastida, compañero de La Sexta, los nazis lo corrían a gorrazos, a Álvaro lo amedrentaron hasta niveles inconcebibles y a otros colegas de varios medios también los increpaban, mientras yo cancelaba mis únicos seis días de vacaciones en tres años y aprovechaba el bono joven de Óscar Puente para llegar a tiempo a mi cita con el fascismo, el fascismo ya estaba allí, duchado y vestido y diciéndose hablar en nombre de no se quién. Resulta que mientras mi madre y las de todos mis compañeros están en casa acojonadas, esta gente trabaja con la seguridad de un ministro.
eldiario
hace alrededor de 8 horas
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