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Tener vida laboral más allá de un partido

Tener vida laboral más allá de un partido
Además del debate sobre el uso de la mentira o la posesión o no de un título universitario, el escándalo de la popular Noelia Núñez merece una reflexión sobre cómo se accede a la primera línea de la política. Hoy quienes la habitan se dividen entre quienes han llegado al cargo porque los han buscado para estar y los que han buscado estar donde están como sea Noelia Núñez tarda 24 horas en dimitir. Mazón sigue en su cargo 268 días después de la dana El escandaloso caso de la ya exvicesecretaria general del PP Noelia Núñez y la falsificación –que no equivocación– de su currículum invita a algo más que al necesario debate sobre el uso de la mentira en política o la necesidad o no de tener formación universitaria para ostentar puestos orgánicos o institucionales. Hay un ángulo ciego sobre el acceso a la política del que poco se habla, empieza a ser un mal endémico y tiene que ver con cómo se accede a la política. Quienes habitan hoy los puestos orgánicos o institucionales –en el Gobierno o en la oposición– se dividen entre quienes han llegado al cargo porque los han buscado para estar y quienes han buscado estar donde están como sea y a cualquier precio. Los primeros suelen tener formación académica, una dilatada y exitosa carrera profesional y una vida laboral ajena a la cosa pública. Los segundos, a menudo, proceden en su mayor parte de las organizaciones juveniles de los partidos, han medrado en las estructuras del partido, antepuesto su militancia a la formación académica y demostrado una lealtad perruna a los máximos responsables del partido. Entre estos últimos, es demasiado frecuente encontrarse con jóvenes y ya no tan jóvenes que no han cotizado jamás a la Seguridad Social, más allá de los trabajos que les han proporcionado sus respectivos partidos. Pasa en las Juventudes Socialistas y pasa en las Nuevas Generaciones. Jóvenes que abandonan sus estudios para dedicarse al compadreo y la conspiración orgánica y que su mayor contribución al mundo laboral ha sido trabajar para unas siglas poniendo sillas en los mítines, llevando las redes sociales de una mascota o desempeñando labores de asistente. Hay excepciones, claro. Pero son estas, precisamente por la libertad que les da no depender económicamente de una organización política, las que muestran mayor independencia y sentido crítico con las direcciones de sus partidos y rara vez escalan en los organigramas. Por contra, la mayoría aspira a que el secretario general de turno compense su fidelidad o su voto en los procesos orgánicos con un puesto en una lista electoral o un cargo de confianza en cualquiera de las instituciones donde gobiernan sus siglas. No hace falta poner nombres para identificar con un simple repaso al panorama de dirigentes políticos quienes han llegado a la primera línea por méritos propios, vocación de servicio público, empatía o experiencia laboral y quienes lo han hecho por motivos estrictamente partidarios o de equilibrios orgánicos. Noelia Núñez fue, sin duda, de los últimos. Joven en absoluto preparada, y no por carecer de estudios universitarios, sino por no haber tenido más nómina que las que sucesivamente le proporcionó el PP colocándola sin experiencia alguna en diferentes cargos de responsabilidad, no se le conoce más mérito que el de la sumisión a la ideología del partido y el del aplauso a sus líderes hasta que le dolían las palmas de las manos. La Ayuso de Fuenlabrada, que si algo ha demostrado es tener la misma soltura y capacidad para la mentira que su mentora política, ha acertado al presentar la dimisión de todos sus cargos no únicamente porque ahora tendrá tiempo para obtener los tres grados que dijo tener y nunca obtuvo, sino también porque podrá buscar trabajo por sí misma y enfrentarse a la triste realidad de un mundo laboral que para la mayoría de los jóvenes no proporciona ni de lejos un sueldo de más de 80.000 euros como el que ingresaba ella sin haber estudiado ni trabajado en su corta vida. Eso será, claro, si como otros tantos cargos, no es capaz de regresar a la vida privada, después de pasar por la pública sin tener oficio ni beneficio. Este es el verdadero drama de una política, en la que los partidos deberían empezar a exigir como requisito imprescindible para llegar a la primera línea tener una mínima vida laboral. Con diplomatura o sin ella, pero al margen de obediencias ciegas a los liderazgos y, sobre todo, habiendo aportado algo al mercado de trabajo para que nadie te incluya en la categoría de mediocre, que no es otra cosa, según la RAE, que ser “de calidad media, de poco mérito o tirando a malo”.

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