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Alianza por Almaraz: la sociedad civil irrumpe

Desde hace años, la idea de apagar la central nuclear de Almaraz no es solo una decisión técnica, ni siquiera política . Es, para quienes vivimos y trabajamos en la región, una herida emocional, el miedo al silencio de la despoblación. Una sensación de que se quiere apagar no sólo un reactor, sino un futuro compartido. Pero haciendo honor a la célebre frase de Esopo de que la unión hace la fuerza, esta adversidad ha generado algo inesperado: un sentimiento de comunidad, de defensa colectiva y de consenso cívico que desgraciadamente no es muy frecuente en estos momentos de fragmentación mundial. Desde un punto de vista sociológico, lo más sorprendente de esta historia es lo que ha provocado la decisión de clausurar una fuente de energía firme, limpia y de interés nacional sin alternativas realistas. Políticos de distinto signo, empresas tecnológicas, pequeños comercios, sindicatos, trabajadores, estudiantes, familias... Personas que piensan diferente, que votan distinto, que viven de formas diversas, pero que comparten una misma certeza: cerrar Almaraz es poner en riesgo el futuro de toda una comarca. La sociedad civil se está manifestando a favor de una misma idea: mantener abierta la central. Aquí nadie defiende una tecnología por fe o nostalgia. Al margen de los intereses políticos hay consenso en que la nuclear es una energía vital para la transición hacia las economías descarbonizadas y complementaria a la renovable. Lo reconoce Europa, lo certifica la Cumbre del Clima y lo defienden numerosas instituciones , desde la AIE a la ONU, al considerar la energía atómica un pilar fundamental mientras electrificamos nuestros sistemas de transporte, industria y climatización. La importancia de la seguridad energética que desgraciadamente se puso de manifiesto en el reciente apagón nacional ilustra la necesidad de un sistema que lleva décadas aportando casi una cuarta parte de la electricidad producida en España. Y sin contaminar. En esta parte de Extremadura hay una certeza transversal: cerrar Almaraz sería un error estratégico, económico y humano. Lo sostienen sesenta alcaldes de distinto signo, lo apoyan los sindicatos, lo avalan las asociaciones empresariales y lo repiten una y otra vez los vecinos de la zona. Este sábado será rubricada esa Alianza por Almaraz con un manifiesto de apoyo al mantenimiento de la central. Un reciente informe de Fedea advierte de que España necesita duplicar su capacidad de generación firme para 2030 si quiere garantizar la seguridad del suministro. El cierre nuclear, tal como está planteado, incrementará los precios eléctricos, debilitará el mix energético y pondrá en riesgo el cumplimiento de los objetivos de descarbonización. ¿Tiene sentido cerrar un 20 por ciento de la generación eléctrica nacional –con una fuente libre de emisiones– justo cuando más se habla de crisis climática, dependencia geopolítica y pérdida de competitividad? En nuestra región, cerrar la central no es apagar una máquina: es encender el éxodo. Lo he comprobado en estos meses en cada acto, en cada conversación, en cada gesto de apoyo. En el IES Zurbarán de Navalmoral de la Mata, profesores como Silvia, que educan con la esperanza de que sus alumnos se queden, temen que su esfuerzo se desvanezca si desaparece la que consideran una oportunidad esencial de desarrollo. Hablamos de desarrollo laboral –como nos contaba recientemente Raúl, un estudiante de Automatización y Robótica Industrial que ve amenazada su única puerta de acceso a la vida profesional cerca de casa–, pero también de supervivencia vital en ese mundo rural que amenaza con vaciarse y que los gobiernos europeos tratan de combatir. María Eugenia, que trabaja por el desarrollo de la comarca de Campo Arañuelo, nos contaba que el cierre llevará a una fuga inevitable de familias, empresas y servicios que desembocará en la desaparición de pueblos enteros. Almaraz representa el 7 por ciento de la electricidad nacional, genera cerca de 4.000 empleos indirectos y sostiene una actividad económica que supera los 400 millones de euros anuales. Perderla no es solo una decisión que España no puede permitirse, es también un golpe al corazón productivo de Extremadura. No pedimos privilegios, solo sentido común, que se escuche a quienes viven aquí y conocen esta tierra. Porque cerrar Almaraz no es avanzar: es desandar el camino. No es una transición: es una rendición. No es un futuro mejor: es una promesa rota.

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