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¿Tiene razón Sánchez?

Cuando Pedro Sánchez expresa que ya está bien de mover las manecillas del reloj cada seis meses, tiene toda la razón. Vivir con un horario fijo durante todo el año es una bendición. Y en España, ese buen horario es el que tuvimos de 1942 hasta 1974. España se encuentra en el huso horario de Greenwich, lo mismo que Inglaterra, Portugal y Marruecos. Es el conocido GMT-0. El sistema horario de Greenwich data del siglo XIX, cuando la humanidad todavía dependía en gran medida del ciclo de la luz solar. La República, por ejemplo, fue fiel seguidora de Greenwich, hasta el punto de que su primer decreto fue eliminar el adelanto horario que había aprobado el gobierno de Alfonso XIII y mantener el mismo huso durante todo el año. Sin embargo, con la llegada de la II Guerra Mundial, en 1942, Franco adelantó el huso de GMT-0 a GMT+1 con la intención de hacer un guiño a Hitler, que tiene su huso natural en GMT+1. Pero lo cierto es que la guerra terminó, Alemania fue derrotada, y el horario de España no se cambió. ¿Fue esto un acto deliberado, un olvido burocrático o una casualidad? Sea como fuere, durante casi toda la dictadura de Franco, España vivió bajo ese horario único: el GMT+1. Esa experiencia resultó ser muy positiva: el horario de Greenwich había quedado algo 'rural', y adelantar una hora aportaba modernidad. La República fue Greenwich. El franquismo instauró 'la hora española' y la democracia ha sido el 'pandemónium' de un fracaso continuo. Es posible que Pedro Sánchez tenga algo de razón. Pero para ello tendría que retroceder a los años de Franco, y no lo veo dispuesto a hacerlo. Más bien, parece que pretende imponer la 'hora de verano' durante todo el año, una propuesta que, aunque celebrada por Tezanos y jaleada por quienes no conocen el tema (como aquellos que afirman que en verano hay 15 horas de luz frente a 9 en invierno), sería el principio de nuestro fin. Pablo González de Amezúa. Madrid Como cada mañana leo el diario sentado en la mesa de la cocina. Hace unos días, me tope con un titular: 'Hombre de sesenta y cuatro años muerto a golpes en el metro'. La nota aclara que es la octava víctima en lo que va de año. De inmediato pienso en Madrid: ¿cuántos mueren allí apaleados? Los neoyorquinos suelen ser bruscos, a veces groseros, incluso consigo mismos, pero no necesariamente asesinos. Lo digo por experiencia: no hace mucho tropecé y caí en una acera rota; en segundos, cuatro transeúntes me levantaron sin decir palabra y siguieron su camino. Apenas recuperado, otro viandante me dio tal empujón que avancé varios pasos sin tocar el suelo. El madrileño, en cambio, sabe andar, pero no lo hace con prisa; más que andar, pasea. Tal vez por eso evita la grosería urbana. Aquí, los diálogos improvisados surgen con naturalidad y sin mala intención. Y ahora caigo en la cuenta: comparados con los neoyorquinos, los madrileños tienen, sin duda, mejores maneras. Gonzalo de Las Heras. Nueva York
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hace alrededor de 4 horas
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