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La V República en quiebra

La entrada en prisión de Nicolas Sarkozy marca un antes y un después en la historia política de Francia . No solo es el primer expresidente de la Quinta República que pisa la cárcel: es también el símbolo más elocuente de un sistema que, tras décadas de erosión institucional, parece estar agotándose. La República que fue modelo de rigor laico, autoridad política y centralismo eficaz atraviesa hoy su etapa más crítica desde su fundación en 1958. Sarkozy ha sido condenado por asociación de malhechores, figura jurídica que castiga la conspiración, es decir, la preparación de un delito grave, incluso si éste no llega a consumarse. La sentencia, de cinco años de prisión –con ejecución inmediata– es clara: la intención y la organización criminal bastan cuando se trata de proteger el orden público. No conviene caer en fatalismos, pero sí es preciso reconocer la magnitud simbólica de lo ocurrido. El caso Sarkozy no ocurre en el vacío. Su ingreso en prisión se produce en un contexto de gran deterioro. Emmanuel Macron, el gran renovador de 2017, se ha convertido hoy en el símbolo de un sistema que se tambalea. La disolución de la Asamblea Nacional en 2024, tras el varapalo de las elecciones europeas, fue un error estratégico que ha dejado al presidente sin mayoría, rehén de una Asamblea fragmentada. El Elíseo, otrora centro de la estabilidad política, ha visto reducida su capacidad de maniobra a decretos, atajos constitucionales y gobiernos que duran cada vez menos. Las huelgas masivas contra la reforma de las pensiones, los cacerolazos que acompañan los desplazamientos presidenciales, la aprobación de leyes clave mediante el artículo 49.3 de la Constitución –que permite imponer textos sin el Parlamento– y el creciente descrédito de los partidos tradicionales completan el cuadro de una democracia fatigada. La prisión de Sarkozy, como el escandaloso robo en el Museo del Louvre perpetrado el domingo pasado, se convierte así en metáfora de una descomposición más amplia. Es el fin de una época en la que las élites políticas actuaban con una impunidad apenas disimulada. Y es, también, una llamada de atención: la república no es una palabra mágica, sino un conjunto de prácticas e instituciones que deben renovarse constantemente. No faltarán quienes acusen a los jueces de politización. Pero una democracia sana no se mide por la inmunidad de sus líderes, sino por su responsabilidad. La Justicia no ha perseguido a Sarkozy por su ideología, sino por utilizar el poder en beneficio propio. Y si esto ocurre mientras el país entero se resiente, no es culpa de los tribunales, sino de una clase política que ha confundido el poder con el privilegio. La Quinta República, con su presidencialismo fuerte y su arquitectura racionalista, fue pensada para evitar los desórdenes de la IV. Hoy, irónicamente, comienza a parecerse a ella: gobiernos débiles, presidentes aislados, ciudadanos desilusionados. Lo que está en juego no es el futuro de un partido o de un hombre, sino la supervivencia de un régimen. Y con ello, también, el equilibrio europeo. Una Francia débil, jibarizada institucionalmente, incapaz de ejercer liderazgo, deja a Alemania como única potencia estructurada del continente. Y esta Alemania ya no es la del centrismo de Angela Merkel, sino una en la que la opinión pública se desliza hacia la ultraderecha y donde el consenso europeo empieza a resquebrajarse. El eje franco-alemán era el pilar político de la Unión . Su desequilibrio, con París en crisis y Berlín en mutación, pone en riesgo la estabilidad de toda Europa.
abc.es
hace alrededor de 3 horas
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