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Cinco días persas de oscuridad

Cuenta la tradición que, cuando en la antigua Persia moría un rey, el Estado se replegaba sobre sí mismo y daba inicio a cinco días de caos y barbarie. Los asesinatos no se castigaban, los robos quedaban impunes, el comercio se hacía imposible y la comunicación desaparecía al interrumpirse los caminos por salteadores y bandidos. El pueblo se veía sometido así a una anarquía salvaje ante la temporal desaparición de la civilización. Tras estos cinco días de caos, el nuevo monarca era recibido como un salvador al traer de nuevo el orden que anteriormente había arrebatado a su pueblo. De esta forma, al nuevo gobernante le eran permitidos todos los desmanes y abusos, le eran consentidas todas las corrupciones, pues a la sociedad, lanzada desde lo alto de la pirámide de Maslow hasta estrellarse en el estado de naturaleza hobbesiano, lo único que le importaba ya era sobrevivir. La impunidad nacía así de su mismo origen: el hecho de que el gobierno hubiera traído el caos era infinitamente menos importante que el hecho de que ese mismo gobierno podía ponerle fin. El  pasado 28 de abril, toda España peninsular y Portugal, por arrastre, sufrieron su oscuridad persa . Lo que nuestro Gobierno y sus altavoces nos decían imposible, ocurrió, y durante doce horas (y más de 24 en algunos puntos), el suministro eléctrico desapareció, sumiendo a más de 53 millones de personas en una ausencia civilizatoria que se creía inconcebible. La civilización es luz, pero la única que recibimos en ese tiempo fue la del Sol, y porque nuestra estrella no estaba gestionada por un ente público. Irrelevante era para los ciudadanos persas de entonces y lo es para los españoles de hoy en día que el caos sea traído voluntariamente o por la incompetencia de sus gobiernos. Y mientras desde los altavoces gubernamentales nos animaban a resignarnos al desastre con caribeña alegría, destacando «el calor humano» mientras no podíamos calentar ni un potito, ciudadanos que habían pagado sus impuestos y confiaban en su gobierno eran abandonados al caos y algunos, incluso, morían: no se ha ofrecido ni un recuento oficial de víctimas. En el pico de los bombardeos rusos sobre Ucrania, Putin logró destruir el 30 por ciento de su capacidad eléctrica y dañar el 80 de la misma. Resulta aterrador concluir que la incompetencia de nuestro Gobierno ha logrado en dos países lo que los misiles de Putin no han logrado en Ucrania. Y, como en Persia entonces y en Venezuela hoy, nuestros gobernantes y sus terminales se lanzaron raudos a emitir teorías para descargar la responsabilidad de su propia gestión. Primero fue supuestamente un apagón en toda Europa, luego un ciberataque, luego una anomalía atmosférica y, finalmente, parece que el premio se lo van a llevar los «operadores privados», término repetido hasta media docena de veces en la breve comparecencia de Sánchez, tras cinco horas y media de silencio, ignorando convenientemente que Red Eléctrica está dirigida por Beatriz Corredor, exministra del PSOE y participada como accionista mayoritario por la SEPI, es decir, el Estado. Sin embargo, esto no impidió a Yolanda Díaz culminar esta estrategia persa iniciada por Sánchez y exigir nacionalizarla, como si no estuviera ya, para nuestra desgracia, en manos de este Gobierno. Así, como en Venezuela, Cuba o Persia, el dolor producido por los gobernantes se utilizará para reclamar más poder para los mismos. Como sentenció en su premonitoria portada la revista 'Hermano Lobo' hace justo 50 años, ante el dilema gubernamental planteado al pueblo de «nosotros o el caos», resulta inútil escapar eligiendo incluso esta segunda opción, pues la respuesta será tan lapidaria como reveladora: «Da igual. También somos nosotros «. En cualquiera de sus formas, tiempos y lugares, el socialismo siempre se expande para responder a los problemas causados por un socialismo en expansión.
abc.es
hace alrededor de 11 horas
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