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Cuando las vacaciones eran un derecho y no un lujo

Cuando las vacaciones eran un derecho y no un lujo
Lo peor es que “las vacaciones más caras de la historia” (que ya lo fueron el año pasado, y el anterior) coinciden con “uno de los veranos más calurosos de la serie histórica”, frase que llevamos también varios años acuñando, con más olas de calor y más largas, más noches tropicales e infernales, y nuevos récords de temperaturas Paseo a la noche por mi ciudad, Sevilla, pues desde media mañana hasta el anochecer es imposible pisar la calle en agosto y en plena ola de calor. El centro histórico está vacío como nunca, pero poco puedes disfrutar el paseo: adoquines recalentados, fachadas como radiadores, apenas una brisita pero caliente. Mi acompañante, menos acostumbrada al calor sevillano, siente que se asfixia, y los pocos bares abiertos son los únicos refugios climáticos de una ciudad que carece de ellos pese a la tradición de veranos tórridos, hoy agravados. Por no haber, no hay ni piscinas públicas, solo cuatro para 700.000 habitantes. A quien se lo cuentas no se lo cree: ¿de verdad no hay piscinas en Sevilla? En mi barrio, ninguna. Ninguna pública, se entiende, pues los clubes privados que ocupan toda la orilla del río tienen magníficas zonas de baño, como los hoteles en sus azoteas y algunos edificios residenciales. No es problema solo sevillano: somos uno de los países europeos con más piscinas, pero el 90% son privadas. El año pasado me recorrí con mis hijas varios municipios cercanos a Sevilla buscando una piscina donde refugiarnos: una estaba cerrada por obras (en verano), otra era solo para empadronados, la tercera tenía aforo limitado y sin entradas para toda la semana, y la cuarta nos dejó entrar pagando un precio disparatado por no ser vecinos. Tener piscina donde llevar a tus hijos acaba siendo un lujo, como tener un piso en la playa o poder escapar unas semanas hacia zonas más frescas. Yo no me quejo demasiado, pues salí unos días en julio y tendré otros en agosto, pero muchos de mis paisanos no pueden permitirse ni una semana fuera. Incluso teniendo trabajo: un 20% de trabajadores no puede irse de vacaciones en verano. Porcentaje que por supuesto sube en el caso de los autónomos, y que se agrava en las familias monoparentales o quienes viven de alquiler. Además las vacaciones, como todo lo desigual, van también por barrios, y por territorios: para mayor broma, las comunidades que más turismo reciben (Canarias y Andalucía) son también las que cuentan con más población en eso que ahora llamamos “pobreza vacacional”, otro gracioso paño caliente como “pobreza energética”, “pobreza habitacional” o “pobreza visual”; maneras de no decir pobre a secas. Llevo semanas oyendo y leyendo en las noticias que las de 2025 serán “las vacaciones más caras de la historia”. Titular que convive con el de “la vivienda en máximos históricos” o “la fruta a precios nunca vistos”. Los expertos en turismo cuentan que, ante la subida de los precios de alojamientos en España, la gente opta por viajar a Bali o Croacia antes que a Fuengirola o Asturias, y España queda como destino para los cien millones de visitantes que esperamos en otro año de récord. No sé, lo de “vete mejor al extranjero, que está más barato” suena a “si no tienen pan, que coman pasteles”. Lo peor es que “las vacaciones más caras de la historia” (que ya lo fueron el año pasado, y el anterior) coinciden con “uno de los veranos más calurosos de la serie histórica”, frase que llevamos también varios años acuñando, con más olas de calor y más largas, más noches tropicales e infernales, y nuevos récords de temperaturas. Si te cuentas entre los afortunados, disfrútalas, que te las mereces. Pero no presumas mucho de playita o viaje en tus redes sociales, que lo van a ver tus achicharrados vecinos que siguen trabajando en verano o no pueden huir de la ciudad. Y acuérdate de cuando las vacaciones eran un derecho y no un lujo. Como la vivienda y como la fruta, vaya.

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