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Simón Pérez en la trampa de la humillación viral

Se comenta el horror cuando publica un vídeo especialmente degradante o doloroso, pero lo olvidamos, hay otros horrores y otros momentos virales que merecen más nuestros preciosos minutos de atención (nunca de acción), ya sea una infidelidad de dos ejecutivos en un concierto o la imagen terrible de niños muriendo de hambre en GazaSimón Pérez y Silvia Charro reaparecen en RTVE 6 años después del vídeo de las hipotecas: “Fue una cura de humildad” En los últimos años, volverse viral ha pasado de ser un objetivo aspiracional a una forma de castigo y humillación. Uno de los ejemplos extremos de la fusión perversa entre la vida real y el contenido digital es Simón Pérez, que se hizo popular en 2017 recomendando, junto a su pareja Silvia Charro, inversiones a tipo fijo en evidente estado de embriaguez. En los últimos meses se está matando en directo a través de una plataforma australiana de juego online llamada Kick que permite registrarse a menores y es ilegal en España. Sentado sin camiseta frente a una pantalla, el antiguo experto en banca se droga, delira, se desmaya, sufre y se presta a humillaciones a cambio de un poco de dinero de una audiencia que jalea, insulta y paga para contemplar su particular descenso a los infiernos. La escritora y experta en vida digital Rayne Fisher-Quanno denomina a esa audiencia “el pelotón de fusilamiento circular que machaca compulsivamente a personas reales en reality shows interactivos”. Simón Pérez bebe su propia orina. Se vuelca un cubo de vómito encima. Engulle comida podrida. Consume crack, cocaína, ketamina, heroína. Delira, sufre espasmos, se duerme. Nadie interviene, nadie con la autoridad suficiente cierra el canal que monetiza este suicidio en directo. Se comenta el horror cuando publica un vídeo especialmente degradante o doloroso, pero lo olvidamos, hay otros horrores y otros momentos virales que merecen más nuestros preciosos minutos de atención (nunca de acción), ya sea una infidelidad de dos ejecutivos en un concierto o la imagen terrible de niños muriendo de hambre en Gaza. Nadie quiere sentirse una mala persona aunque, como dice el filósofo Alasdair MacIntyre en “Tras la virtud”, estemos perdiendo las nociones básicas de lo que está bien y lo que está mal. En este caso, a la crueldad narcisista se une un cierto puritanismo: la audiencia juguetea con la idea de que Simón Pérez tiene lo que se merece, que solo él se ha buscado esa situación, para agregar el éxtasis de la superioridad moral a la descarga de dopamina del consumo de la humillación ajena. Vivimos en una cultura digital que reduce a personas reales a objetos irrelevantes o medios para nuestros fines, que pueden ser coaccionados, manipulados o sobornados para nuestro interés o entretenimiento. Simón Pérez es el último escalón de la indignidad, no la suya, la de las personas que pagan para que se destruya y la de los que no hacemos lo suficiente por impedirlo.
eldiario
hace alrededor de 15 horas
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