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En la isla de San Simón

En la isla de San Simón
El silencio sobre el horror, que mantuvo mi padre y guardaron tantas y tantas familias españolas sobre el dolor infligido por la guerra y la dictadura posterior, no permitió una sana superación del trauma. La úlcera causada por la muerte, la tortura y la indignidad se cubrió con el oprobioso telón de la negación y el olvido Llamaron a la puerta y, como ocurría algunas noches desde que empezó la guerra, una vecina venía en busca de la ayuda de Josefa. Quería visitar a su marido, llevarle algo de ropa y comida porque recibió aviso de que estaba preso. La mujer fue a llamar su hijo Lalo, el más pequeño. Su marido estaba enfermo y el mayor, en el frente. Ella corría a cargo de los otros cuatro varones y la niña, también encamada. Sobrevivían en un bajo alquilado, pasando estrecheces y hasta hambre cuando los chicos no tenían que llevarse a la boca porque lo primero eran los enfermos. Ella sabía que Lalo, un niño muy tragón que comía todo lo que encontraba, iba al parque de la ciudad en busca de raíces para comer cuando no podía aguantar la gazuza. Pero era muy querido en el barrio y solía conseguir algún chusco de pan o pieles de patatas del vecindario a cambio de algún favor. Acompañaba a las mujeres de camino al penal cuando querían visitar a sus familiares encarcelados. Tenía apenas 10 años pero su presencia era menos que nada para andar por esos caminos de Teis, Redondela y Cesantes hasta coger la barca a la isla de San Simón, donde se acinaban los presos en espera de juicio o de la saca que los llevaba a la muerte en cualquier cuneta. El niño conocía bien aquel muelle de la isla al que tantas veces había llegado con las vecinas a las que aguardaban hombres demacrados, en harapos, de ojos hundidos y rostros de desesperación. Lalo vivió hasta los 89 años y, sólo en los últimos días previos a su muerte, me reveló esta historia y desveló los dolorosos recuerdos de aquellos viajes al campo de concentración. Fue una imagen que le acompañó durante toda su vida pero de la que nunca quiso hablar. Aquella historia fue una sorpresa para mí. Mi padre jamás quiso contarnos cómo había pasado la guerra y la posguerra, de su penosa infancia y la penuria de su hogar cuando, siendo apenas un niño, tenía que ejercer de “homiño” en la retaguardia y crecía desesperado para saciar la hambruna que se cebó con los urbanitas. Galicia cayó muy pronto en manos de los militares golpistas porque la primera respuesta de los sindicatos en las ciudades fue fulminada a base de ametralladora, mientras que los guerrilleros republicanos resistieron en los montes y los falangistas aterrorizaron pueblos y aldeas con sus aterradores paseíllos. Cada mes de julio de este siglo XXI, en coincidencia con el aniversario del golpe de Estado y el inicio de la guerra civil, diversos colectivos -entre los que se encuentran familiares y presos políticos de la represión franquista-, viajan hasta la isla de San Simón para recordar a quienes allí padecieron el dolor, la tortura, cárcel e incluso la muerte rodeados de sus magníficos bosques de buxos (bojes), en los espantosos calabozos excavados en la piedra o los pabellones del campo de concentración, que habían sido construidos tiempo atrás como lazareto y alojamiento para cuarentena de viajeros. El guía que narraba esta semana la historia de este enclave situado en la ría de Vigo -en un aniversario más en julio de 2025- nos explicaba detalles espantosos de lo que pasaron quienes sufrieron en la isla de San Simón el castigo durante y después de la contienda bélica, su hacinamiento, maltrato y enfermedades. Escuché el relato con los ojos de hoy porque era el epítome de los malos tiempos del belicoso siglo XX que conviene conocer a la luz de las voces que escuchamos ahora cada vez con más fuerza. Una historia de la maldad humana en el que no faltaban pruebas de la endémica corrupción, en la que incurrieron las autoridades del penal, en connivencia con el alcalde y el párroco, que se repartían el dinero que detraían del presupuesto para alimentación de los presos. Sin olvidar la penosa situación en que se encontraban las diversas edificaciones de la isla, en ruinas por el abandono de años. Sin embargo la residencia del director de la prisión había sido reconstruida y ocupaba el edificio más amplio del campo de concentración. Al ver el gran pabellón residencial no pude evitar recordar el impacto que me causó la película de Jonathan Glazer, “La zona de interés”, que recrea la plácida existencia de la familia del comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, en inusitada vecindad con el escalofriante sonido ambiente de los estertores de susurros, gritos humanos, disparos o siniestros ruidos de maquinaria para el exterminio de los judíos. En el corto periodo que gobernó la izquierda en la Xunta de Galicia, el antiguo penal se convirtió en “illa da memoria”, donde se organizaban visitas y actividades que rememoraban los horrores del penal así como de las historias de sus habitantes, sin olvidar la corajuda solidaridad de las mujeres de Cesantes que ejercían de madrinas de los presos. Pero el Partido Popular, a su regreso al poder en la comunidad autónoma, suspendió toda acción para el recuerdo y cerró sus instalaciones que sólo se abren para albergar congresos o jornadas culturales. El arqueólogo Xurxo Ayán llamó a mantener el cordón que une a esta isla, desde la historiografía, la arqueología, la antropología y las Humanidades, con el activismo a favor de la memoria democrática porque “es necesario un nuevo despertar marítimo a lo largo de todo el país”, similar al que -desde 2006- descubrió múltiples trazas del pasado en los penales de las costas gallegas, de cuya red también formó parte la colonia penitenciaria de San Simón. Los familiares de personas muertas y reclusos que padecieron en la isla viven estos días doloridos por una justa indignación tras haberse celebrado recientemente un festival de música indie, en el que los asistentes terminaron bailando bachata en San Simón, un lugar que consideran sagrado. Sus esperanzas se centran ahora en la inminente consideración de “lugar de la memoria”, que podría declararse el próximo mes de agosto, en virtud de la Ley de la Memoria Democrática. Dice Marilar Aleixandre, en su libro “As Bocas Cosidas”, que es necesario desbridar las cicatrices del pasado para que puedan curarse, lo que exige -según la explicación quirúrgica del término- volver a abrir la herida infectada. El silencio sobre el horror, que mantuvo mi padre y guardaron tantas y tantas familias españolas sobre el dolor infligido por la guerra y la dictadura posterior, no permitió una sana superación del trauma. La úlcera causada por la muerte, la tortura y la indignidad se cubrió con el oprobioso telón de la negación y el olvido. Además, al no haber sido adecuadamente informadas y formadas las generaciones posteriores, han crecido sin conciencia de la valiosa libertad y bonanza de la que disfrutan. Con el consiguiente riesgo de que cale más fácilmente entre la juventud el populismo y el fascismo, como estamos viendo que reflejan las encuestas de opinión. Ojalá que la desclasificación de los secretos del franquismo, gracias a la nueva Ley de Información Clasificada aprobada esta semana por el Consejo de Ministros, nos permita desbridar las cicatrices de nuestras laceraciones del pasado. La periodista y escritora Geraldin Schwarz narra la historia de su familia franco-alemana en su magnífica obra “Los amnésicos” (Mitfläufer), en la que repasa el comportamiento de la sociedad de los países de origen de sus padres y abuelos durante el nazismo. Nos detalla lo mucho que le costó al pueblo alemán asumir su complicidad con el horror del Holocausto, mientras que los franceses retrasaron ese proceso al tratar de tapar el colaboracionismo resumiendo esa etapa sólo con la heroicidad de la resistencia. De acuerdo con la tesis de esta periodista, las sociedades que reconocen su silencio cómplice ante las atrocidades de sus gobiernos fascistas están mejor preparadas e incluso vacunadas para no repetir los horrores cometidos. “Si Italia hubiera hecho su trabajo de memoria, ¿serían tan numerosos los ciudadanos que excusan y relativizan el fascismo? Si los responsables pero también la población que había apoyado al régimen criminal, hubieran asumido su responsabilidad ¿los italianos serían tan sensibles a los discursos demagógicos?”, se pregunta Schwarz con reflexiones que podríamos hacernos también en España.
eldiario
hace alrededor de 13 horas
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