cupure logo
sindelunalosquelasfeijóoconsecretosgaza

Nos invaden las palomas. Y los fascistas con sus cobardes cómplices

Nos invaden las palomas. Y los fascistas con sus cobardes cómplices
Convendría que antes de depositar el voto en las próximas elecciones, vaya usted a saber cuándo serán, echaran un poco la vista atrás, repasaran la historia, rememoran algunas de las peores matanzas del siglo XX y recordaran la famosa frase de Voltaire: “La historia no se repite. Los hombres, sí” Ha observado José K. en sus miríficos paseos por el parque cercano, aún entretenimiento gratis, la progresiva y muy notoria invasión de palomas o colúmbidas. Desvergonzadas, casi nos picotean los pies y ya ha visto a alguna osada ventilarse el bocadillo que un despreocupado infante se había dejado en el desgastado banco de madera. Nos sobrevuelan, nos gritan, nos asustan con su aleteo. Nos han perdido el respeto. Como esas gaviotas que se abalanzan sobre los incautos noruegos que tan ricamente se asan al sol de nuestras playas y les arrancan el sándwich de pepino. Por no citar a esas vetustas criaturas -¡qué pánfilas!- que les han estado alimentando durante años con miguitas de pan. Mismamente, se dice José K., como hemos hecho con los fascistas, nazis, populistas, semifascistas, seminazis, y semipopulistas. O sea, con los fachas, término global que todos entendemos a la perfección, y allá los exquisitos con sus disquisiciones filológicas. Y es que también ellos nos han perdido el miedo. Graznan o zurean sus repugnantes eslóganes en el Congreso o en manifestaciones callejeras llenas de gritos insultantes, y apenas se nos mueve un pelo del bigote cuando salen a la calle armados de palos para matar moros o acabar con los maricones o las marimachos. Hemos bajado la guardia y como aquellos pájaros agresivos, ruidosos y envalentonados, han logrado que lo extraordinario, lo desgraciado, lo irracional, lo salvaje, nos parezca casi normal. Tiempo hubo, apenas si ha pasado un lustro, en el que las derechas europeas planteaban un círculo de seguridad –cordón sanitario lo llamaban- para impedir que los antidemócratas, los fanáticos de la extrema derecha, los émulos de Hitler, Mussolini o José Antonio nos comieran por los pies. Tenemos todo el derecho a pensar distinto, claman estos desalmados, y usted debe respetarnos. José K. se encocora y de encontrarse a alguno de estos elementos en el descansillo de su destartalada escalera, le repetiría lo que José Antonio Marina ha escrito en La Vacuna contra la estupidez: “El derecho a la libertad de creencias protege al individuo que cree, no al contenido de la creencia”. Vamos, que tenemos todo el derecho a despreciar las ideas, por llamarlas de alguna manera, de estos malnacidos que abogan por doblarnos la cerviz a los demócratas, por apabullar a los pobres y llenar las alforjas de los ricos, borrar la diversidad racial o cultural, y volver al ideario nazi en el que la mujer alemana –vale de Quintanar de la Orden, un decir- debía limitarse a las tres “k”: Kinder, Küche, Kirche (Niños, cocina, iglesia). A José K. le duelen las tropas de asalto del ejército feroz, pero todavía sufre más, hasta el dolor físico, que le crujen los huesos, se le encajan las mandíbulas y se le aflojan las piernas, ante la complacencia o la indiferencia de la sociedad dizque civilizada que tiene ante sus ojos la barbarie de los violentos agresores, pero cobarde y miserable, mira hacia otro lado, a mí que no me molesten, que algo habrán hecho esos negros, esos homosexuales, esos rojos, esos gazatíes, para que los apaleen, los maltraten o, lo estamos viendo, los asesinen. Los alemanes encontraron una palabra interesante para estos ciudadanos conformistas, oportunistas o ciegos que no quisieron ver –vaya cuajo- los crímenes atroces del nazismo: Mitläufer. Hanna Arendt y La banalidad del mal, por supuesto. Toda Europa, todo Estados Unidos, todo El Salvador y, en grado superlativo, esa lacra lacerante, todo Israel vive con ese término tatuado a fuego en la frente. ¿Cómo definir a esos israelíes, jóvenes, maduros o ancianos, hombres o mujeres, fontaneros, catedráticos de universidad, abogados, arquitectos, residentes en Tel Aviv, Jerusalén o Haifa, tomando tan ricamente el sol en la playa Betzet o HaSharon, mientras miles de niños se mueren de hambre, sus padres acribillados tratando de conseguir un poco de comida por unos militares que alguien, qué desvergüenza, ha calificado históricamente de Ejército ejemplar? ¿Quiénes, si no, mantienen a Benjamin Netanyahu en el poder, corrupto infamante y reconocido criminal de guerra? Añadamos, recuerda José K., que muchos de aquellos alemanes o muchos de estos israelíes de hoy se aprovecharon o se aprovechan hasta la infamia del sufrimiento de los judíos, entonces, de los palestinos hoy, qué infame paradoja. Para quienes no lo conozcan, dice nuestro hombre, no está de más leer con atención Los amnésicos, de Géraldine Schwarz, la historia de su abuelo que compró a precio de saldo el negocio de un judío que acabó en Auschwitz junto a toda su familia. Buitres carroñeros. Porque es verdad que esa indiferencia, además, suele venir acompañada de una falta de memoria criminal y estúpida. A José K. se le ocurren algunos ejemplos estupefacientes. ¿De verdad, se pregunta acongojado nuestro hombre, puede tener millones de votos –más de diez millones- un partido nazi en Alemania? ¿No se les aparecen en sueños las terribles imágenes del Holocausto? ¿Tienen la desvergüenza de borrar de su memoria tantas y tantas atrocidades, no sólo con los judíos, vesania extendida a comunistas, gitanos y homosexuales? ¿Han olvidado los polacos que votan al ultraderechista Karol Nawrocki, ganador en las últimas elecciones, los seis campos de concentración que instalaron en su país las tropas de Hitler? ¿Cómo es posible que olviden que entre 600.000 y 800.000 varsovianos murieron en la Segunda Guerra Mundial iniciada por aquel loco sanguinario? Más cercano en el tiempo: ¿Alguien encuentra explicación a que Trump repitiera triunfo electoral, voto a su favor de latinos -¡qué risa, arrojados ahora al infierno!- y de las mujeres, un tipo condenado por sus relaciones con una actriz porno? Más, que José K. se come las uñas: ¿Ya no nos acordamos de los crímenes de Franco y sus secuaces bestiales, en la guerra y en la posguerra, falangistas fusilando a vecinos, para permitirnos que unos neofascistas como los dirigentes, militantes y votantes de VOX intenten borrar la memoria histórica de sus fechorías? La complicidad, el compadreo, la colaboración necesaria, la paulatina pérdida de valores que acaba en el odio al rival. Hay que ver, a José K. se le hincha la vena del cuello, las caras de los diputados del PP, ebrios de placer, cuando su jefe de escuadra, desatada la furia del mediocre y hozando en el estiércol menciona la palabra prostíbulos. ¡Qué gritos, qué gestos, qué pérdida de decoro, de educación, de respeto, qué manada rabiosa, qué caballada furibunda, qué batida del Ku Klux Klan para colgar del árbol más alto al primer presidente socialista que se encuentre en el hemiciclo! Decía nuestro hombre que no hay que echar miguitas de pan a las palomas ni sándwiches de salmón ahumado a las gaviotas. Porque está obsesionado José K. en indagar cómo y por qué se va formando esta bola intragable del ascenso de la ultraderecha en el mundo, pero especialmente, será por la cercanía, que a patriota no le gana nadie, en España. Demasiada confianza, demasiado olvido, aquí no pasarán esas cosas, dicen. Veamos, cuentas sencillitas, ya hay demasiados expertos demoscópicos para hacerles la competencia. Hace exactamente diez años, la juventud se echó a la calle y elevó casi hasta los cielos, sólo casi, a Podemos. Aquella rabia tras la crisis que comenzó en 2008 se transformó en un voto de izquierdas radical, ni más ni menos que cinco millones y medio. ¡La revolución al poder, gritaban aquellos jóvenes airados! Pero es que además había que sumar al rojerío el millón de Izquierda Unida. Aquella broma ridícula de Ciudadanos, qué cosas hemos votado los españoles, se llevó tres millones y medio de papeletas. Por hacer una gracia, Vox obtuvo aquel año 58.000 votos. PP y PSOE, ya lo saben, se mueven poco, un punto por acá y otro por acullá. Y entonces José K., sumido en el estupor, se hace una pregunta de primero de primaria: ¿por qué el voto de aquellos seis millones y medio de izquierdistas radicales, más el de los tres millones de jóvenes yuppies admiradores de Albert Rivera se han perdido como lágrimas en la lluvia, y se han reconvertido en una oleada de papeletas a favor de los feroces y fanáticos activistas de la extrema derecha más bruta y rancia que conoce Occidente? ¿Dónde fue a parar aquella ilusión colectiva? Ya se sabe que ese automatismo retórico es tan sólo una forma burda de aproximarnos a la cosa, pero seguro que ustedes, tan inteligentes, entienden a dónde quiere llegar José K., ojiplático ante el fenómeno. ¿Por qué aquella juventud, apenas pasados diez años, tan sólo diez años, hay que repetirlo, que votó con energía a una izquierda tan roja como la sangre de Gramsci, se inclina ahora por votar a quienes quieren echar a los inmigrantes, rebajar el feminismo castrante y optar por un individualismo extremo que desemboca en esa falacia de la libertad de la reina del vermú, de apellidos Díaz Ayuso, el salvaje de Trump o el destornillado Milei, sangre negra del más puro fascismo? Se hace difícil entender que aquel descontento y aquella esperanza que llevó a los jóvenes a un cambio de rumbo, sin duda hacia la izquierda, haya basculado hoy, de forma tan grosera, hacia la extrema derecha. La pregunta es pertinente: ¿Tanto ha empeorado España en 120 meses? Porque, ¿qué ha hecho el Gobierno bolivariano en esta década? Si ustedes, dice José K., se avienen a mirar la realidad, esto es, situación económica, paro, relaciones exteriores, pacificación de Cataluña, subida de las pensiones, del salario mínimo, etcétera, etcétera, tampoco lo han hecho tan mal. Claro que eso sería mirar la realidad y no perderse en las fabulaciones de las fuerzas reaccionarias. ¿De verdad vivimos una crisis social en España similar a la alemana de los años 30, aquel sustrato del que nació el nazismo o, para no irnos tan lejos, como la que sufríamos en este país en, por ejemplo, los años 2010 o 2011? Claro que hay problemas sociales y no son pocos. Se han cometido errores, muchos errores. Y están los casos de corrupción. Pero recuerden, dice José K., que por primera vez hay 22 millones de trabajadores y la tasa de desempleo ha caído al 10,29%, la más baja desde 2008. Cierto que la izquierda a la izquierda del PSOE, aquel poderoso movimiento del 15-M, hoy es difícil de rastrear en los rescoldos de Sumar y Podemos, pero aun así tiene difícil justificación racional este giro tan brutal del electorado hacia las fuerzas reaccionarias. ¿Entonces, qué ha pasado en un periodo tan corto de tiempo? Parece triunfar el masoquismo de acusar a la izquierda de todos los errores del mundo. Pero José K. tiene otra opinión: a lo mejor es que la derecha, en estos años, se ha reconvertido, millones y millones de pasta gansa a su disposición, ha abierto las puertas a la inquina, a la mentira como arma política, a la exacerbación del odio. Los dirigentes del PP se han aliado con Vox –sin el menor rubor- y el tsunami de todas las fuerzas reaccionarias, jueces, Iglesia, bufetes jurídicos, universidades privadas sostenidas con dinero de extrañas procedencias, medios y seudomedios de información sin freno ni medida en la extensión de bazofia, bulos, mentiras y groseros insultos, más el fenómeno mundial y creciente en progresión geométrica de unas redes sociales en las que la derecha extrema, empujada por los tecnofascistas como Elon Musk o Peter Thiel, milmillonarios y amos del universo, está logrando sus objetivos. O sea, panaderías enteras para nuestros pajaritos. Convendría, aconseja melancólico nuestro hombre, que antes de depositar el voto en las próximas elecciones, vaya usted a saber cuándo serán, echaran un poco la vista atrás, repasaran la historia, rememoran algunas de las peores matanzas del siglo XX -¡hay tantas!- y recordaran la famosa frase de Voltaire: “La historia no se repite. Los hombres, sí”. Se retira José K., más bien tristón, que la vida es dura como pedernal, pero siempre encuentra la mano en el hombro del Catavenenos, verde por sus tóxicos, pero animoso. “La Comunidad de Madrid”, le escribe en una notita, “siempre atenta a la más alta cultura, ha concedido el premio en el apartado de Literatura de 2025 a Alfonso Ussía. Cómo serán sus escritillos de repugnantes, zafios y rastreros”, le dice a José K., “que ni siquiera quiero repetirlos”.
eldiario
hace alrededor de 13 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Opiniones