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Títulos y mentiras

Cualquiera de los ciudadanos de a pie, cuando opta a un puesto en la administración pública, tiene que presentar todos los documentos que avalan su currículum. ¿Por qué lo que es necesario y habitual para todo tipo de trabajo no lo es para nuestros políticos? Desde que mentir parece que ya no le da vergüenza a nadie -no solo eso, sino que se ha vuelto casi normal en ciertos ambientes- asistimos a una avalancha de mentiras de todo tipo, pero la que a mí me resulta particularmente curiosa es la de los títulos universitarios. Todos sabemos que muchos, muchísimos de los cargos políticos de nuestro país son ocupados por personas que entraron en ese mundo por la vía no ya de la meritocracia —que estaría muy bien— sino simplemente de la presencia y la perseverancia, de la tozudez. Tomemos el ejemplo de un chaval de dieciséis años que no tiene muy claro qué quiere hacer de su vida, no le acaba de gustar el instituto, no sabe hacia dónde dirigirse profesionalmente y, un día, decide entrar en las Juventudes de un partido, el que sea, el que más cerca esté de sus intereses o en el que más amigos suyos estén militando. Poco a poco empieza a conocerlo todo el mundo a base de encuentros y reuniones; antes o después llega a ocupar algún pequeño puesto en el ayuntamiento de su pueblo, después quizá una concejalía. Se va haciendo mayor, sus compañeros lo aprecian porque lleva ahí ya media vida, se casa, tiene un hijo y hay que buscarle otro puesto en el que gane un sueldo un poco mejor porque ahora tiene una familia que mantener. ¿Qué más da el puesto? ¿Qué más da que el chaval, que ya no lo es tanto, no tenga ni idea de lo fundamental para desempeñarse en ese nuevo cargo? Para eso hay técnicos, funcionarios, asesores… Lo importante es que tenga una sana disciplina de partido, que sepa hablar y callar cuando conviene, que tenga un aspecto mínimamente presentable y, a ser posible, que no se deje corromper a las primeras de cambio para comprarse un coche nuevo o un piso en la playa. Esta es una versión, quizá la más habitual hasta ahora y la más “masculina”. Otra es más reciente y más “femenina”: una chica con la misma situación de partida, que tampoco sabe muy bien a qué quiere dedicarse en la vida, pero tiene claro que quiere subir y llegar a puestos relevantes, “de los que salen en las redes y en las noticias”. Como todos los partidos (para que no se les tache de machistas y trasnochados) necesitan gente joven, mujeres jóvenes, aceptan a estas chicas un poco desnortadas en lo profesional, que con su desparpajo, su juventud y su ambición dan un aspecto renovado a los partidos políticos y atraen votantes de las generaciones más jóvenes. Antes eso lo sabía todo el mundo, y todos sabíamos que la mayor parte de ellos y ellas ni siquiera había terminado la educación secundaria. También ellos y ellas lo sabían y no les parecía necesario ni justificarse ni mucho menos mentir. No se consideraba necesario que un político, ni siquiera de nivel nacional, tuviera estudios universitarios o hablara idiomas extranjeros, igual que un señor feudal en la Edad Media no tenía por qué saber leer y escribir, ya que para eso tenía a sus secretarios y escribientes. Pero poco a poco se fueron dando cuenta de que en otros países la clase política tenía estudios universitarios, hablaba lenguas, tenía másteres y doctorados, había recibido una educación superior en Derecho, Economía, Filosofía, Ingeniería… cualquier rama del saber que, aunque no evitara que el individuo en cuestión fuera profundamente imbécil (el tener título no exime de ciertas cosas) al menos garantizaba un mínimo de formación. Al entrar en la época de la autopropaganda y del triunfo de la mentira, nuestros políticos y políticas empezaron a pensar: “¿por qué no voy a poder poner en mi curriculum que tengo un doble grado y un master por Princeton, si es lo que de hecho siempre he querido hacer, pero no he tenido tiempo hasta ahora por mi entrega total al servicio público?”. Y han acabado por creérselo. Por eso, personas como la señora Núñez hablaban de una equivocación al dar sus datos y no de una mala voluntad. Es como si uno dijera que está felizmente casado y tiene tres hijos cuando es soltero sin descendencia, porque una familia propia es lo que siempre quiso tener. Como Pippi Calzas Largas, cada uno se construye el mundo como le gustaría que fuera. Solo que cuando se trata de una función pública, a eso se llama engaño, embuste, mentira, falta de transparencia… cara dura en castizo y si cuela, cuela, por no hablar de falsificación de documentos, que es delito. Lo que me llama la atención del asunto es ese deseo de aportar títulos universitarios unido a la poca constancia y falta de trabajo para conseguirlos. Es algo parecido a cuando quisieras ser un virtuoso del piano, pero te da pereza la cuestión de practicar ocho horas al día. Total, ¿para qué? si con decirlo es como si ya lo fueras y nadie te va a pedir nunca que lo demuestres. Porque decir que hablas alemán sin que sea verdad es mucho más arriesgado, hay más ocasiones de quedar en ridículo y que se descubra la mentira, pero si dices que tienes un master en dirección de empresas ¿quién va a notar que no es cierto? ¿Cómo? Lo que está claro es que una persona que miente con esa naturalidad y que carece de los conocimientos necesarios para cubrir un puesto no debería ocuparlo. Cualquiera de los ciudadanos de a pie, cuando opta a un puesto en la administración pública, tiene que presentar todos los documentos que avalan su currículum. Todo el que se presenta a un puesto de trabajo y envía su “vita” debe acompañarla con fotocopias (a veces compulsadas por notario) de los títulos que aporta. ¿Por qué lo que es necesario y habitual para todo tipo de trabajo no lo es para nuestros políticos? Se habla en los estatutos del PP sin ir más lejos de la “declaración responsable en la que manifiesten cumplir la honorabilidad y la debida formación y experiencia en la materia para la que hayan sido elegidos”, cosa que me parece magnífica pero que, al parecer, por desgracia, no se cumple. Y me temo que esto es porque la honorabilidad hace mucho que se perdió y porque la formación y experiencia han quedado sustituidas por la cantidad de años que cada uno lleve en el partido, los amigos que tenga o los éxitos que el partido espere de este o aquel candidato. Dentro de un mes, en septiembre, volverá a las aulas un montón de gente joven que tendrá que trabajar seriamente durante años para conseguir una titulación que después no le garantiza absolutamente nada. Tenemos muchos médicos sin plaza, muchos profesores sin puesto fijo, muchos científicos sin subvenciones estatales, muchas personas formadas, disciplinadas, que siguen avanzando en su rama, muchas otras personas que trabajan y estudian a la vez, online o haciendo cursos que les cuestan la mitad de lo que ganan, una gran cantidad de población que se esfuerza día a día, año tras año y siempre resulta poco cuando se presentan a un puesto porque siempre hay quien tiene más que ofrecer, más títulos, más experiencia, más idiomas, más lo que sea. Y esas personas, conciudadanos nuestros, tienen que aguantar que exista esa otra casta de desfachatados que se inventan títulos, másteres y especialidades que nunca han cursado, que tienen puestos bien remunerados, que cuando salen de un cargo es porque les han dado otro mejor y que se llenan la boca con sus éxitos académicos falsos. No es justo, señoras y señores. No podemos decirles a nuestros hijos que estudien si quieren llegar a algo en la vida y luego confrontarlos con la realidad del engaño, del nepotismo, del amiguismo, de que mintiendo se llega a más sitios, a mejores sitios, que siendo honrado No podemos consentir que quienes hacen las leyes se salten las normas. Eso destruye la sociedad, la convivencia, el país.
eldiario
hace alrededor de 15 horas
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