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Desmontando el mito económico de EEUU

Desmontando el mito económico de EEUU
Creo que con Estados Unidos se puede ser optimista a corto plazo. Es muy probable que Trump pierda las midterms (las elecciones que eligen a la mitad del congreso y el senado a mitad de legislatura) Cuando, en 2022, Rusia invadió Ucrania, hubo algunos comentaristas que urgieron insistentemente a no intervenir entre ambos para “no despertar al oso ruso”. El oso pardo, que había sido el símbolo del Imperio Ruso primero y de la Unión Soviética, después, se había convertido en el símbolo de un país que todavía pretendía ser grande, fuerte, impredecible, violento y peligroso.  Unos cuantos meses después, se había hecho evidente que aquello no era ni la sombra de la potencia militar que había sido la URSS. No solo Rusia se demostró incapaz de tomar algunas plazas que todos esos analistas daban por perdidas el día que empezó la invasión: las pantallas de todo el mundo comenzaron a llenarse de imágenes de tanques rusos de la Primera Guerra Mundial camino al frente, porque ya no quedaban más tanques modernos en los hangares; soldados pidiendo por Twitter que les mandaran provisiones y equipamiento militar transportado en burro cuando ya no quedaron ni camiones. Rusia terminó por mostrarse como lo que es: un estado fallido gobernado por una élite cleptocrática dispuesta a hacer negocio hasta con las raciones de los soldados. El oso ruso resultó estar borracho de vodka como una cuba. Hoy nos está pasando algo muy parecido con Estados Unidos. El país que más invirtió en proyectar una imagen impresionante de sí mismo se ha ido consumiendo en los últimos años hasta ser una sombra de lo que fue. Hoy es una carcasa vacía. A menudo se dice que Estados Unidos es el país más rico del mundo. La media de la riqueza transmite esa imagen. Pero las medias aritméticas son engañosas. Si mañana Amancio Ortega se suscribe a elDiario.es, la media de la riqueza de todos los lectores de este periódico se disparará, mientras tu patrimonio y el mío no cambiaran en un céntimo. Algo así ocurre en EE.UU. La concentración de dos élites económicas, casi como si fueran dos Luxemburgos, a ambos lados del país —una en Silicon Valley, y la otra en Wall Street— produce un efecto óptico de un bienestar que, en la realidad, no existe.  La mediana es una medida que nos da una imagen mucho más fiel. Esta magnitud ordena todos los individuos de una muestra, en este caso todos los habitantes de un país, y coge el que está justo en el medio. Como se ve en el siguiente gráfico, resulta que en Estados Unidos el ciudadano mediano no es más rico que en España, ni en Italia. Si ordenamos los países por su mediana de riqueza, y no por su media, EEUU queda más o menos en el puesto 14 del ranking.  ¿Es EEUU un país equivalente a un estado europeo, entonces? Tampoco. Una parte muy importante de esa riqueza son fondos de pensiones de capitalización individual. En EEUU, cada ciudadano tiene una especie de cuenta de pensiones en la que va haciendo aportaciones a lo largo de su vida y eso es una parte muy importante de su “riqueza”, hasta el 30%. Si quisiéramos compararlo con Europa, deberíamos computar que la mayoría de países europeos tienen otro tipo de sistema, de solidaridad intergeneracional, que no se suma a la riqueza del país.  El PIB, que es la otra gran medida de la potencia económica americana, también está magnificado por un sinsentido contable: cuando los servicios públicos, como la sanidad o la educación, se prestan por la administración pública y no tienen un precio para el ciudadano, como ocurre con la mayoría de países europeos, computan al PIB por los costes. De manera que la sanidad española le aporta al PIB lo que cuestan los médicos, los hospitales, el material sanitario, etc. Pero si ese mismo servicio lo provee el sistema privado y se intercambia en los mercados, entonces computa por el precio. De manera que, por disparatado que parezca, el sistema sanitario de EEUU representa el 21% del PIB del país, mientras los sistemas europeos suman en torno al 10%. Nadie diría que el sistema de salud americano es mejor que el nuestro, pero en la contabilidad nacional es así: No tener servicios públicos suma al PIB. El resultado es que el ciudadano medio de Estados Unidos, pese a la imagen de potencia económica que tiene su país, tiene una calidad de vida peor, o mucho peor, incluso, que los europeos de los países que consideramos menos ricos. Un país donde el 12% de la población depende de los bancos de alimentos para sobrevivir (y, entre ellos, el 30% de los negros y el 25% de los latinos). A esta realidad, que es muy antigua, hay que sumarle el declive de los últimos años. Esta semana varios periódicos han publicado instantáneas de esta decadencia. “La economía de Los Ángeles empieza a parecer una película de catástrofes”, rezaba el Wall Street Journal, mientras el New York Times contaba cómo el desplome del turismo internacional está acabando con Las Vegas.  La semana pasada una imagen del “Secretario de la Guerra” aleccionando a un montón de generales sobre cómo debían vestirse, afeitarse y ejercitarse para estar a la altura de “los ideales masculinos” se convertía en un crossover entre una escena de Veep y La Chaqueta Metálica, mientras Peter Thiel, el billonario mentor de JD Vance y gran gurú de la alt-right americana se preparaba para dar cuatro charlas sobre el anticristo con el anfiteatro vendido. Este es, desde cualquier óptica que queramos elegir, un país en pleno colapso. ¿Qué puede ofrecerle Estados Unidos a los trabajadores de los pequeños pueblos y ciudades del interior del país que están atrapados sin modelo económico, sin futuro y sin identidad en mitad de todo esto?   Nada. De ahí la desesperación y el odio. Creo que con Estados Unidos se puede ser optimista a corto plazo. Es muy probable que Trump pierda las midterms (las elecciones que eligen a la mitad del congreso y el senado a mitad de legislatura). Y que es muy probable que finalmente no se presente a una tercera reelección, aunque solo sea por su salud. Pero me parece muy difícil ser optimista con el futuro de ese país. Porque si ni siquiera estos mercaderes del odio que están en el gobierno pueden satisfacer la ira de estos votantes, ¿Qué vendrá después?

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