cupure logo
dellostrumpquesánchezporcomoeuskadigazaquién

El cariño tiene precio: tan importante es curar como cuidar

El cariño tiene precio: tan importante es curar como cuidar
Las condiciones de salud irán mejorando, pero lo habitual es que hasta los 85 años la gente mantenga una buena mala salud o, si se prefiere, una “mala salud de hierro”. Es decir, más malestares crónicos, más deterioros de las capacidades vitales, pero un notable mantenimiento de las condiciones vitales básicas Hay buenas noticias: viviremos más años. Hay malas noticias: no estamos preparados para que el alargamiento de la vida coincida con una mejora en las condiciones de cuidado y atención que todos desearíamos. Los demógrafos nos señalan que la mitad de los nacidos estos días llegarán a cumplir los 90 años. Si en 1980 en Cataluña las personas de más de cien años apenas superaban el centenar, hoy las personas centenarias se acercan a las tres mil. Y casi un 90%, mujeres. Cada día nos costará más hablar de vejez o de ancianidad. Tendremos muchos tipos de vejez y muchos tipos de ancianidad. Si bien es cierto que alcanzarán la ancianidad personas con buenas condiciones de salud y con capacidad de mantenerse activas, también aumentarán, sobre todo a partir de los 85 años, las personas que precisarán un complejo sistema de atención y cuidados. La pregunta es si queremos dotar de dignidad lo que objetivamente es una buena noticia: una mayor longevidad. Ahora hay unos nueve millones de personas en España de más de 65 años. En El 2035 las previsiones apuntan a trece millones, y en el 2065 superarán los quince millones. Las condiciones de salud irán mejorando, pero lo habitual es que hasta los 85 años la gente mantenga una buena mala salud o, si se prefiere, una “mala salud de hierro”. Es decir, más malestares crónicos, más deterioros de las capacidades vitales, pero un notable mantenimiento de las condiciones vitales básicas. Ello ya nos indica algo en lo que vamos mal. Tenemos un sistema de salud más pensado para personas con enfermedades agudas que para enfermedades crónicas. Por tanto, un sistema muy caro para un tipo de deterioro que exige una atención más sociosanitaria que de alta sofisticación técnica. Lo normal, lo deseable, es que muchas de esas personas pudieran permanecer en su hábitat natural, en su entorno social y familiar, y recibieran el apoyo necesario para sus disfunciones o crisis más o menos recurrentes. Una combinación de cuidado constante con dosis variables de atención sanitaria más específica. ¿Estamos preparados para ello? La mejora en los sistemas de salud ha ido consiguiendo que vivamos más años y en mejores condiciones. Por tanto, en muchas ocasiones y durante bastante tiempo cuidaremos de nosotros mismos y de nuestro entorno más cercano. Pero, el cambio en las expectativas de longevidad no puede desconectarse de otros muchos cambios. Y, entre ellos, del cambio en las estructuras familiares, cada vez más fragmentadas y reducidas, y del cambio en los roles de la mujer, cada vez más integrada en el mercado laboral convencional y con niveles de estudio que superan ya a los de los hombres. Un aspecto significativo es el de la soledad. Ahora hay más de dos millones de personas que viven solas en España. En el 2035 esa cifra se espera que llegue casi los tres millones, y en el 2065 nos acercaremos a los cuatro millones. ¿Cuál es la perspectiva de cuidado al respecto? La Unión Europea plantea escenarios en los que esa atención se mantenga en el hogar, mezclando ayuda familiar con ayuda pública, pero sin institucionalizar en residencias esa labor asistencial.  Cada día será más importante hablar del cuidado y de los sistemas en los que basamos esa atención cercana y cálida a las personas que lo necesiten. Y no podremos seguir basando ese sistema en lo que Fernando Fantova califica, con razón, de sistema “patriarcal y colonial”. Es decir, un trabajo predominantemente femenino (80%) y, en muchos casos, protagonizado por migrantes (65%). Hemos de poner en valor esa fundamental tarea del cuidado, y ello exige pagar en consonancia al valor que habitualmente le damos cuando afirmamos que lo primero es la familia. Cuidar de niños y niñas, de personas ancianas, es cuidar de lo que más caracteriza la dignidad de las personas. No podemos seguir manteniendo la ficción que todo aquello que afecta la vida de las personas y las familias de modo tan significativo dependa de las chapuzas con las que vamos trampeando. Como afirma Battistoni en una lúcida entrevista, el problema no es solo que el trabajo de cuidado sea predominantemente femenino y migrante, sino que la clave es que está mal pagado. Y esa desconsideración económica refleja que el sistema capitalista no ha considerado hasta ahora como rentable dedicarse a ello. La cosa está cambiando en España, ya que han empezado a proliferar empresas privadas que gestionan esas prestaciones, pero con precios y condiciones que rozan la miseria o la esclavitud. Ideas como que “el cariño no tiene precio”, “no hacen falta estudios para cuidar a alguien”, “cualquiera lo puede hacer”, lo que acaban generando es la clara precarización y las pésimas condiciones de ejercicio y de reconocimiento de esa actividad. Los poderes públicos han de tratar de remediar esa situación entendiendo que hay mucho que ganar al respecto. Tanto en las condiciones de vida de las personas, como en un mejor aprovechamiento de los recursos que hoy empujan a usar al sistema sanitario, con lo costoso que es, para remediar situaciones que exigirían un a lógica más sociosanitaria y de cuidado, situando a la dignidad de las personas en primer lugar. En el fondo, hemos de empezar a asumir que cuidar es tan o más importante que curar.
eldiario
hace alrededor de 7 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Opiniones