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El genocidio por el que no salimos a la calle

El genocidio por el que no salimos a la calle
Es un día de cierta esperanza en Oriente Próximo y la presión internacional, en especial -pero no solo- la de Estados Unidos, merece ser reconocida. Entretanto, la paz y la justicia siguen estando muy lejos en demasiados rincones del mundo por los que apenas hay movilización entre la impotencia y el desinterésDos años de guerra en Sudán desembocan en la peor crisis de desplazamiento y hambre del mundo Hace casi 600 días que 260.000 personas sufren el sitio de su ciudad por una fuerza paramilitar en el país que vive la peor hambruna del mundo. En su ciudad, mueren de hambre o bajo las bombas. Si intentan huir, se exponen a violaciones y asesinatos. Más de 150.000 personas han muerto en los últimos dos años, y ni siquiera la ONU puede dar una estimación exacta de cuánto es ese “más”. El antiguo enviado de EEUU para la zona cree que los muertos se acercan a 400.000. Hay más de 12 millones de desplazados. El sitio sucede en El Fasher, la capital de Darfur del Norte, en Sudán, donde el conflicto volvió a estallar en abril de 2023 y varios países y organismos internacionales consideran que se está cometiendo un genocidio. La Corte Internacional de Justicia de la ONU abrió en abril un proceso contra Emiratos Árabes por “complicidad con el genocidio” entre acusaciones de que ese régimen está apoyando a la fuerza paramilitar responsable de asesinatos en masa, pero dictaminó que no podía seguir con el caso porque Emiratos no ha reconocido un artículo clave de la Convención contra el Genocidio. Emiratos niega las acusaciones, basadas también en investigaciones periodísticas e informes de Naciones Unidas. No vemos ni en España ni en otros vecinos europeos manifestaciones masivas contra el genocidio en Sudán. Tampoco presión en los parlamentos o en los escenarios para pedirle cuentas a Emiratos Árabes, con quien el Gobierno español sigue haciendo negocios. Este mismo junio, el ministro de Economía viajó a Emiratos para “reforzar las relaciones bilaterales” y promocionar las inversiones españolas. En julio, la UE lanzó sus negociaciones con Emiratos para un acuerdo comercial. Estados Unidos está entre los que definen lo que pasa en Sudán como un genocidio -lo hizo la Administración Biden y la Administración Trump ha seguido llamándolo así-, pero apenas ha prestado atención a este conflicto que no suele salir en las portadas de los periódicos ni provoca marchas, boicots y campañas de activistas famosos. La cancelación de la ayuda humanitaria internacional de Estados Unidos ha recrudecido la emergencia. Los gobiernos de la región miran hacia otro lado, o todavía peor. La esperanza llega de organizaciones como la red sudanesa de voluntarios locales Emergency Response Rooms. “El fracaso es global. Los países árabes y africanos han hecho más para agravar el sufrimiento en Sudán que para aliviarlo”, escribe Nicholas Kristof, el periodista del New York Times cronista de los horrores en todo el mundo, también en Darfur. “En 2005, la ONU declaró una ‘responsabilidad de proteger’ a civiles que sufren atrocidades, pero esa retórica grandilocuente parece más un sustituto de la acción que un estímulo para ella”. El de Sudán es un conflicto enquistado de difícil arreglo, pero la experiencia de hace dos décadas muestra que, en particular, cuando Estados Unidos se empeña puede haber un camino -entre otras cosas porque sigue siendo la potencia con la capacidad para presionar a los países en la región que no tienen los gobiernos europeos. Aunque con limitaciones y de manera precaria, su intervención en Darfur hizo que volviera la paz y que la justicia internacional avanzara en procesos contra los criminales de guerra, incluido el expresidente Omar al-Bashir, que se cree que está ahora en una cárcel en el norte del país. Esta semana el primer líder militar fue condenado en La Haya por crímenes de guerra en Darfur en 2003 y 2004. El argumento del “doble rasero”, que la Unión Soviética promocionó con éxito durante la Guerra Fría, es uno de los más perezosos e inconsistentes que se pueda encontrar. No seré yo quién lo repita. Es hasta absurdo decir que hay sólo dos raseros.  La preocupación de las opiniones públicas va a menudo relacionada con la cercanía, el consumo de información y la conexión humana. La de los políticos, por los intereses que se juega su país y por cómo les favorece o perjudica la presión pública del momento. La supuesta preocupación por el sufrimiento humano en general se concreta inevitablemente más por el de algunos, refleja a menudo sesgos históricos y oculta intereses partidistas que poco tienen que ver con las personas y los lugares afectados. El rasero universal de proteger a los civiles, detener masacres y hambrunas y juzgar a los criminales de guerra debería corresponder a organismos internacionales como Naciones Unidas, que, sin embargo, lleva años fracasando en su misión más importante. Se le puede echar la culpa a los países que bloquean el Consejo de Seguridad, especialmente a Estados Unidos, Rusia y China, pero los problemas son mucho más profundos. En este mundo desequilibrado, la llave la sigue teniendo a menudo Estados Unidos, una fuerza cada vez más imprevisible e inestable. La alternativa tampoco resulta halagüeña, vistos los países en ascenso, autoritarios, brutales hasta con su población, como India y China.   Es un día de cierta esperanza en Oriente Próximo y la presión internacional, en especial -pero no sólo- la de Estados Unidos, merece ser reconocida. Entretanto, la paz y la justicia siguen estando muy lejos en demasiados rincones del mundo por los que apenas hay movilización entre la impotencia y el desinterés.

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