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El Gran Apagón: la fragilidad energética que nadie quiso ver

El Gran Apagón: la fragilidad energética que nadie quiso ver
Una conjunción de intereses empresariales de las grandes energéticas y unos políticos que han encontrado la ocasión de parecer los abanderados del medioambientalismo han provocado la fragilización de la red que llevó al Gran Apagón del 28 de abril El Gran Apagón del pasado 28 de abril no solo supuso una disrupción total del funcionamiento de nuestra sociedad, sino que fue mucho más que eso. Fue la constatación de la fragilidad del modo en que organizamos nuestras vidas. Nos asomamos a un abismo que queríamos creer que estaba mucho más lejos y era mucho menos profundo. Y aunque ahora estén los de siempre intentando restar importancia a lo que ocurrió, o convencernos de que no vimos ese abismo, sabemos perfectamente lo que vimos. A día de hoy se está discutiendo cuál pudo ser el disparador concreto de la caída masiva de la red eléctrica, pero lo que de verdad interesa es saber si la red era y es lo suficientemente robusta. Y la respuesta corta es que no. Nuestra red eléctrica no es lo suficientemente robusta. Durante demasiadas horas y durante demasiados días del año sus sistemas de estabilización no son capaces de responder a eventos raros ‒pero no excepcionales‒ de perturbación de la red. Esto es lo que se conoce como inercia de una red eléctrica. La oferta y la demanda de energía eléctrica deben estar sincronizadas cada instante y si alguna de ellas varía, inmediatamente se activan mecanismos de compensación. Cuando se diseñó la red eléctrica, todos los métodos de generación de electricidad (hidroeléctrica –la vieja renovable–, centrales térmicas, nucleares, ciclos combinados) se basaban en lo mismo: un líquido o gas, cuyo flujo puede ser regulado, empuja una turbina de varias decenas de toneladas, que genera así una señal eléctrica oscilante (corriente alterna) con una forma muy precisa (sinusoidal) y perfectamente repetitiva. Ese comportamiento permite dotar al sistema de estabilidad, porque hace más fácil sincronizar el movimiento de todos los generadores (si alguno va desfasado, se producen cortocircuitos de gran potencia que pueden fundir los elementos que no van “al paso”). Además, eso permite hacer bajadas de producción suaves y graduales (las turbinas, con su gran peso, tienen mucha inercia y conservan el movimiento mucho rato aun cuando se cierren las válvulas al agua o gas). En añadidura, estos sistemas (con la notable excepción de la nuclear) son despachables (es decir, pueden ajustarse a voluntad, básicamente abriendo o cerrando escotillas o válvulas), y son flexibles, esto es, pueden adaptarse fácilmente a los cambios de demanda y oferta de la red, ajustándose casi automáticamente a esos cambios.  Por el contrario, las nuevas renovables (eólica y fotovoltaica) dependen de que en ese momento haya viento o sol (son intermitentes, en oposición a los sistemas despachables), no son inerciales y son asíncronas. La que peor sale parada es la fotovoltaica, porque la corriente que genera es continua y, por tanto, necesita generar la onda de corriente alterna sintéticamente, usando unos dispositivos electrónicos denominados inversores. Por eso, con la nueva renovable conseguir mantener la sincronía con la red es siempre un reto, y la adaptación a los cambios es casi imposible: son sistemas inflexibles. ¿Puede dotarse a la nueva renovable de inercialidad y de cierto grado de flexibilidad? Posiblemente nunca podrá funcionar exactamente igual que los viejos sistemas, pero se puede mejorar mucho sus características con el uso de sistemas de estabilización adecuados, desde las baterías y los supercapacitores, pasando por los volantes de inercia hasta los motores reactivos, sales fundidas y otros sistemas de almacenamiento de energía de lo más diverso, que permiten absorber la energía cuando sobra y devolverla cuando falta. Cada sistema tiene sus tiempos de respuesta y de duración específicos, y un sistema bien equilibrado requerirá de una mezcla adecuada de todos ellos. Sin ellos, en los momentos en los que hay una gran penetración de la nueva renovable, el sistema no tiene margen de maniobra y cualquier pequeña inestabilidad puede ampliarse sin control hasta hacer caer la mayor parte de la red, como pasó el 28 de abril. Además, a estos sistemas de estabilización, para un sistema puramente basado en renovables intermitentes, hay que sumar otros elementos de almacenamiento a medio y largo plazo, que aseguren el suministro de energía cuando la producción baje, por ejemplo, debido a la reducción de horas de sol en invierno, generando y almacenando excedentes en verano. La conclusión es, pues, que nuestra red eléctrica es más frágil de lo que debería, y que es el modo en que se han introducido de forma masiva las energías fotovoltaica y eólica lo que ha ocasionado ese aumento de la fragilidad. Tenemos ahora dos grandes preguntas. La primera es: ¿esto se sabía? Y la segunda: ¿por qué se han introducido así?  La respuesta a la primera pregunta es un categórico sí. No solo quienes firmamos el presente artículo habíamos avisado en repetidas ocasiones de esta situación, sino que la propia compañía encargada de la gestión, Red Eléctrica de España, había alertado del riesgo de desconexiones severas en su informe anual a los inversores de 2024, precisamente por la introducción masiva de las renovables sin el suficiente respaldo (a falta de sistemas de estabilización, se puede mantener la estabilidad de la red usando centrales convencionales de respuesta rápida, pero para ello deben estar listas y eso, en el caso de la elección más habitual, los ciclos combinados, implica quemar cierta cantidad de gas para mantener cierta inercia rotatoria con su coste correspondiente). También la CNMC [Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia] había avisado de problemas para el control de la tensión por el mismo motivo. Respecto a la segunda pregunta, la respuesta es bastante sencilla: para ahorrar dinero. Y no estamos hablando de una cantidad pequeña, sino de cantidades enormes de dinero. Porque si queremos ir a un modelo en el que durante la mayor cantidad de tiempo posible la electricidad que produzcamos sea de origen renovable, eso implica acompasar el despliegue de plantas con la instalación de esos sistemas de estabilización, que son extraordinariamente caros.  En el hecho de que el apagón del pasado 28 de abril llegara a ocurrir intervinieron varios factores que no son técnicos, sino puramente humanos. El primero es la codicia de las compañías eléctricas, que obviamente han presionado para vender el máximo de producción renovable posible y no sufrir desconexiones ‒curtailments‒ por motivos técnicos de estabilización de la red. Es lo que cabe esperar cuando se ha dejado en manos casi exclusivamente del mercado un servicio esencial. Y lo hemos permitido incluso sacrificando sectores vitales como la agricultura, o peor aún, poniendo en riesgo los modos de vida que garantizan la biodiversidad de la que dependemos, la vida autoorganizada de comunidades secularmente adaptadas, incluidas las humanas. Pero los factores humanos no son solo estos. ¿Por qué el legislador no obligó a introducir los mencionados sistemas de estabilización a la vez que se aumentaba la capacidad de generación renovable? Aquí la respuesta es más compleja, pero también la podemos dar. Desde hace años, muchas personas sensibilizadas por los temas medioambientales, entre ellas quienes firmamos el artículo, hemos denunciado que la forma en que se pretendía reducir la dependencia energética de los combustibles fósiles ni era la correcta ni, en definitiva, iba a servir para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. En primer lugar, las nuevas tecnologías de captación de energías renovables (que son sobre todo eólica y fotovoltaica), no son ni mucho menos tan baratas como han querido hacer creer si tenemos en cuenta los costes ocultos de estabilización de la red. Se nos ha vendido que se había dado con la solución mágica para los problemas de las actuales fuentes de energía, con la que íbamos a conseguir la neutralidad, o casi, a nivel medioambiental y seguir con nuestras vidas normales y el sagrado crecimiento económico para siempre. Pero el problema es que nos han mentido. Una conjunción de intereses empresariales de las grandes energéticas y unos políticos que han encontrado la ocasión de parecer los abanderados del medioambientalismo, han provocado la fragilización de la red que llevó al gran apagón del 28 de abril. Ahora tenemos cuatro grandes problemas. Por una parte, tenemos a los reaccionarios de siempre, que niegan que exista un problema medioambiental y que haya escasez de combustibles fósiles, y que pretenden vendernos que seguimos en un mundo que desapareció hace ya más de 50 años, en la primera crisis del petróleo en 1973. Aunque saben que esto es falso, tratan de colocar su mercancía averiada en la esperanza de poder seguir manteniendo sus privilegios el mayor tiempo posible, aunque sea a costa de provocar un cambio climático descontrolado y, a la postre, un mundo inhabitable para el ser humano. En segundo lugar, tenemos a los razonables, que hablan de ir introduciendo energías que no emitan gases de efecto invernadero, pero siempre y cuando la economía no se resienta. Pero, ¿qué van a pensar estos cuando se den cuenta de que son caras si se introducen debidamente y, por tanto, siempre van a perjudicar a la economía? Sobre todo en un mundo cada vez más difícil en el que ese crecimiento es cada vez más complicado de conseguir.  Luego tenemos a los tecno-optimistas, que creen que la tecnología lo solucionará todo y que hay que apostar por la energía nuclear de fisión de uranio hasta que lleguen primero las centrales de torio y, luego las de fusión nuclear. A estos optimistas les preguntaríamos quienes escribimos estas líneas: primero, si creen que la proliferación nuclear es la mejor de las ideas en un mundo cada vez más inestable. Segundo, si han sumado las necesidades de uranio para cubrir la demanda energética fósil mundial y se han dado cuenta de que no son ni remotamente suficientes. Y, tercero, si creen que esas tecnologías futuras en las que confían van a ser realidades solo porque al ser humano, según ellos, le convenga tenerlas.  Por último, tenemos a quienes algunos llamamos greenewdealers (en referencia al Green New Deal), que confían en las energías fotovoltaica y eólica como el Santo Grial de la energía, sin darse cuenta de que estas energías no son solo mucho más caras de lo que nos han contado, sino que, además, tampoco disponemos de las materias primas requeridas por estos sistemas, algunas de ellas muy escasas, en cantidad suficiente como para sustituir a los combustibles fósiles. Y, no digamos ya, si además pretenden sostener el sacrosanto crecimiento económico. Entonces, ¿no existe salida? La respuesta corta es que sí que existe. Por supuesto que existe.  En primer lugar, es preciso replantearse a fondo la forma actual del despliegue de las energías renovables y, en general, la configuración de todo el sistema energético en su funcionamiento actual, ya que ha dejado de ser un servicio público para ser un medio de concentración de riqueza en cada vez menos manos. En el fondo subyace que el crecimiento económico como objetivo irrenunciable del ser humano es algo muy nuevo en nuestra historia. Pero existen otros modos de organizar nuestras sociedades de forma que no sea necesario el crecimiento. Modos en los que han pensado muchas personas desde hace mucho tiempo. Unos modos que consisten en priorizar lo importante para todas las personas sobre lo superfluo; en respetar y cuidar el mundo que garantiza nuestras vidas no solo para la generación actual sino para las generaciones futuras, pues nuestra existencia depende completamente de él; en reconocer la realidad de que el impacto que ejercemos sobre el mundo es ya es demasiado grande y hay que reducirlo radicalmente, sin consentir los ofensivos beneficios de un engranaje institucional y empresarial que, mientras hace gala de sostenibilidad en los medios, nos arrastra hacia una inmolación colectiva. Por eso esta única salida viable exige cambiar el modo en que nos pensamos y pensamos el mundo y esto es precisamente lo que hace que esté fuera del gran debate público, dominado por intereses de gentes que gozan de enormes privilegios y no serían posibles en ese mundo diferente. Un mundo en que recuperemos la conciencia de lo que es importante de verdad a la vez que no dejamos a nadie atrás. ¿Es posible? Por supuesto que es posible. Todavía es posible, pero cada vez queda menos tiempo y hay que comenzar cuanto antes.  Firman también este artículo: Antonio Aretxabala, Juan Carlos Barba, Juan Bordera, Irene Calvé, David Feria, Guillem Planisi, Pedro Prieto y Daniel Rueda
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hace alrededor de 5 horas
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