cupure logo
losquedelapagónsánchezpapamejorparalasmás

Sin ciudadanía no hay seguridad

Sin ciudadanía no hay seguridad
La combinación de emergencia climática, globalización y movilidad intensa y profunda de información, personas y productos y la aceleración del cambio tecnológico y su demanda inagotable de energía, nos está conduciendo a un escenario en el que aumenta la sensación de descontrol y de riesgo El apagón del 28 de abril es un eslabón más en una cadena de riesgos y amenazas que se va ampliando y diversificando. La DANA fue una catástrofe sin paliativos. Lo del apagón podría haberlo sido, pero probablemente el momento en el que se produjo y la constatada reacción mesurada y tranquila del conjunto de la ciudadanía lo impidieron. Este domingo, el robo de cable de cobre en cuatro puntos distintos del tendido ferroviario en Toledo dejó a miles de usuarios sin servicio ferroviario. Todo ello aumenta la sensación de riesgo, ya que demuestra la fragilidad de sistemas que acumulan una gran complejidad. Y los riesgos, a medida que va comprobándose la posibilidad de que acaben materializándose, se convierten en amenazas, y es ahí cuando aparece su potencial político transformador. No es en este sentido extraño que haya quien escenifique convenientemente ese tipo de situaciones y convierta la sensación de amenaza en la demostración de que el sistema democrático no funciona, por pusilánime y excesivamente garantista, situando así a la seguridad y a la firme autoridad que la sustente por encima de cualquier otro elemento de valor. Hace casi cuarenta años el sociólogo Ulrich Beck publicaba su famoso libro: 'La sociedad del riesgo'.  Beck caracterizaba la sociedad moderna como aquella en la que los riesgos sociales, políticos, económicos e industriales tienden cada vez más a escapar de las instituciones de control y protección. Veinte años después, en 'La sociedad del riesgo mundial', afirmaba que “la amenaza y la inseguridad son condición de la existencia humana”, en un constante tejer y destejer entre oportunidad y peligro. Los cambios han sido y son tan acelerados, repercuten de manera tan intensa y significativa en la vida de la gente que las pautas, las cautelas, las instancias de amortiguación y control que social e institucionalmente se habían ido construyendo no son capaces ni de calcular ni de procesar la cascada de riesgos y de fracturas de la normalidad que pueden desencadenarse en el momento más inesperado. En muy poco tiempo hemos tenido ocasión de comprobarlo fehacientemente. La combinación de emergencia climática, globalización y movilidad intensa y profunda de información, personas y productos y la aceleración del cambio tecnológico y su demanda inagotable de energía, nos está conduciendo a un escenario en el que aumenta la sensación de descontrol y de riesgo. Y ahora ya no podemos, como antes, atribuir a dioses o demonios lo que nos afecta y atribula. Aunque comprobemos cada día que el deterioro del debate político acabe simplificándolo todo, reduciendo cualquier tema, por complejo que sea, en un debate de “quítate tú para ponerme yo”.  Ante la indiscutible sensación de inseguridad que ha ido extendiéndose, conviene construir colectivamente mecanismos de prevención y protección que sean coherentes con el sistema de derechos y libertades que caracterizan un sistema democrático. La democracia, en su componente contemporánea, debe incorporar voces, personas, colectivos, que con su implicación activa eviten que la respuesta a los riesgos y peligros se base solo en lo que se decida en despachos. Decía Beck que necesitamos una “ciencia de lo público” que se ocupe de buscar respuestas colectivas a la pregunta de “¿Cómo queremos vivir?”. En Noruega el Parlamento aprobó hace ya veinte años un 'Libro Blanco' sobre seguridad ciudadana entendida como “la habilidad social necesaria para mantener las funciones sociales críticas, para proteger la vida y la salud de los ciudadanos y para responder a sus necesidades básicas ante situaciones de tensión”. Este concepto de “seguridad” es notablemente distinto al de “seguridad nacional” que se relaciona con proteger los límites territoriales y las instituciones públicas, es decir con política de defensa y seguridad. Lo importante de la concepción noruega es la idea que la seguridad de la gente tiene que ver con políticas y medidas necesarias para mantener las constantes vitales de la sociedad. No quiere ello decir que no exista interconexión entre ambos planteamiento, pero es importante destacar, ahora más que nunca, que la seguridad ciudadana no se agota en la seguridad nacional convencional. La seguridad absoluta es la falta de libertad absoluta. Si buscamos combinar seguridad y respeto a los derechos y libertades necesitamos la complicidad ciudadana que evite una deriva autoritaria y securitaria. No estamos ante un problema estrictamente técnico. Es un problema también social y, por tanto, político. Solo la implicación colectiva en el debate sobre riesgos, amenazas y seguridad posible y deseable podrá alejarnos de concepciones securitarias que, finalmente, son hoy nuestro principal riesgo al impedirnos debatir colectivamente sobre de qué manera queremos y podemos vivir.  
eldiario
hace alrededor de 6 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Opiniones