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El plan de Trump para la paz en Gaza: un chantaje que hay que aceptar

El plan de Trump para la paz en Gaza: un chantaje que hay que aceptar
Los gazatíes estarán tutelados y sometidos a las decisiones de Trump, no podrán gobernarse a sí mismos, y la ocupación israelí, en el caso de que desaparezca, será sustituida por otra internacional igualmente excluida de su control El Plan de 20 puntos para la paz en Gaza, que presentó el 29 de septiembre el presidente de EEUU, Donald Trump, debería tener como primer resultado el final del genocidio brutal y sistemático que están llevando a cabo las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) por orden del gobierno de Benjamín Netanyahu sobre la población gazatí. Pero si se atiende a la literalidad de la propuesta, parece más bien que está redactado para perpetuar el dominio israelí sobre la franja y mantener a los palestinos controlados, sometidos, y colonizados. El plan ha sido elaborado por Trump, con las enmiendas que ha propuesto Netanyahu, sin contar en absoluto no digamos ya con el consenso, ni siquiera con la opinión de Hamás ni de ninguna organización o representante gazatí. Una imposición en toda regla, que esperemos se abra en los próximos días a negociar los cambios que propongan los palestinos, aunque no hay ninguna garantía de ello. La propuesta se refiere exclusivamente a Gaza, sin considerar su relación con el resto de los territorios palestinos, Cisjordania y Jerusalén Este, salvo una vaga mención al conjunto en el punto 19. La futura gobernanza de la franja se fía —punto 9— a un comité que estará compuesto por palestinos cualificados —no se dice quién o cómo los elegirá— y expertos internacionales, bajo la supervisión y el control de un nuevo órgano internacional de transición, el “Consejo de Paz”, dirigido por el presidente de EEUU, que se encargará de la reconstrucción y el desarrollo del territorio, siguiendo las directrices del propio Trump. Según el punto 15, la seguridad se confiará a una Fuerza Internacional de Estabilización (FIS) formada por EEUU con socios internacionales y árabes, que instruirá y apoyará a las fuerzas policiales palestinas autorizadas en Gaza y colaborará con Israel y Egipto para garantizar la seguridad de las zonas fronterizas. En resumen, los gazatíes estarán tutelados y sometidos a las decisiones de Trump, no podrán gobernarse a sí mismos, y la ocupación israelí, en el caso de que desaparezca, será sustituida por otra internacional igualmente excluida de su control. El plan es absolutamente desequilibrado en favor de Israel. Netanyahu conseguiría la devolución de todos los rehenes (punto 4) y la desmilitarización de Hamás (punto 13), con la entrega de todas sus armas —lo que equivale a su rendición— sin comprometerse a un calendario de retirada, ni garantizar el cese de la ocupación, ni aceptar un futuro Estado palestino, ni siquiera una Gaza autogobernada. La ambigüedad de los compromisos israelíes es evidente en el punto 16: “A medida que la FIS establezca el control y la estabilidad, las FDI se retirarán de acuerdo con las normas, etapas y plazos relacionados con la desmilitarización acordados entre las FDI, la FIS, los garantes y los Estados Unidos… las FDI cederán progresivamente a la FIS el territorio de Gaza que ocupan, de conformidad con un acuerdo con la autoridad de transición…”. Es decir, no hay plazos, no hay garantías, no hay mecanismos de verificación, no habrá sanciones por incumplimientos. Solo los acuerdos a los que eventualmente se llegue. Un desequilibrio con los compromisos que se exigen a Hamás —entregar a los rehenes en 72 horas— que solo puede entenderse desde la lógica del vencedor y el vencido. No obstante, el plan contiene al menos dos estipulaciones, que en la situación desesperada en la que está la población gazatí, son irrechazables, que consisten en la detención inmediata de la guerra, es decir del genocidio, (Punto 3: “Si ambas partes aceptan esta propuesta, la guerra terminará inmediatamente”), y en la entrada sin límites de ayuda humanitaria (Punto 7: “Tan pronto como se acepte este acuerdo, se enviará inmediatamente la ayuda completa a la Franja de Gaza… incluida la rehabilitación de infraestructuras (agua, electricidad, alcantarillado), la rehabilitación de hospitales”… Punto 8: “La distribución y la ayuda en la Franja de Gaza se llevarán a cabo sin interferencia de ninguna de las dos partes, a través de las Naciones Unidas y sus agencias, la Media Luna Roja y otras instituciones internacionales”…) Es difícil evaluar cuántas vidas palestinas pueden salvar estas dos medidas, si realmente se llevan a cabo, pero probablemente decenas de miles. Tantas, que toda la injusticia, la imposición, la inseguridad, el ventajismo para Israel, que emanan del plan, palidecen al lado de los beneficios que podría aportar a una población azotada por la hambruna, destrozada por las bombas, exhausta. Sobre todo, porque la alternativa, como ha dicho claramente Trump, es que dé luz verde a Netanyahu para que haga lo que quiera sin límites. Por supuesto que es un chantaje, pero hay ocasiones en que no cabe sino someterse a él. Otros contenidos del plan son también favorables para los gazatíes o para Hamás, como la liberación de 250 presos condenados a cadena perpetua, y de 1.700 gazatíes detenidos desde el 7 de octubre de 2023, incluidas todas las mujeres y todos los niños detenidos en este contexto (punto 5), o que a los miembros de Hamás que deseen abandonar Gaza se les ofrecerá un paso seguro a países de acogida, y los que entreguen sus armas se beneficiarán de una amnistía (punto 6), aunque hay serias dudas de que Netanyahu vaya a cumplir esta parte. Con todo, el aspecto más positivo y transcendente, después de las vidas que pueden salvarse, es la paralización de la limpieza étnica y de la expulsión de los gazatíes de su territorio, para permitir la anexión y colonización definitiva de la franja por Israel, el objetivo final de Netanyahu, según declaraciones de varios de sus ministros. Punto 2: “Gaza será reurbanizada en interés de la población de Gaza, que ya ha sufrido lo suficiente ”. Punto 12: “Nadie será obligado a abandonar Gaza, y quienes deseen marcharse serán libres de hacerlo y de regresar. Animaremos a la gente a quedarse…” Punto 16: “Israel no ocupará ni anexionará Gaza…”. Veremos. Mientras los palestinos sigan en sus territorios todavía pueden tener un futuro, ya que, si no logran constituir un Estado propio, antes o después Israel tendrá que reconocerles la plena ciudadanía, como pasó con los negros en Sudáfrica, porque un sistema colonial, discriminatorio, no se puede mantener indefinidamente. Y esto sería mucho más desestabilizador para el Estado judío que la solución de dos estados. A pesar de ello, y a pesar de que el punto 19 del Plan dice que, en determinadas condiciones, se podría “abrir una vía creíble hacia la autodeterminación y la creación de un Estado palestino, lo que reconocemos como la aspiración del pueblo palestino”, Netanyahu sigue diciendo que eso nunca pasará, tal vez porque está sometido a una gran presión de los miembros más radicales de su gobierno como Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotritch, que le exigen rechazar el plan y le amenazan con una crisis política que le costaría no solo su puesto, sino probablemente también su libertad, como consecuencia de los tres procesos penales que tiene pendientes. No cabe descartar, por tanto, que, aunque no se haya atrevido a rechazar el plan de Trump, el primer ministro israelí haya dado a su gobierno alguna garantía y pretenda no cumplir el acuerdo, al menos en su totalidad. ¿Es posible que, una vez que los rehenes sean devueltos y Hamás entregue sus armas, Netanyahu alegue o invente cualquier incumplimiento para reanudar la masacre? ¿O que mantenga indefinidamente la ocupación si al final no se establecen plazos para las fases de su repliegue? Por supuesto, esto y cosas peores son posibles, la extrema derecha israelí ya ha demostrado con creces su falta de escrúpulos y su desprecio a cualquier norma, acuerdo o presión internacional. Excepto a una: la que provenga de Trump. Del mismo modo que si él le exige pedir disculpas a Catar, Netanyahu lo hace —y delante de las cámaras—, si le manda parar en Gaza, el primer ministro israelí parará, no tiene alternativa, pues sin el apoyo explícito de Trump, el mundo se le echaría encima. Es de esperar que el presidente de EEUU, por muy arbitraria y errática que sea su política internacional, no tolerará una vulneración explícita del acuerdo por Israel. Al final, es su plan y se juega la poca credibilidad y el poco prestigio que le queda. Ya ha sido bastante humillado porque a Putin no ha podido imponerle su voluntad, pero a Netanyahu sí puede y es posible, incluso probable, que no se lo consienta.  En todo caso, los gazatíes no tienen nada que perder, su situación ya no puede empeorar. Aunque el gobierno israelí incumpliera el acuerdo, todo lo que podría pasar es que volvieran a las condiciones actuales, porque no pueden ser más graves, están sufriendo ya una limpieza étnica sin límites, un total exterminio. La devolución de los rehenes – vivos o muertos – es un acto de justicia y humanidad, que además quitará a la derecha extrema y la extrema derecha occidental el único argumento que les queda en favor de Israel. ¿Qué diría gente como Felipe González si devolvieran los rehenes y siguiera la masacre? Además, mantener rehenes no ha frenado la fría crueldad de los supremacistas israelíes. Y el desarme de Hamás, si se produjera, tampoco perjudicaría a los palestinos porque está claro que no tiene fuerza para oponerse a la implacable máquina de guerra que Netanyahu ha lanzado sobre toda la población de la franja. La desesperada situación en Gaza ha movido a los dirigentes de Hamás y de Yihad Islámica a aceptar la entrega de todos los rehenes, aunque naturalmente quieren negociar el resto de las condiciones que han venido impuestas, sobre todo la garantía de la retirada de las FDI en plazos concretos y acordados, ciertos límites a su desarme, así como un autogobierno palestino sin injerencia extranjera, aunque ellos no estén en él. El gobierno israelí se niega a aceptar cambios en el plan que había negociado previamente con Trump, pero ninguno de los dos está en condiciones de romper la baraja, así que al final todo dependerá una vez más de lo que decida el presidente de EEUU. Los líderes de Hamás y la Yihad son conscientes de las circunstancias dramáticas en las que están más de un millón de gazatíes, incluidos 200.000 niños, hacinados en Al Mawasi, sin casas, sin agua ni comida, ni electricidad, ni medicinas, abocados a la muerte o a abandonar la tierra en la que su pueblo ha vivido desde hace 1.600 años, sin tener dónde ir. Seguramente los que están allí rezan para que el plan entre en vigor, para que callen las armas, para que llegue la ayuda humanitaria y poder dar de comer a sus hijos aunque sea a cambio de su libertad. Mientras Netanyahu probablemente reza para que Hamás rechace el acuerdo, porque así tendría luz verde para completar su siniestro trabajo. No obstante, hay algunos puristas que están muy lejos de Al Masawi, por ejemplo, en Europa, también en España, que quieren ser más palestinos que los palestinos, y los animan a rechazar un acuerdo, que es sin duda —como hemos dicho— injusto, colonialista, y poco fiable, pero que no tiene hoy por hoy alternativa. ¿Qué pueden ofrecerles a los gazatíes a cambio de su rechazo? ¿Seguir muriendo hasta que se consiga algo mejor? ¿Y quién lo va a conseguir? ¿Quién puede detener a Netanyahu mientras tenga el apoyo incondicional de EEUU? Una posición maximalista, repetida en la historia, de superioridad moral de ciertas elites europeas que creen saber mejor que los oprimidos lo que es la opresión, y cómo los oprimidos deben resistir, aunque a ellos solo les oprima el pantalón vaquero, no va a ayudar en nada a los que ven desesperados morir de hambre a sus hijos. Apoyar a los palestinos es una obligación, pero decirles qué deben hacer, no es un acto de humanidad o de justicia, es un acto de soberbia. Por supuesto, las protestas deben seguir, tenemos que continuar elevando nuestra voz, ahora para que se permita a Hamás negociar unos términos menos abusivos del acuerdo, después —cuando entre en vigor— para que se respete estrictamente en todos sus puntos, finalmente —si se consolida— para cambiarlo por otro que lleve a la libertad completa del pueblo palestino, para que pueda vivir seguro y en paz en su tierra y conseguir un Estado independiente, libre, democrático, que incluya toda Cisjordania —sin asentamientos— y Jerusalén Este. Siempre, para denunciar el genocidio, los crímenes del gobierno de Israel, el asesinato masivo de civiles, mujeres y niños, por el que sus autores deberán pagar algún día en nombre de la justicia y la dignidad humana. Solo la determinación de la sociedad civil, solo nuestros gritos, nuestra presión, nuestra firmeza en rechazar lo intolerable, pueden obligar a nuestros gobiernos a moverse para pararlo. Hay que conseguir que España, que toda Europa, rompa las relaciones políticas, diplomáticas, culturales, comerciales y económicas con Israel. Un boicot total hasta que paren esta carnicería y devuelvan sus derechos al pueblo palestino. Lo que el plan de Trump propone no es la paz, es solo un alto el fuego, no puede haber paz sin libertad y sin justicia. Los palestinos seguirán luchando por ella, y nosotros seguiremos apoyándolos. Pero no podemos olvidar que acabar con el régimen de apartheid de Sudáfrica —que empezó el mismo año en el que se proclamó el Estado de Israel— costó 30 años desde las primeras manifestaciones contra el régimen supremacista y desde sus primeras exclusiones de las competiciones deportivas internacionales, a mediados de los años 60, hasta el boicot total que cambió las cosas en los 90. Esperemos que en esta ocasión sea mucho más rápido. Pero seguro que no va a ser este mes, ni este año, ni mientras Trump esté en el poder, ni aun después de una forma inmediata tal vez. Por eso, sin parar nuestras protestas, no hay alternativa a apoyar la entrada en vigor del plan de Trump —por mucho que nos disguste— para tratar de salvar la vida de decenas de miles de personas, también de niños, condenados a morir por el único y terrible hecho de ser parte del pueblo palestino. La primera condición para disfrutar de los derechos humanos, políticos, sociales, o económicos, es estar vivo.

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