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Indispensable, pero al borde del colapso

Hace cinco años, en los meses más oscuros de la pandemia, la sociedad entendió lo que significaba la limpieza profesional . Aquella imagen de la trabajadora desinfectando el micrófono en el Parlamento después de cada intervención se convirtió en símbolo de un sector esencial que trabajaba en primera línea sin descanso. En los hospitales, en los comercios, en los transportes públicos, en las oficinas… La limpieza se convirtió en el contrafuerte para la seguridad y la salud colectiva. Se nos aplaudía, se nos reconocía. Aquel esfuerzo silente, heroico y constante de los profesionales del sector, que antes pasaba desapercibido para muchos, cobró protagonismo. Pero cinco años después, ¿qué queda de aquel reconocimiento? Honestamente, poco. Hemos vuelto a ser invisibles, quizás no para la sociedad, pero sí, al menos, para la administración. La pandemia dejó una lección clara: sin limpieza, no hay seguridad, no hay salud y no hay continuidad en la actividad económica. Sin limpieza no hay riqueza. Sin embargo, en cuanto la emergencia pasó, también desapareció el valor que se nos daba. Hoy, las empresas de limpieza profesional siguen siendo ninguneadas por las administraciones públicas y ahogadas por políticas que, lejos de fortalecer los servicios esenciales, los ponen en riesgo. La realidad es que el sector se enfrenta a una asfixia progresiva. Se incrementa el Salario Mínimo Interprofesional sin atender a las consecuencias económicas para las empresas. Se pacta una reducción de jornada sin contar con la voz de los empresarios que deberán asumirla. Se mantiene una Ley de Desindexación que impide actualizar los precios de los contratos públicos, condenando a muchas empresas a trabajar en condiciones insostenibles. Y mientras tanto, la administración sigue abusando de los medios propios, en detrimento de un sector que da empleo a medio millón de personas en nuestro país. Todo esto tiene consecuencias. Si las empresas de limpieza siguen viéndose obligadas a asumir cargas que no pueden soportar, los concursos públicos quedarán desiertos. Los servicios empeorarán. Y, como siempre, los más perjudicados serán los trabajadores y los ciudadanos, porque la limpieza profesional no es un lujo, es una necesidad. Las decisiones políticas no pueden tomarse de espaldas a la realidad del sector. No se puede exigir más sin garantizar las condiciones para que las empresas puedan ofrecerlo . No se puede hablar de servicios esenciales y al mismo tiempo adoptar medidas que ponen en peligro su continuidad. Hace cinco años, los políticos nos aplaudían, hoy nos ignoran. Pero no vamos a quedarnos en silencio. La limpieza profesional merece respeto, reconocimiento y, sobre todo, políticas que permitan su sostenibilidad. Es hora de que se nos escuche.

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