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Cuando la oscuridad revela la verdad

Cuando la oscuridad revela la verdad
En Gaza, hace casi dos años que no hay electricidad estable. Allí, el apagón es total: de la luz, del agua potable, de los medicamentos, de la ayuda humanitaria. Y a esa oscuridad se suma una violencia constante Hace apenas unos días, un apagón de menos de veinticuatro horas dejo a oscuras a millones de personas en España, Portugal y Francia. Bastó un fallo eléctrico —un simple paréntesis en nuestra vida moderna— para que las ciudades se paralizaran, los hospitales se vieran en apuros y la angustia recorriera nuestras calles. Un parpadeo en el sistema, y la fragilidad que escondemos bajo la apariencia de seguridad quedó al descubierto. La reacción fue inmediata: portadas alarmadas, declaraciones de emergencia, mecanismos de solidaridad vecinal improvisados en las grandes ciudades. Porque aquí, en Europa, la luz es un derecho adquirido. La electricidad es parte esencial de la dignidad cotidiana. Y cualquier interrupción de esa normalidad se vive como una amenaza existencial. Pero ¿qué ocurre cuando esa oscuridad no dura unas horas, sino años? ¿Qué ocurre cuando la oscuridad no es una anomalía, sino el escenario permanente de la vida? En Gaza, hace casi dos años que no hay electricidad estable. Allí, el apagón es total: de la luz, del agua potable, de los medicamentos, de la ayuda humanitaria. Y a esa oscuridad se suma una violencia constante: bombardeos, drones de vigilancia, disparos contra civiles, destrucción sistemática de escuelas, hospitales y refugios. La diferencia no es solo de duración. Es una diferencia de responsabilidad. Aquí, el apagón fue un accidente técnico. Allí, un acto político deliberado, una herramienta de asfixia. Y Europa no es una espectadora inocente. Mientras Gaza se consume en la oscuridad más absoluta, los gobiernos occidentales ofrecen a Netanyahu legitimidad política, apoyo militar, diplomático y complicidad económica. Cada contrato de armas firmado con Israel, cada euro transferido, cada silencio diplomático en los foros internacionales, es una contribución a su máquina de exterminio. ¿Se imaginan que hubiera sucedido lo mismo con el régimen de Putin? En la agresión de Rusia, Europa se situó rápidamente al lado de la víctima. En la agresión de Israel, del agresor. Nada importarán las resoluciones de la ONU o de los tribunales de justicia internacional. Hace tiempo que no se había vivido un divorcio tan profundo entre la clase política y capas importantes del resto de la sociedad.  Esta semana precisamente en Bruselas varios eurodiputados de los Verdes-ELA organizamos unas jornadas internacionales para mostrar esa fractura y analizar el significado de lo que ocurre en Gaza. Se escuchó a la relatora especial de la ONU en los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, representantes de entidades de derechos humanos y expertos en derecho internacional como Noura Erakat, Olivier Corten, Sahar Francis Sahar, Omer Shatz, Ahmed Abofoul, Raji Sourani. También historiadores como Illan Pappé o Raz Segal, testimonios sobre el terreno: el cirujano Ahmed Mograbi, la médico Tanya Haj-Hassan o la enfermera Imane Maarifi. La conclusión fue clara y rotunda. Gaza es víctima del crimen más atroz de nuestros tiempos: un genocidio de manual. El encuentro tenía un precedente que sigue vivo: los Tribunales Russell. En los años 60, frente a la masacre de EEUU sobre Vietnam, un grupo de escritores, juristas y otros expertos decidieron alzarse frente la pretensión de ocultar los crímenes cometidos bajo la retórica de la guerra fría. Aquellos tribunales éticos no tenían fuerza coercitiva, ni ningún gobierno o ejército detrás. Pero sí algo que hoy, más que nunca, necesitamos recuperar: la autoridad de la conciencia, la fuerza de la verdad y la convicción de que cuando los poderes callan, y la legalidad se convierte en una máscara de arbitrariedad e injusticia, la sociedad civil no solo tiene el derecho, sino el deber, de actuar. Hoy toca recoger ese legado, volver a levantar ese tipo de tribunales simbólicos, para nombrar el crimen, juzgar moralmente a los verdugos. Porque sabemos que toda resistencia empieza por la palabra. Y que la justicia internacional avanza demasiado lentamente, prisionera de equilibrios de poder que nada tienen que ver con el derecho. Sí, es cierto hay resoluciones, un proceso penal, una orden de detención y otras medidas cautelares. Pero no es suficiente. No solo se debe señalar a los responsables criminales en Israel, sino también a sus cómplices de Washington, Londres, París, Berlín o Bruselas. Y a la vez reclamar acciones concretas como un embargo total de armas a Israel o la suspensión inmediata de todos los acuerdos comerciales para romper ese vínculo criminal entre unos y otros. Cada gobierno europeo debe decidir. O actúa para frenar el genocidio. O carga con la mancha histórica y jurídica de haberlo permitido. El gobierno español, o el irlandés, a diferencia del resto, han dado pasos valientes en lo político y diplomático. Entre ellos, reconocer el Estado de palestino o reclamar la suspensión de los acuerdos comerciales de la Unión Europea con Israel. Pero aún es insuficiente - como señala la periodista Olga Rodríguez - en lo económico o militar. No se ha impuesto un embargo real de armas, las importaciones continúan en parte, a pesar de los anuncios oficiales, y no se han roto aún todos los lazos materiales con el régimen de Netanyahu. La desautorización del ministro Grande-Marlaska, y la orden para rescindir el contrato de compra de 15 millones de balas a una empresa israelí, deja el camino expedito para llegar a ser algún un día plenamente coherente con los principios declarados. El gobierno español tiene la obligación moral de ponerse al frente, como bastión del progresismo europeo, de ese cambio necesario de actitud en Europa. Hasta que ese momento no llegue, los ciudadanos europeos deben seguir movilizados. Con esa intención, este viernes la Flotilla de la libertad zarpó de Malta con ayuda humanitaria rumbo a Gaza. Los gobiernos mandan armas a Netanyahu, los ciudadanos, medicamentos y alimentos a sus víctimas. Ese era el mensaje. La respuesta fue inmediata. Un ataque de Israel con drones en aguas internacionales. Otro crimen de guerra. Gaza vive en un estado de emergencia todos los días. Y a diferencia de nosotros, no puede confiar en que alguien restaurará la luz. No basta con conmovernos ante nuestra propia fragilidad o lamentar el horror a distancia. La oscuridad que nos rozó durante unas horas en Europa debe ser recordada como algo más que un incidente. Debe ser el espejo que nos obliga a mirar hacia Gaza y reconocer nuestra responsabilidad. Porque la verdadera noche no es la falta de electricidad: es la indiferencia, o aún peor, la colaboración, ante el crimen. Lo advirtió Saramago en Ensayo sobre la ceguera: no hay peor ceguera que la del que ve y no quiere mirar. Esa ceguera blanca, epidémica, que despoja al ser humano de su empatía y convierte al otro en cifra, en bulto, en residuo. Europa ha elegido no ver. Y mientras esa ceguera persista, Gaza seguirá ardiendo ante nuestros ojos. No hay mayor derrota que la de quienes dejan de mirar. Ni apagón más obsceno que el de la conciencia. Nuestra tarea, como europeos, como seres humanos, es no volver a encender nuestras luces sin recordar la oscuridad permanente en la que viven los palestinos. Contribuir a ponerle fin. Mantener encendida la llama de la solidaridad. Y luchar para que nunca más esa oscuridad sea el destino de ningún otro pueblo.
eldiario
hace alrededor de 15 horas
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