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La caída

Durante años dominó el cotarro con mano de hierro . Sus gritos fruto de su eterno mal humor alcanzaban los rincones más lejanos de su imperio. Nadie osaba contradecirle y todos conocían sus alardes lúbricos de auténtico depredador, su saliva espesa y corrosiva de peligroso baboso profesional. Silenciaban sus trapacerías infectas porque sus estómagos dependían de sus mercedes, de sus caprichos. Quizá cuchicheaban atemorizados mientras vigilaban sus espaldas temiendo algún chivatazo que les condenase al ostracismo, a la muerte civil, a la miseria del atroz ninguneo. Y tragaron. Vaya si tragaron. Imagino que pensaban, refugiados en sus moradas, acaso corroídos por el arrepentimiento, lo de «me callo porque ahí fuera hace mucho frío…». Todos en Hollywood, paraíso de las estrellas... Ver Más

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