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La caída del Imperio

El tren salía a las siete de la tarde de la estación central de Kiev y llegaba a las ocho de la mañana a la estación de Kiev en Moscú. Eran 13 horas para recorrer los 800 kilómetros que separan las dos ciudades. Corrían los primeros días de agosto de 1990 cuando mi mujer y yo nos subimos al expreso nocturno que nos iba a llevar a la capital de la Unión Soviética. El billete era para un compartimento de cuatro literas. Lo compartíamos con un matrimonio catalán. Viajar en ferrocarril es almacenar imágenes que se quedan grabadas como postales. De aquel trayecto, recuerdo estar absorto frente a la ventanilla, contemplando la interminable y vasta llanura ucraniana. La noche fue... Ver Más

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