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La extrema derecha nos saca de quicio

La extrema derecha nos saca de quicio
Feijóo ha adelantado que el eslogan del próximo congreso del PP sería “Más España menos impuestos”. El PP, alejándose así de la corriente central del centroderecha europeo, se apuntaría a la ola ultra en la que los impuestos serían el gran invento de la deriva socialista de las democracias de la posguerra La ofensiva de la extrema derecha en todo el mundo no es algo episódico o coyuntural. Es una respuesta elaborada y articulada a escala global con la que se busca dar una respuesta radicalmente distinta a la que se venía formulando desde el establishment de la democracia establecida desde Roosevelt y su New Deal (en Estados Unidos) y desde la Europa de 1945 y la puesta en práctica de las ideas de Beveridge, que condujeron a la formulación básica de las políticas de bienestar. En este sentido, la ofensiva radical conservadora pretende sacarnos del quicio natural en que la democracia se fue asentando. Una democracia en la que no solo se elegía a quienes nos gobernaban, sino que pretendía contrapesar con políticas sociales efectivas una economía de mercado que, por su propia naturaleza, es competitiva e inequitativa. Así se logró construir un sistema de convivencia y de bienestar que, con todos sus vaivenes y erosiones, ha llegado hasta hoy. La extrema derecha incorpora una nueva gramática a las distintas versiones que hemos ido conociendo de los sistemas democráticos. Desde mi punto de vista las posiciones de Trump, Orbán, Milei, Meloni y otros líderes en el mundo, tienen características diferenciales con las ideologías estatistas y autoritarias que atribularon a Europa y al mundo en la primera mitad del siglo XX, aunque desprendan todo el aroma de revancha. No atacan a la democracia como tal, sino que buscan una formulación de la misma limitada a un estado de derecho en el que la igualdad genérica ante la ley justifique la radical desigualdad social. Atacando, en este sentido, a la democracia entendida como garantía de igualdad y de dignidad del conjunto de ciudadanos. Es una igualdad formal y homogeneizadora, que, por tanto, rechaza cualquier mecanismo de atención a la diversidad o rechaza las políticas redistributivas de inclusión y equidad. Solo hace falta ver el furor con que Trump y sus acólitos atacan todo lo que tenga que ver con la trilogía DEI (Diversidad, Equidad, Inclusión) De alguna manera retoman los viejos postulados liberales en los que se afirmaba que todos nacemos iguales, pero que los más espabilados triunfan y los necios y menos capaces fracasan. Es la evolución natural de las cosas, afirman. Luego, los que no han conseguido mejorar, piden ayuda, pero aceptar tal demanda implica alterar el principio de igualdad natural en el que se fundamentan. El argumento de la justicia social es, desde esa perspectiva, una patraña construida para compensar injustamente a aquellos que no han sabido utilizar con habilidad la libertad de que disponían. La desigualdad está así legitimada ya que es la otra cara de la moneda de la libertad. La libertad para ganar o la libertad para perder. De ahí el encono con que se atacan los impuestos. Feijóo ha adelantado que el eslogan del próximo congreso del PP sería “Más España menos impuestos”. El PP, alejándose así de la corriente central del centroderecha europeo, se apuntaría a la ola ultra en la que los impuestos serían el gran invento de la deriva socialista de las democracias de la posguerra. Un artificio que trataría de compensar injustamente lo que la libertad de cada quién (la libertad negativa de la que habla Timothy Snyder) ha alcanzado. Para la radicalidad ultraliberal los impuestos son un robo que solo favorece a los intermediarios de las administraciones públicas, a los políticos corruptos y a los perdedores. Un artificio confiscatorio que afecta a los ganadores y que solo genera dependencia de los perdedores. Si no hay redistribución habrá conflicto, pero las “fuerzas del orden” sabrán actuar con la necesaria autoridad y garantizarán que los ganadores sigan ganando. Ese conjunto de ideas, para nada nuevas, nos retrotraen (con motosierra, influencers y criptomonedas como elementos modernizadores) a los tiempos predemocráticos en que se confundía la desigualdad y la miseria con la libre voluntad de aquellos que, pudiendo ser ricos y felices, acababan en la pobreza y la servidumbre por sus equivocadas y propias decisiones. Estos postulados conectan ahora con una multiplicidad de sujetos que no acaban de ver la conexión entre la realidad en la que viven y los ideales democráticos que siguen alimentando discursos y promesas gubernamentales. Su reacción es más fruto del desencanto y la frustración entre expectativas y realidad que de una meditada decisión sobre adonde nos va a llevar esa oleada reaccionaria y antisocial. Necesitamos un cambio de escenario, ya que el periodo de múltiples transiciones que atravesamos no permite esperar un periodo de gran desarrollo generalizado y equitativo. Las instituciones democráticas representativas han de ser capaces de reforzar su fuelle participativo para responder a la ofensiva radical de la extrema derecha liberal. Una ofensiva que, como decía Primo Levi en sus memorias defiende la desigualdad y consagra el privilegio. Solo con más implicación popular, con más participación comunitaria podremos defender el suelo democrático conseguido con grandes esfuerzos a lo largo de muchos decenios. La democracia ha sido siempre una mezcla de participación, de igualdad y de mejora de las condiciones de vida para todos. La respuesta a la ofensiva que nos quiere sacar de quicio es más y mejor democracia. Una democracia enraizada.
eldiario
hace alrededor de 9 horas
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