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La ley de la gravedad

La ley de la gravedad
Al final, podría ser que el calor, propiciado por el cambio en los patrones climáticos, fuera realmente lo más grave. Porque, visto desde cerca o desde lejos, da pistas sobre el futuro que nos espera Ocurren a nuestro alrededor cosas graves. Gravísimas. Y muchas. Se hace difícil, entre tanto mal, establecer una jerarquía de la gravedad. Si consideramos la vida humana como el valor supremo, no hay nada comparable a lo que ocurre en Gaza (y en Sudán del Sur, y en Ucrania, y en Etiopía, y en Haití: la lista podría hacerse casi interminable). Lo más grave serían, por tanto, las guerras, encabezadas por las que muestran rasgos de genocidio. Sigamos. La mayor potencia planetaria parece aspirar a la condición de república bananera. No por pobreza, sino porque su gobierno practica con fruición la corrupción y la cleptocracia, ensalza la mentira, glorifica la fuerza y trata de destruir las instituciones (Parlamento, judicatura, prensa libre) que suelen identificarse con la civilización y la convivencia pacífica. Donald Trump (“aquí están mis aranceles; si no le gustan, tengo otros”) interpreta una parodia barata de Groucho Marx, con perdón del gran Groucho. Y qué decir de Elon Musk, que ya no está pero sigue estando: un megabillonario misántropo, receptor de cantidades ingentes de fondos públicos, ciego de ketamina, pastillas estimulantes y calmantes y propenso a ocasionales excesos de éxtasis y hongos alucinógenos, se ha encargado supuestamente de “poner orden” en las cuentas de Estados Unidos. Mientras su jefe, Donald Trump, se ha ocupado de desordenarlas aún más aumentando déficit y deuda para que los ricos sigan gozando de más y más rebajas fiscales. Es muy grave que la primera potencia, la que influye directamente en casi todos los ámbitos de las vidas humanas, haya emprendido esa ruta directa hacia el caos, dinamitando de paso las frágiles normas que rigen la convivencia internacional. También es gravísimo, sin embargo, que Rusia, el país más extenso del planeta, con el mayor arsenal de armas nucleares y con una temible experiencia en la llamada “guerra híbrida”, practique sin disimulos una agresiva política neoimperialista. La (por ahora) segunda potencia mundial, China, no ofrece ningún consuelo. Su presidente, Xi Jinping, va convirtiéndose paso a paso en un dictador vitalicio al estilo maoísta y acumula unos poderes nunca vistos desde Mao Zedong. La hibridación de una economía capitalista con un régimen comunista (en el que el partido, al igual que bajo el soviético Josif Stalin, tiembla ante el líder supremo) no ha generado el menor atisbo de libertad. Dentro del rango de la máxima gravedad podríamos situar también la falta de cohesión y la extrema lentitud burocrática de la Unión Europea, enfrentada a enemigos internos y externos, agobiada por el auge de las fuerzas reaccionarias y xenófobas, encaminada a un futuro (la Agenda 2030) que, condenado por la realidad internacional, dejó de existir hace tiempo. Ocurre, sin embargo, que lo más grave siempre es lo más próximo. Ya saben: nos preocupa más un incendio en nuestra calle que un maremoto en Asia. Y el deterioro de las instituciones españolas resulta alarmante, porque adquiere a marchas forzadas el aspecto de las tragedias irreversibles. Sobre las culpas del Partido Popular (desde la “policía patriótica” hasta ciertas cruzadas judiciales, desde el cinismo sublime de personajes como Mazón hasta la corrupción pura y dura) ya tenemos sobradas noticias. Sobre las culpas del Partido Socialista (desde la mezquindad del extremeño Miguel Ángel Gallardo hasta la inquietante “fontanería periodística” de Leire Díez, desde la grosería del dúo Ábalos-Koldo hasta la conflictiva relación de Pedro Sánchez con la verdad) vamos informándonos a diario. Siendo realistas, no cabe esperar que todo esto se dignifique. Rige, decíamos, una ley de la gravedad que prioriza lo más cercano. Y lo más cercano, ahora mismo, es el calor. No ha terminado la primavera y ya sufrimos temperaturas tórridas. Hablamos del calor. Nos preocupa el calor. Cualquier otra cosa (el horror de Gaza o el brote psicótico del imperio americano, el sonambulismo de la Unión Europea o la degradación política española) se pierde lejana en el horizonte. Al final, podría ser que el calor, propiciado por el cambio en los patrones climáticos, fuera realmente lo más grave. Porque, visto desde cerca o desde lejos, da pistas sobre el futuro que nos espera.

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