cupure logo
quetrumpespañaquédellaslospormalpara

La siguiente batalla cultural de Trump

La siguiente batalla cultural de Trump
Tenemos servida, para los próximos meses, la próxima batalla cultural: la de las fuentes de energía. En España estamos viendo constituirse una coalición entre quienes, como Trump, se oponen frontalmente a la extensión de las renovables (como Vox), junto a quienes arrastran los pies (como Podemos) y quienes ponen piedras en el camino (como el PP) Cuando yo fui a la universidad, hace 20 años, todas las asignaturas de economía empezaban con el mismo quejumbroso lamento. España era un gran país, con un talento extraordinario y algunos sectores punteros en el mundo. Además, la sociedad española había hecho un esfuerzo titánico para ponerse a la altura de la modernidad en un tiempo récord. Si el resto de Europa había tenido 50 años para subirse al tren del siglo XXI, España lo había hecho a toda prisa, entre el final de la dictadura y el ingreso en la UE. A principios de la década de los 2000, éramos un país comparable a los de nuestro entorno. Pero teníamos un problema, un ancla que lastraba nuestra economía y que nos predestinaba a caminar para siempre a una velocidad reducida: España no tenía fuentes de energía propias. No teníamos gas, ni petróleo, y el carbón de las minas asturianas era menos calorífico y más caro que el que se extraía en otros países. Estábamos condenados a importar combustible para hacer funcionar la economía y aquello era una lacra. La balanza de pagos –la relación entre las importaciones y las exportaciones– siempre iba a tener un resultado negativo, porque desde el día 1 teníamos que pagar el recibo de la luz extranjera. Por eso nunca seríamos un país rico, como los nórdicos, como los alemanes. Por más que nos esforzásemos en ser mejores, nuestra economía siempre estaría disminuida por el peso de las importaciones de electricidad y de petróleo. Hoy vivimos en un país distinto. España tiene una de las posiciones más privilegiadas del mundo para producir energía renovable. No solo fotovoltáica, en la que ya somos unos de los países que más parte produce de su pool eléctrico, sino también eólica y mareomotriz. De ser un país dependiente de terceros, vulnerable a las tensiones geopolíticas y a los shocks de precios, nos encaminamos a la soberanía energética, a la descarbonización y hasta hemos llegado a ser exportadores netos de energía. Dicho mal y pronto, nos ha venido Dios a ver con las energías renovables. En el momento en el que más lo necesitamos, además. Como estamos comprobando estos días en carne propia, las consecuencias más temibles del cambio climático ya están aquí y las temperaturas de los veranos se están volviendo insoportables en muchas ciudades. Si queremos que la vida de la gente siga siendo buena, en los próximos años vamos a tener que hacer una inversión muy importante para extender los sistemas de refrigeración a todas las viviendas y a parte de los espacios públicos también. Y esas infraestructuras van a requerir mucha más energía. Hoy entre las personas que están pendientes de la evolución de las emisiones de CO2 se respira un ambiente de cierta euforia contenida. Como explicó hace unos días el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, las renovables se han convertido en una tecnología casi siempre más barata, más rápida y más eficiente que las energías fósiles, y esto está abriendo una ventana de oportunidad para la humanidad, la posibilidad de evitar lo peor del cambio climático. Es precisamente esa posición cada vez más indiscutible y más hegemónica la que ha abierto otra ventana de oportunidad para esos partidos que quieren ir sistemáticamente contra cualquier idea de progreso, de avance colectivo o de solución posible porque les interesa que la gente siga pensando en matar o morir. Por eso el máximo exponente global de esta corriente, Donald Trump, está usando estas primeras semanas del verano para poner en todas nuestras pantallas la que será su próxima batalla cultural después de la inmigración y los aranceles: la energía renovable. De esto iba, en gran medida, su viaje relámpago a Europa la semana pasada. Trump se desplazó hasta el último rincón de Escocia, donde lleva una década luchando una batalla personal para que el gobierno retire una planta eólica que, afirma, arruina las vistas desde uno de sus campos de golf: “Ves estos molinos de viento por todas partes,” dijo Trump nada más bajar del avión, “arruinando vuestros hermosos campos y valles y matando a las aves, y si están clavados en el océano, arruinando los océanos.” Después de repetirle la misma cantinela al premier británico y a la presidenta de la Comisión Europea, arrancó en la negociación un acuerdo con el único objetivo de humillar el compromiso de la UE con las renovables: Europa compraría 750.000 millones de dólares en “gas, petroleo, combustible y generadores nucleares” americanos. Para rematar la agenda, el presidente de EEUU ha anunciado esta semana una batería de medidas destinadas a imposibilitar los proyectos eólicos y solares en terrenos públicos y fondos marinos. Los proyectos de generación energética serán evaluados según la cantidad de energía que generan en relación con el espacio que ocupan, una métrica muy desfavorable para las energías renovables. Así que ya tenemos servida, para los próximos meses, la próxima batalla cultural. Al hilo de todo esto, en España estamos viendo constituirse una coalición entre quienes, como Trump, se oponen frontalmente a la extensión de las renovables (como Vox), junto a quienes arrastran los pies (como Podemos) y quienes ponen piedras en el camino (como el PP). No voy a entretener el argumento de que existe un conflicto entre lo “natural” y lo “artificial” o entre los intereses del mundo rural y los intereses del mundo urbano. Quien quiera tener ese debate primero tendrá que demostrar que la agricultura es el estado natural del medio rural, o que las zonas rurales no viven de la misma economía que se produce en las ciudades (y de las transferencias de renta). Les voy a comprar la idea de que las renovables representan una quiebra con la tradición de este país. Efectivamente, la energía renovable es una brecha con la tradición de déficit de la balanza de pagos de la economía española. Si sabemos utilizarla, podría ser también una superación de la tradición de los bajos salarios y las condiciones laborales de miseria. Un punto y aparte con esa economía que emitía tanto CO2 que nos ha dejado un mundo invivible. Y, quién sabe, quizás también una ruptura con el miedo a no tener un planeta que les podamos dejar a nuestros hijos.
eldiario
hace alrededor de 19 horas
Compartir enlace
Leer mas >>

Comentarios

Opiniones