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Los pacifistas que no se "alegraban" de la paz

Los pacifistas que no se "alegraban" de la paz
Con la misma coordinación y agresividad con que hace dos semanas arremetían todos a una contra la flotilla, ahora cargan contra “los activistas” bajo la ignominiosa acusación (que no necesita demostración, basta con que lo digan ellos) de que la paz de Trump nos jode y estamos todos deseando que reanuden los bombardeos De los creadores de “Israel tiene derecho a defenderse”, “Hamás usa a los palestinos como escudos humanos”, “Reconocer al Estado de Palestina no sirve de nada” o “La flotilla es un viaje de instituto”, llega a sus pantallas una nueva entrega: “Los activistas por la paz no se alegran cuando llega la paz”. Fue anunciarse el acuerdo de alto el fuego en Gaza, y salir en tromba una legión de columnistas en la prensa de derechas acusándonos, a quienes nos manifestamos contra el genocidio, de no mostrar “alegría” por el final del genocidio: según ellos, los “activistas” estamos fastidiados porque Trump haya parado la matanza, deseamos íntimamente que la tregua salte por los aires, rezamos para que siga un poco más el genocidio y así poder presumir un ratito más de superioridad moral. El resumen es: mira cómo los palestinos bailan en las calles de Gaza celebrando la paz, mientras sus defensores en España callan o ponen pegas al acuerdo, menudos miserables. Como respondiendo a un toque de corneta, todos han escrito el mismo artículo con pequeñas variaciones. Aquí una muestra espigada de la prensa de este fin de semana, cada frase de un autor diferente: “La noticia ha perturbado profundamente a muchos políticos y periodistas progres”; “Almas bellas tan comprometidas con el dolor del pueblo palestino que esperaban que durase un poco más, lo justo para (…) hacerse la última foto con la pañoleta al cuello y el puñito en alto”; “Esto no venía en vuestros manuales de activismo; allí se os enseña que la paz se impone a golpe de batucada”; “Mala suerte: la guerra ha terminado”; “A la gente que lucha por la paz en Gaza le ha venido muy mal, sobre todo, que la haya”; “Ya es mala suerte que al cabo de un mes de movilizaciones (…) Hamás apenas haya tardado una semana en aceptar el trato sin atender a los rectos y sabios consejos de Belarra, Urtasun o Colau”; “A la izquierda más radical (…) y su batucada constante de causas justas, la actualidad internacional le ha pasado por encima como un camión de mercancías lo haría por encima de una liebre despistada”; “¿Y ahora qué hacemos con el embarguito?”… Solo es una muestra, tengo más pero no quiero amargarte el lunes. Con la misma coordinación y agresividad con que hace dos semanas arremetían todos a una contra la flotilla, ahora cargan contra “los activistas” (así, en genérico) bajo la ignominiosa acusación (que no necesita demostración, basta con que lo digan ellos) de que la paz de Trump nos jode y estamos todos deseando que reanuden los bombardeos. Eso de tener que mostrar públicamente “alegría” recuerda a aquellos tiempos en que si no “condenabas” el terrorismo eras cómplice del mismo. De aquellas exigencias de condenas (que nunca eran suficientes) a estos imperativos de celebración: si no estás dando saltos de contento en redes sociales, artículos de prensa o manifestándote en la calle, eres sospechoso de desear que el genocidio continúe. ¿Merece la pena responder? Explicar que algunos celebramos por supuesto cada vida salvada y el regreso de los rehenes, pero no podemos “alegrarnos” del fin de un genocidio que no ha cesado: hoy no morirán palestinos por disparos o drones pero sí por heridas, enfermedades no tratadas, hambre y falta de lo más básico en un territorio inhabitable por mucho tiempo. O que tampoco podemos “alegrarnos” de que el mismo plan que detiene las bombas consagra la impunidad, la injusticia y el sometimiento neocolonial de los palestinos. No, no merece la pena. Porque frente a nuestra falta de “alegría” está el jolgorio de quienes festejan la paz, sí: pero dándole la vuelta a su argumento, podríamos pensar que no se alegran por las vidas salvadas ni por el fin de la matanza, sino porque les permite dar un “zasca” al activismo y al gobierno. Si es así, vaya mierda de alegría.

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