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“Miénteme, dime que me quieres”

“Miénteme, dime que me quieres”
La clase política aún mayoritaria en la UE, la adherida a la democracia liberal, ofrece a los jóvenes un futuro de vivienda inalcanzable, de cambio climático, de migraciones masivas, de empleo destruido por la automatización y la inteligencia artificial. Es el legado que dejan. Es la derrota del progreso Permitan, por favor, que salte por encima del albañal. La inmundicia sistémica aflora de vez en cuando, para recordarnos lo que hay y para que chapoteen, felices en su salsa, esos inefables personajes de vodevil cutre. “Los españoles no podemos tolerar la corrupción como algo normal”. No sé si podemos, pero la corrupción en torno a los fondos públicos y las instituciones es sin duda algo normal en España. La frase entrecomillada, por cierto, la pronunció José Luis Ábalos en 2018. Al espectáculo bochornoso que ofrece estos días el PSOE se añaden los dirigentes del PP y de Vox, enarbolando la bandera de la pulcritud. Ellos, precisamente ellos. Seamos realistas: existen demasiadas razones para desconfiar de la política, de la judicatura, de la policía y del periodismo. Sin embargo, hay que seguir conviviendo en este puñetero país. Y eso implica simular que la cosa no es tan grave. El ejercicio de restricción mental resulta relativamente fácil: la cosa no es tan grave porque lo son mucho más los rasgos de un futuro cada vez más cercano. El futuro que irrumpe ya en el presente son los Trump, los Putin, los Milei, los Orban, los Bukele. El futuro es el sistema disfrazado de antisistema. ¿Por qué? Porque el progreso, y no me refiero al progresismo sino a los ideales de libertad, justicia y solidaridad, lleva años de fracaso en fracaso. Cabe aplaudir a un gobierno, como el de Pedro Sánchez, que sube el salario mínimo hasta los 1.184 euros mensuales. Ocurre, empero, que el salario medio ronda los 1.900 euros (brutos y en 14 pagas): lo mínimo y lo medio andan muy cercanos. Cabe aplaudir a un gobierno que mantiene en crecimiento el Producto Interior Bruto, porque peor sería que decreciera. Ocurre, empero, que el PIB es cada año menos fiable como retrato de la economía real. Hay dos cosas fundamentales (ya dijimos que saltábamos por encima del albañal) que uno puede reprocharle al actual gobierno: impuestos y vivienda. Ni se ha intentado seriamente una reforma fiscal que grave más a los más ricos y menos a los menos ricos, ni se ha intentado que el ciudadano medio pueda dormir bajo techo sin dejarse la vida y la cartera en el intento. La respuesta a esos reproches es bien conocida: eso ocurre en todos los países desarrollados, y si ocurre en todas partes será porque no se pueden cambiar las cosas. Volviendo atrás un par de párrafos, así se explica el fracaso del progreso. El fracaso de la libertad, la justicia y la solidaridad. La reacción (entendida como la libertad del zorro en el gallinero, la injusticia y el egoísmo) no conoce, en cambio, tantos impedimentos. Para la reacción no hay límites. El neoliberalismo, que en el siglo XXI ya no tiene que ocultarse bajo eslóganes tontorrones como “la libertad de elegir” y adopta sin complejos la encarnadura del neofeudalismo y el autoritarismo (insisto: orillamos la corrupción, por escandalosa que resulte), esgrime un proyecto: como viene demostrando Donald Trump, aún queda mucha civilización por desmantelar. “Miénteme, dime que me quieres”. ¿Recuerdan aquella célebre frase (que en ningún momento se dice literalmente) de la película “Johnny Guitar”? La clase política aún mayoritaria en la Unión Europea, la adherida a la democracia liberal, ofrece a los jóvenes (a los jóvenes que no heredarán un buen patrimonio, se entiende) un futuro de vivienda inalcanzable, de cambio climático, de migraciones masivas, de empleo destruido por la automatización y la inteligencia artificial. Es el legado que dejan. Es la derrota del progreso. Los “nuevos políticos” tienen la ventaja de saber mentir cuando dicen “te quiero” y cuando dicen que el cambio climático no existe, que las migraciones pueden frenarse, que los pobres son vagos, que con las criptomonedas cualquiera puede hacerse rico y que todo lo demás, incluyendo la vivienda, tiene fácil arreglo: basta con que el líder se convierta en dictador. Quizá si yo fuera joven caería en manos de quienes mejor mienten y prometen que el futuro volverá a ser de nuevo grandioso. Quizá (quiero pensar que no) participaría incluso, siendo hombre, de esa vaga nostalgia neomachista que añora los antiguos privilegios, cosa bastante explicable, y se extiende por buena parte de la juventud masculina. Pero tengo la suerte de no ser joven. Es triste decir eso.
eldiario
hace alrededor de 13 horas
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