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La política del narcisismo y el despecho

La política del narcisismo y el despecho
Con algunos representantes públicos demasiados proclives al victimismo y al narcisismo, el despecho funciona como perfecta salida a la frustración, y se contagia de arriba a abajo a toda la sociedad La política es también, como todo en esta vida, una sucesión de encuentros y desencuentros, amores y desamores, acordes y desacuerdos. Lo novedoso de este tiempo en el que vivimos es que sus protagonistas son tan narcisistas que ventilan sus pasiones y diferencias a la vista de todos y con el ojo puesto en el espectáculo y nunca en la institucionalidad, el conjunto de reglas formales y normas de conducta que también han de cumplir los que nos gobiernan. Algo muy poco televisivo, ustedes comprenderán, porque no permite que un representante público se salga tanto del guion como para, por ejemplo, limpiarse la nariz con la bandera o salirse de una reunión formal porque un homólogo haya cometido el sacrilegio de hablar en una de las lenguas del Estado que no sea el sacrosanto español. El casticismo pop de Isabel Díaz Ayuso, cercada por los problemas legales de su pareja y la gestión de las residencias en pandemia, no es compatible con la moderación, la institucionalidad y la buena educación. Pero sí es muy adecuado en estos tiempos en los que pedimos a los políticos que tengan “lo que hay que tener”, esto es, un impulso sin freno ni dirección relacionado con los genitales masculinos pero que también puede adornar a las políticas mujeres como Ayuso. Christopher Lasch escribió en 1979 La cultura del narcisismo, que profetizaba el ensimismamiento, el egoísmo y el culto a la inmediatez de una sociedad centrada en el individuo, que dificulta el desarrollo de valores como el civismo, el compromiso intergeneracional y la solidaridad. No es un fenómeno nuevo pero en esta época ha alcanzado un grado tan alto que ya no admite ni la sátira. Lo pensaba esta semana después de ver “Mountainhead”, la nueva película, muy entretenida pero algo superficial, escrita y dirigida por Jesse Armstrong, el creador de “Succession”. Los protagonistas son cuatro multimillonarios tecnobros fácilmente reconocibles por el espectador, obsesionados por el dinero, la IA, el biohacking (la necesidad de sacar todo el rendimiento posible al propio cuerpo), las redes sociales y el transhumanismo e incapaces de ver y tratar a la población mundial como seres humanos. Tiene mucha gracia pero no es suficiente en un mundo en el que estamos viendo (y sufriendo) esos comportamientos en la vida real. La prueba es el reciente y sonado divorcio entre el hombre más rico del mundo y el presidente de EEUU que ha tenido lugar en la red social X, para deleite de todos. Hay muchas capas en este encontronazo esperpéntico (habría que pagar una fortuna a Valle Inclán por la cantidad de veces que hemos usado ese adjetivo en la última semana): contratos millonarios para la NASA y Defensa, intereses muskianos en renovables y coche eléctrico, millones de dólares gastados en financiar campañas y perdidos en acciones de Tesla, el déficit público de EEUU y hasta las drogas que consume Elon Musk pero, en realidad, todo se reduce a testosterona, egos desmesurados y despecho. Como bien resumió Musk en su red social, “Such Ingratitude”. La RAE define despecho como la “malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad”. Ahí está todo lo que define el momento político actual. Con algunos representantes públicos demasiados proclives al victimismo y al narcisismo, el despecho funciona como perfecta salida a la frustración, y se contagia de arriba a abajo a toda la sociedad. Todos nos convertimos en Elon Musk tuiteando a solas en la noche y clamando, “cuánta ingratitud”.
eldiario
hace alrededor de 24 horas
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