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'Mafia o democracia': lo que el lenguaje extremo revela sobre nuestra relación con la política

'Mafia o democracia': lo que el lenguaje extremo revela sobre nuestra relación con la política
El eslogan “mafia o democracia” no es sólo una consigna. Es un síntoma. Habla de un clima político donde las emociones han sustituido al argumento, y donde la palabra se convierte más en arma que en herramientaMafia o democracia Este domingo 8 de junio, una palabra dominará el espacio público español: mafia. No como parte de una investigación judicial ni en referencia a una organización criminal real, sino como centro de un lema político: “Mafia o democracia”, consigna elegida por el Partido Popular para movilizar a sus bases. Más allá del contexto inmediato, lo interesante es lo que revela esta elección desde el punto de vista psicológico y narrativo. Porque el lenguaje nunca es neutro. Cada eslogan activa un marco mental. Y cuando se recurre a una palabra tan cargada simbólicamente, lo que se busca no es solo comunicar, sino provocar, simplificar y movilizar. La psicología política ha documentado ampliamente el poder de los marcos dicotómicos en contextos de polarización. Según George Lakoff en 'Don’t Think of an Elephant' (2004), las palabras no sólo describen el mundo: lo estructuran. Las metáforas políticas definen nuestra manera de pensar, y los marcos dicotómicos (como “libertad o comunismo”, “mafia o democracia”) ofrecen claridad moral en contextos de incertidumbre. Estas estructuras binarias activan lo que Daniel Kahneman (2011) llama “Sistema 1”: rápido, emocional e intuitivo. En lugar de razonar en profundidad, el ciudadano responde con afecto, identificación o rechazo inmediato. Se acorta la distancia entre mensaje y acción. Se borra el matiz. Este tipo de lenguaje ofrece certezas en tiempos de ambigüedad. Y por eso resulta tan atractivo. Sin embargo, el uso continuado de estos marcos tiene efectos secundarios. Uno de los más visibles es lo que podríamos llamar fatiga emocional del ciudadano. Cuando todo es escándalo, nada escandaliza. Cuando cada semana se convierte en una crisis institucional, el umbral de atención sube y la sensibilidad baja. La repetición constante de mensajes de alarma genera desensibilización. Es un fenómeno vinculado a lo que la psicología llama habituación emocional: la respuesta a un estímulo negativo decrece cuando se presenta repetidamente sin consecuencias visibles. Como señala la investigadora Karen Stenner (2005), en contextos de sobreestimulación política, los ciudadanos no se radicalizan, sino que tienden a desconectarse o a buscar refugio en discursos autoritarios que prometen orden y simplicidad. La consecuencia no es solo apatía: es desafección. Cuando un partido opta por usar mafia como concepto central de su comunicación, no está haciendo una acusación jurídica, sino una operación simbólica. No se refiere a una estructura criminal específica, sino que resignifica la palabra para caracterizar al adversario político como ilegítimo, corrupto y antidemocrático. Esta táctica se ha analizado en estudios sobre la “deslegitimación del adversario” en campañas electorales (Jamieson & Waldman, 2003), donde se demuestra que la sustitución del debate político por marcos morales extremos refuerza la polarización afectiva y reduce la deliberación. El lenguaje no describe: etiqueta. Y una vez que todo es mafia, ¿qué palabra queda para describir un comportamiento realmente mafioso? El efecto final de esta estrategia es paradójico: al aumentar la intensidad del mensaje, se reduce su eficacia. Es lo que Neil Postman llamó “amusing ourselves to death”: una era donde el exceso de estímulos convierte lo importante en entretenimiento y lo urgente en rutina. En comunicación política, esto se traduce en saturación. La ciudadanía ya no distingue entre la alarma real y la exageración retórica. Como en las series que agotan cada giro dramático en su primer capítulo, todo parece excepcional… hasta que deja de importar. El eslogan “mafia o democracia” no es sólo una consigna. Es un síntoma. Habla de un clima político donde las emociones han sustituido al argumento, y donde la palabra se convierte más en arma que en herramienta. No se trata de negar el conflicto ni de evitar la crítica. Se trata de entender que el lenguaje moldea nuestra relación con la política. Y que una democracia fuerte necesita un vocabulario fuerte: no en volumen, sino en precisión. En tiempos de ruido, las palabras cuentan más que nunca. No porque escandalicen, sino porque, si no las cuidamos, dejan de significar.
eldiario
hace alrededor de 19 horas
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