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Por qué me gusta escribir de Trump (y a Juanlu, no)

Por qué me gusta escribir de Trump (y a Juanlu, no)
Después de haber estudiado y leído sobre el auge del autoritarismo en España y Europa en los años 30, veo cómo se desenvuelve el gobierno de Trump un día tras otro y me asombra. Sí, lo confieso, el asombro que siento es descomunal, casi como si acabáramos de nacer y estuviera descubriendo un mundo en el que aún hay cosas sin nombre Al contrario de lo que le ocurre al bueno de Juanlu, a mí me encanta escribir de Trump. Juanlu dice que está harto de hablar de él en la newsletter y en el podcast. A mí me ocurre lo contrario. Entendedme, el tipo concita casi todas las virtudes que me repugnan (Trump, no Juanlu). Es un machote, idolatra la ignorancia y tiene la sintaxis de un chaval de 12 años. Yo soy una mujer a la que le gusta pensar y me gano la vida componiendo frases desde hace más de 30 años. Aun así, algo tenemos en común. No sé qué, pero estoy segura de que si charláramos un rato encontraríamos algo (a veces me fascina el kitsch, quizá por ahí…).  Comprendo a Juanlu. Este tipo repugnante nos obliga a ocuparnos de él: dice estupideces que periodistas y científicos hemos de desmentir. Aprueba modificaciones legales que los tribunales deben anular. Es agotador. Pero es su forma de confundir a la gente hasta que no distinga los hechos de la ficción. Es decir, de convertirlos en los sujetos perfectos del totalitarismo, según el criterio de Hannah Arendt. En los últimos meses, Trump ha ido más lejos. Y en los últimos días, más aún. Juanlu está harto.  He llegado a la conclusión de que me gusta escribir de él (de Trump, no de Juanlu) por un extraño morbo intelectual. Después de haber estudiado y leído sobre el auge del autoritarismo en España y Europa en los años 30, veo cómo se desenvuelve el gobierno de Trump un día tras otro y me asombra. Sí, lo confieso, el asombro que siento es descomunal, casi como si acabáramos de nacer y estuviera descubriendo un mundo en el que aún hay cosas sin nombre. Punto por punto se repite lo que sucedió hace casi un siglo, como si se tratara, qué sé yo, de etapas de una vuelta ciclista, que se diseña y se ejecuta al milímetro hasta el final (ejem, salvo que haya un genocidio en curso).  En nueve meses, Trump ha cumplido tres hitos inconfundibles del autoritarismo: atentar contra la autonomía universitaria, cercenar la capacidad de maniobra de los empleados de la administración (con el arbitrario programa DOGE de Elon Musk) y modificar los distritos electorales en Texas para lograr ventaja en las elecciones de medio mandato que tendrán lugar el año próximo.  En los últimos días, pedalea más fuerte. El acelerón ha tomado pie en el atentado contra Charles Kirk, activista ultrarreligioso y, en fin, fanático de libro, asesinado en Utah. Su muerte es condenable y terrorífica para Estados Unidos, porque sus familiares y amigos sufrirán su pérdida de forma irreparable, en tanto que nadie se siente seguro ya de expresar su opinión en libertad.  Trump ha aprovechado para lanzar una amenaza a la izquierda: según él, hay una red organizada para asesinar, pese a que el gobernador de Utah (donde ocurrió el atentado) ha dejado claro que el asesino actuó en solitario. Pero los hechos dan igual. Lo importante es avanzar en el odio al oponente hasta lograr su expulsión de los espacios públicos.  El sentido performativo del funeral de Kirk en Phoenix era cristalizar todo eso: lo que se enterró allí fue la tolerancia liberal. En las 12 horas de sobrecarga emocional del evento, la viuda dijo que perdonaba al asesino y Trump, que odia a sus oponentes y no les desea nada bueno. Literal. No es una contradicción. La viuda de Kirk hizo lo se espera que haga una buena esposa cristiana. Trump hizo lo que se espera de un hombre fuerte, incluso los cristianos. La fusión de religión y política llegó al paroxismo. Para el instigador del fallido golpe de Estado del 6 de enero de 2021 el mensaje es claro: barra libre contra el adversario político.  Para cumplir otra etapa contra la libertad de expresión, Trump amenazó a la cadena ABC por unas palabras de su monologuista Jimmy Kimmel. Lo denigró primero en público, acusándolo de falta de talento: eso también lo hemos visto, sembrar el odio para deshacerse con más facilidad del oponente. La cadena lo echó a la calle.  ¿Cómo no asistir perpleja a todo esto? Escribo sobre Trump para explicarme cómo es posible que veamos esta rueda en marcha otra vez, la historia reviviendo ante nuestros ojos, y que nadie pueda hacer nada… Ah, un momento. Alguien está haciendo algo.  Anteayer 400 artistas de EEUU firmaron una carta para protestar por la censura a Kimmel, entre ellos Meryl Streep, Tom Hanks, Jamie Lee Curtis, Jane Fonda, Robert De Niro, Ben Affleck. ¿Ves, Juanlu?, también nos da alegrías. Horas después de publicarse la carta lo han reintegrado a su puesto. En esta etapa ciclista, Trump ha tenido que modificar el recorrido: sucede cuando la gente alza la voz. Y no hace falta esperar a un genocidio en curso.

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