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Predecir la muerte

Predecir la muerte
Sabemos perfectamente lo que sería ideal si de verdad quisiéramos cuidar nuestra salud física por encima de todo y darnos la posibilidad de alargar un poco nuestra vida. Si no lo hacemos, es porque no queremos realmente, porque la salud psíquica también es importante Llevo un tiempo leyendo sobre las posibilidades que la IA nos va a ofrecer muy pronto para poder calcular qué enfermedades vamos a desarrollar en los próximos veinte años basándose en nuestra genética, nuestros hábitos y alimentación, el lugar donde vivimos y todas las informaciones que pueda usar sobre nosotros. Se supone que, con esto, nos van a hacer un favor porque descubriremos la probable causa de nuestra muerte a tiempo para hacer algo en contra y retrasar el momento.  Al principio una tiende a pensar: “¡Qué bien! ¡Es un gran progreso! Si estamos advertidos, podemos burlar a la muerte, al menos durante unos años más.” Luego pensamos: “Claro, siempre que se trate de muerte por enfermedad, y no por accidente, pongamos por caso. Pero de todos modos está muy bien saber por dónde nos va a fallar la salud, por dónde nos va a traicionar este cuerpo que somos.” Un poco después, si seguimos pensando, nos vamos dando cuenta de que, de hecho, la mayor parte de nosotros sabemos ya si hay enfermedades congénitas en nuestra familia. Todos hemos ido a médicos y controles donde en la anamnesis, nos hacen rellenar varias hojas en las que tenemos que contestar si en la familia ha habido casos de cáncer, diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, etc. También sabemos -a menos que vivamos en un desierto informativo- que fumar es malo para nuestra salud y que, si persistimos en el vicio, tenemos muchas posibilidades de desarrollar cáncer de pulmón y lo más probable es que vivamos unos cuantos años menos. No ignoramos que el alcohol no es saludable, todo el alcohol. Ya ha quedado científicamente demostrado que eso de “la buena copa de tinto al día” puede animarnos mucho psicológicamente, pero no le hace demasiado bien ni nuestro hígado ni a nuestro cerebro. Estamos advertidos contra los peligros de la grasa, de los alimentos ultraprocesados, del consumo excesivo de azúcar y harinas blancas… A pesar de ello, cada ciudadano -lógicamente- hace lo que quiere con su salud, come lo que le apetece, se da las mejores excusas que se le ocurren para seguir tomando cañas, whiskies, algún cóctel de vez en cuando, la copa de cava para celebrar, el bacon del brunch de los domingos, las hamburguesas cuando hay prisa, los fritos del bar, las tartas de cumpleaños, los churros con chocolate y otras mil delicias. Forma parte de la libertad de cada uno decidir si quiere vivir privándose de todo con la esperanza de alargar un poco más su vida o si prefiere seguir comiendo y bebiendo como siempre lo ha hecho, a pesar de que cada vez más en casi todos los medios de comunicación se nos hace sentir culpables por no hacer “lo mejor para nosotros”, por no vivir sanamente, por no hacer ejercicio diario, por no tener la disciplina necesaria para negarnos esos caprichos que nos hacen felices, pero son perjudiciales para la salud. Es decir, que sabemos perfectamente lo que sería ideal si de verdad quisiéramos cuidar nuestra salud física por encima de todo y darnos la posibilidad de alargar un poco nuestra vida. Si no lo hacemos, es porque no queremos realmente, porque la salud psíquica también es importante y a veces nos sienta mejor tomarnos un par de vinos entre amigos, sabiendo que no es sano, que tomarnos una botella de agua.  Para estar advertidos de ciertos peligros no necesitamos para nada la IA; y ahora nos dicen, como si fuera un gran logro, que gracias a la IA vamos a saber que no nos conviene fumar si no queremos morir antes de tiempo de cáncer de pulmón. También nos dicen que el diagnóstico de la IA puede ser más efectivo porque, si la IA te dice que, si sigues fumando, te quedan diez años, le harás más caso que si tu médica de familia te avisa de lo mismo, pero sin nombrar la fecha. No estoy demasiado convencida de que sea así, pero de lo que sí estoy profundamente convencida es de que todo eso no se hace por el bien de la ciudadanía. Me imagino que, en cuanto sea posible ese diagnóstico a largo plazo, lo primero que va a pasar es que las Aseguradoras ganarán mucho más dinero subiendo las pólizas a las personas que tengan más riesgo de desarrollar enfermedades graves y costosas en los próximos años. Me imagino que muchas empresas dejarán de contratar personal que tenga probabilidades de enfermar. Me imagino que habrá gente que rompa una relación antes de que se haga más profunda, por miedo a esa enfermedad que ya se vislumbra en el horizonte. O que decida no tener hijos con esa persona que probablemente vaya a morir quince años después -o que vaya a desarrollar diabetes, obesidad mórbida, tumor cerebral, esclerosis múltiple- por poner un par de ejemplos. Me imagino también que, para evitar el gasto “innecesario” de esas enfermedades futuras, se aprueben leyes que nos obliguen a vivir de acuerdo con las predicciones de las IAs, a riesgo de que la seguridad social no cubra enfermedades que podrían haberse evitado. Igual que sucede ahora, cuando alguien, en la montaña, hace caso omiso a las señales de peligro o se interna en parajes cuyo acceso está prohibido tiene que pagar los gastos del equipo de rescate en caso de accidente. Si la IA te ha dicho, por ejemplo, que no debes tomar dulces y lo haces, cuando te enfermes la responsabilidad será tuya y te corresponderá a ti pagar lo que cueste tratarte y eventualmente curarte. Tiene una cierta lógica, ¿verdad? Lo que no se considera es que las IAs no son divinidades y pueden equivocarse igual que los humanos que las han inventado y programado, que se las puede manipular para cumplir los deseos de ciertas empresas y grupos de poder; que estamos, una vez más ante un “progreso” que nos puede costar la libertad básica de llevar nuestra vida a nuestra manera y de no saber cuándo va a llegar nuestro último día. Porque esa es otra de las consecuencias -futuras, lo concedo- de todo este desarrollo: si llegamos a poder calcular con un alto grado de aproximación cuántos años de vida nos quedan, toda nuestra forma de entender el mundo, toda la construcción de nuestra sociedad, cambiará irreversiblemente. ¿Para qué va a seguir uno trabajando si sabe que no le quedan más que cinco años? ¿Para qué ahorrar sabiendo seguro que, en el tiempo que te queda, no vas a conseguir bastante para ese piso que deseas, ese viaje que llevas toda la vida queriendo hacer, para poder ayudar a tus hijos con sus estudios o sus planes? ¿Por qué seguir siendo disciplinado, trabajador, incluso amable con los demás, cuando sabes que a ti te queda menos de una década mientras que tu vecino llegará a los cien años? Los humanos necesitamos esa esperanza, esa incertidumbre de no saber cuándo vamos a morir. El pequeño engaño de que vamos a ser eternos -sabiendo que lo es- nos mantiene en marcha, nos impulsa a seguir haciendo planes, a imaginar un futuro largo y brillante en el que nos dará tiempo a envejecer con la persona amada, a conocer a nuestros nietos, a hacer el viaje soñado, a disfrutar de la jubilación… Si supiéramos seguro -gracias a esas maravillosas IAs- que todo eso no va a suceder, ¿qué pasaría? ¿En qué cambiaría nuestra sociedad? Merece la pena darle un par de vueltas y quizá actuar antes de que sea tarde y, como siempre, ganen los que quieren hacerse aún más ricos a costa de limitar nuestra dignidad y nuestras libertades.

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