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Sirat, camino del Oscar

Sirat, camino del Oscar
La película Sirat irrumpe en el panorama cinematográfico cuando el mundo surgido de la Segunda Guerra Mundial está siendo devorado de nuevo por los impulsos que fueron derrotados en aquella contienda‘Sirat’, de Oliver Laxe, representará a España en la carrera por el Oscar Sirat irrumpe en el panorama cinematográfico cuando el mundo surgido de la Segunda Guerra Mundial está siendo devorado de nuevo por los impulsos que fueron derrotados en aquella contienda y se abren una vez más las compuertas de la Historia a esa maldad capaz de aniquilar la razón y desatar el incierto y cruel Destino. Una realidad que pide ser contada bajo la forma desnuda de la tragedia, porque suyo es el lenguaje de lo que escapa a la voluntad de los hombres y pertenece a la fuerza del sino y porque, cuantos la viven, necesitan entender lo que percibe su instinto y tienen motivos para temer las mismas calamidades de siempre, de la mano de los mismos de siempre. Y así es como lo hace Laxe con Sirat, sin salirse un palmo de los cánones trágicos, de una forma seca y limpia, sin concesiones ni puntos de fuga, para contarnos su fábula con un desparpajo y una maestría sorprendentes en un país de autores cómicos, surrealistas o melodramáticos que no tiene tradición trágica, salvo aisladas y honrosas excepciones.  Primero, con su paisaje, que, como Pasolini, vuelve de nuevo al barro, al polvo y a las arenas ocres del desierto y a sus inhóspitas simas, donde se fraguaron los antiguos mitos. Allí donde Edipo se entregó a su destino, incapaz de apartarse ni un ápice de su Gólgota impío. Después, con un héroe y sus dos errores que lo llevarán a pagar su ceguera con un dolor más allá de lo humano: el primero, imponerse una tarea imposible como salvar a su hija de su propia y legítima autodeterminación, y el segundo, llevarse consigo a su otro hijo, aún bajo su custodia, exponiéndolo a los peligros del empeño e imponiéndose una carga que superará sus fuerzas.  A lo que hay que añadir los cantos y el coro. Esa música rítmica, constante, obsesiva y polivalente que canta el relato y que tanto vale para semejar latidos del corazón, como gritos de espanto, gemidos de plañideras o el rugido de los motores que mueven el rítmico baile enajenado, imprudente y escapista de las muchedumbres del coro, que apoya Laxe en el argumentario rave, uno de los hallazgos más deslumbrantes de los recursos que despliega en su obra. Y el Poder. El ejército y las armas, que se mueven en la trastienda de todo el relato, como el dios Marte, impulsando su avance y creando las condiciones que garanticen el destino fatal que merecen los errores cometidos y la disipación de los hombres. Destino del que no podrá salvarlos ni su buenismo inane y que aparecen y desaparecen Deus ex machina, en técnica tan propia de la escena clásica que tanto facilita el cinematógrafo. Y el desenlace, tan incierto como el Destino que rige con mano férrea el relato y que querríamos ver como un soplo de esperanza, cuando ésta es imposible en el orden trágico propuesto. Y es que ese tren, cargado a montón por la Humanidad entera, en la que se diluyen nuestros héroes, sin que lo piloten ellos y sin conocer su destino, sólo puede conducir al exterminio si es que somos capaces de no olvidar de dónde viene. Final que no deseamos pero que Laxe tampoco desea evitarnos explícitamente, para dejarnos en la más piadosa y honesta de las incertidumbres. Y para terminar en las formas y junto al sonido, unas imágenes cautivadoras en su continuada y sobrecogedora belleza, como las maravillosas arquitecturas talladas por el agua y el viento en la roca cortada de los precipicios, que remiten a la Grecia fundacional anunciando la catástrofe o los faros en la noche suspendidos en la nada o los caminos imposibles colgados del abismo, de los que diría Kangding Ray, el arquitecto sonoro de las raves de la película, que “queríamos que pudiera verse el sonido y oírse la imagen” (El País, 12/08/25).  Una concepción, propósito, visión, técnica, talento y logro general, que hacen de Sirat una emoción que nos golpea alarmante y devastadora y una película cercana a la obra maestra. Y, de Laxe, el mejor director del cine español del momento y una promesa para serlo de los mejores del mundo. 

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