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Una lección de hipocresía en clase

Una lección de hipocresía en clase
Mandar a tu hijo a un colegio privado, mientras como político defiendes lo público, transmite una idea que por supuesto tiene una interpretación política: hay una educación mejor que la pública y, como tenemos recursos, se la estamos ofreciendo a nuestros hijos Mis padres me enviaron cuatro años a un colegio privado, pese a defender fervientemente la educación pública. Siempre que les he preguntado (y reprochado, no os voy a engañar) por los motivos de esa decisión han esgrimido la cercanía del colegio (podía ir andando) y las buenas referencias (tenía muy buen nivel educativo, al contrario que otro centro público que quedaba cerca de mi casa). Básicamente, pensaban que era la mejor decisión para mí en ese momento de mi vida, algo que en general motiva cualquier decisión parental. Mis padres, claro, no eran políticos ni servidores públicos. Los estándares morales o ideológicos de mis padres no influían en nada ni nadie, salvo en mí misma. Esa visión de la izquierda como algo necesariamente alejado de cualquier atisbo de lujo o bienestar es tan tediosa como absurda; por supuesto que un político de izquierdas puede comprarse una buena casa, un buen coche, un buen bolso, pegarse unas buenas vacaciones, una buena mariscada o hacer el pino puente en una playa paradisiaca de las Bahamas si lo hace con su dinero, pero creo que hay una excepción y esa es la educación. Solo con infinitos malabarismos se puede defender que, haciendo una defensa a ultranza de la enseñanza pública, algunos políticos opten por llevar a sus hijos a centros privados, sin importar qué metodología o ideología tengan.  Los que defienden el ideal de la educación pública, pero envían a sus hijos a escuelas privadas, a menudo se (auto)justifican diciendo que sus hijos son “casos especiales”. Y es perfectamente entendible mantener a tus hijos en un entorno educativo más seguro y personalizado, especialmente si esos niños se enfrentan al riesgo de una deleznable exposición pública. Es perfectamente entendible querer para ellos un entorno saludable, pero cuesta mucho creer que la elección de un centro privado se haga solo por razones relacionadas con la privacidad y no con la calidad de la enseñanza, no con la ratio de alumnos por aula, con las condiciones de las clases, con la calidad en la enseñanza de asignaturas como el inglés, con el material o la metodología.  Porque una cosa es evidente: cuando tu hijo estudia en un colegio público, tú tienes un interés personal en asegurar que esas escuelas tengan un nivel más que decente. Mandar a tu hijo a un centro privado transmite una idea que por supuesto tiene una interpretación política: hay una educación mejor que la pública y, como tenemos recursos, se la estamos ofreciendo a nuestros hijos.  En estos tiempos reaccionarios, de insistencia en la superioridad de las elecciones privadas, con comunidades como Madrid donde los centros privados superan ya a los públicos, donde se cede suelo público a lo privado sin mesura, la defensa de la educación pública como único ascensor social existente debería de ser mucho más elevada y consciente. Y su defensa no solo pasa por una convicción política, también moral si eres un político con acceso a la toma de decisiones y por supuesto también sometida al filtro de tu propia hipocresía. 

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