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Bienvenidos a la era de la 'política de rehenes'

Bienvenidos a la era de la 'política de rehenes'
Una vez más, se pide al votante que aparque sus problemas con los laboristas y salve a la nación de una alternativa peor. Cuando se pide constantemente a los votantes que tomen decisiones no sobre el tipo de gobierno que quieren, sino sobre el que no quieren, algo falla Llevamos menos de un año de gobierno laborista y ya estamos inmersos en otro ciclo de tácticas de miedo. Durante las elecciones generales, cualquier preocupación expresada sobre las políticas laboristas (o la falta de ellas) fue rápidamente acallada por la imperiosa necesidad de echar a un desastroso gobierno tory. Ahora en el poder, las preocupaciones se han vuelto a dejar de lado. No hay tiempo para el lujo del escrutinio de la rendición de cuentas, porque ahora el partido Reforma está subiendo y debe ser detenido. Una vez más, se pide al votante que aparque sus problemas con los laboristas y salve a la nación de una alternativa peor. “Un voto a cualquiera menos a los laboristas arriesga más caos bajo una coalición Farage-Tory”, publicó el partido laborista en su cuenta X a principios de mayo. “Vota laborista. Detened a Reforma”. Esto es política de rehenes. Cuando se pide constantemente a los votantes que tomen decisiones no sobre el tipo de gobierno que quieren, sino sobre el que no quieren, algo falla. Se mantiene cautivo al votante y se le presenta una serie de amenazas crecientes que sólo el voto laborista puede evitar. Las grandes ganancias de Reforma en las elecciones locales, como un dedo cortado en un sobre ensangrentado, son la prueba de que nadie va de farol. Vota laborista, detén a Reforma. Mientras tanto, no se puede hablar de la trayectoria de los laboristas en el gobierno hasta ahora, su recorte de las prestaciones por discapacidad, el subsidio de combustible de invierno, la preservación del tope de dos hijos, o el fracaso insoportable de su liderazgo para inspirar o esculpir una identidad clara. Se podría argumentar que Reforma ha sido, de hecho, un regalo para los laboristas, y no se equivocarían. Según informaciones, los laboristas de dentro “ven un resquicio de esperanza en el auge del Reformismo”, porque significa que el Gobierno puede aterrorizar a los votantes verdes a las puertas de sus casas y decirles: “Está bien si quieres votar verde, pero tendrás a Nigel Farage en Downing Street”. Con la extorsión como principio organizador de la política, lo que se tiene definitivamente, tanto si Farage llega a Downing Street como si no, es un sistema que no puede definirse como democracia. Y no es un fenómeno limitado al microclima particular de Gran Bretaña. En todo el mundo desarrollado, los partidos centristas están obteniendo malos resultados. Esto se debe a que tienen pocas respuestas a la disminución histórica de las perspectivas que estamos viendo en todo el mundo. Muchas personas son incapaces de asegurarse una vida en la que los derechos básicos –vivienda, empleo estable, ingresos decentes– estén garantizados. Las crisis del coste de la vida, el débil crecimiento económico, el estancamiento salarial, la disminución de la movilidad ascendente y la incapacidad de llevar una vida digna como la de sus padres están afectando con mayor dureza a las generaciones más jóvenes. Toda una cohorte de personas está entrando en la democracia participativa y dándose cuenta de que su futuro está cancelado. El resultado es una creciente y lógica pérdida de fe en el sistema. Las encuestas muestran que, entre los adultos jóvenes de Occidente, la satisfacción con la democracia está “cayendo más bajo y más rápido... que la de cualquier otro grupo”. El colapso financiero de 2008 produjo un sistema en el que la riqueza se concentró tanto que, en Estados Unidos, el resultado fue el “mayor aumento de la desigualdad de la riqueza en la historia estadounidense de posguerra”. En el resto de Europa, la austeridad agravó la desigualdad y redujo los servicios públicos. Las medidas políticas y económicas, desde la flexibilización cuantitativa que favorece a los ricos, hasta los recortes en el sector público que por su naturaleza afectan a las clases medias y trabajadoras, fueron todas decisiones que optaron por privilegiar a un conjunto de personas e instituciones en detrimento de otras. Y hoy, partidos como el laborista se empeñan en mantener el sistema que legaron esas decisiones, al tiempo que exigen a los votantes que lo estabilicen sofocando sus frustraciones y aspiraciones de una vida mejor. Aquí hay desprecio. La creciente retórica antiinmigración de los laboristas y su promoción de la prudencia fiscal, que no es más que austeridad con otro nombre, no son las políticas de un partido que hace lo que puede en circunstancias difíciles, sino de uno que toma decisiones ideológicas activas. En lugar de cambios, por ejemplo, en el sistema fiscal, y un compromiso para pensar de manera diferente sobre un paradigma económico que ha llegado a un innegable callejón sin salida, el laborismo mira la creciente ola de la política populista, se rasca la cabeza, y decide decir a los votantes que el populismo es el problema, no el mundo que lo creó. “El pragmatismo serio derrota a la política performativa”, zangolotea Keir Starmer. De acuerdo. Pero llega un punto en el que hay que preguntarse por qué la política “performativa”, algo que Starmer cree que es el sello distintivo de la derecha y la izquierda, le pisa los talones a menos de un año de su mandato. Lo mortificante es que sí, por supuesto, los partidos reformistas y de extrema derecha son peores. Pero los laboristas no sólo son cómplices, sino que contribuyen a que esas fuerzas estén en juego. Todo esto recuerda la advertencia en vísperas de la primavera árabe a los aspirantes a revolucionarios: habrá caos cuando se vayan los dictadores. Los dictadores se fueron y se produjo el caos. Pero la razón no es que desear libertad y dignidad sea malo. Durante demasiado tiempo se permitió que la mala gestión económica y la opresión política se acumularan en el sistema, sólo mantenidas unidas por la fuerza bruta del miedo y la incapacidad de imaginar o generar lo que podría venir después. Los autodefinidos guardianes de la estabilidad de hecho hacen inevitable la inestabilidad al no crear las condiciones para la aparición de otra alternativa viable y, de hecho, destruyéndola cuando amenaza con surgir. Pero el miedo sólo puede llegar hasta cierto punto. Y utilizar constantemente el miedo sólo para que las cosas sigan igual, en lugar de para que mejoren, es una estrategia peligrosa. Sólo demuestra que el gobierno no tiene nada que ofrecer. La gestión mínima de un modelo económico que hace tiempo que dejó de funcionar para demasiada gente, y en el que los votantes sienten que no tienen poder, sólo puede ir en una dirección: hacia una derecha desquiciada. Los laboristas pueden amenazar todo lo que quieran, pero al hacerlo pueden empujar a los votantes en esa dirección. A veces –y basta con mirar al otro lado del Atlántico para ver un escalofriante ejemplo de ello– las posibilidades potenciales en un caos que los votantes creen haber elegido son mejores que el estancamiento que creen no haber elegido. Un rehén que empieza a perder la esperanza de ser liberado alguna vez a veces asume un riesgo calculado y se enfrenta a su captor.
eldiario
hace alrededor de 9 horas
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