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El Madrid de Ayuso, el Madrid de Woody Allen

El Madrid de Ayuso, el Madrid de Woody Allen
Su Madrid, como el futuro Madrid inmortalizado por Woody Allen, es un significante vacío, un nombre bajo el cual sólo se ocultan datos de beneficio económico en una región inmensamente rica y desigual que se vende al mejor postor en lugar de protegerse Tengo una relación ambivalente con la obra de Woody Allen: me encanta Match Point, Misterioso asesinato en Manhattan me parece una gran película —y Manhattan también—, hay consenso en que Annie Hall es divertida e icónica. Pero detesto con todas mis fuerzas Medianoche en París, que me parece una colección de clichés sin gracia, quizá porque he vivido años en esa ciudad y tengo un apego particular a mi recuerdo, a mi cliché personal, aunque recuerdo verla antes de vivir en París, no después, y detestarla de todos modos. Fui tan dura que en Letterboxd, página web para documentar las películas que una ve, dejar reseñas y evaluarlas, le puse una sola estrella de cinco. En 2023, vi en el cine Un golpe de suerte, que es como otra versión de Match Point, pero sin gracia, sin estilo, con una trama ridícula, decisiones más que cuestionables, como si Allen estuviera tan mayor y alicaído como para convertir su capacidad creativa en una triste parodia de sí misma. Y no he entrado ni siquiera a hablar de su vida, que resume mejor el comentario que dejó sobre Un golpe de suerte, también en Letterboxd, Beatriz Sevilla: ojalá haber faltado a mis principios por una película, como mínimo, medio buena. Resulta ahora que el Gobierno de la Comunidad de Madrid ha comprometido 1,5 millones de euros públicos para financiar la próxima película de Woody Allen a cambio de que este meta la palabra “Madrid” en su título, ruede íntegramente en la región e incluya al menos un 15% de escenas en exteriores. No es algo nuevo, tampoco en España, porque ya fue el caso de Vicky Cristina Barcelona, financiada por la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento, que incluyó, sobre todo, las Ramblas, arquitectura modernista, el Park Güell: o sea, una cristalización de lo que la ciudad supone para un turista. ¿Qué significa una ciudad? ¿Qué significa habitar en un espacio? La inversión en Woody Allen es inteligente para un gobierno como el de Ayuso: se trata de usar a un cineasta célebre, pero que ahora pasa sin mayor pena ni gloria, como conducto para vender Madrid en tanto que fetiche, experiencia mercantilizada para quienes llenan los pisos turísticos sin licencia, vacían los barrios del centro y poco a poco más allá, llenan las terrazas de la zona de Sol y comen paella mala y cara, igual que se vende cualquier plaza, todo solar. No hay detrás una idea de Madrid, porque ese Madrid podría ser cualquier sitio: sólo existe la expulsión de las vecinas con tal de generar un mayor beneficio económico.  Si a Woody Allen le gusta algún lugar de España, ese lugar queda decididamente más al norte; me permito dudar de que posea alguna geografía sentimental de esta ciudad que no carece precisamente de representaciones cinematográficas. Puede ofrecer, a lo sumo, un pastiche: rodar en la Plaza Mayor, sacar un tablao de flamenco, presentar como objetos deseables los desechos de la turistificación. Lo que no rodará, desde luego, serán protestas vecinales o la acumulación de basuras, o los desahucios a quienes llevan viviendo en un mismo piso toda su vida y se ven en la calle por culpa de un fondo buitre; no rodará nada fuera de la M-30, quizás algún paseo simpático por Madrid Río, pero a Ayuso algo así no le importa. Su Madrid, como el futuro Madrid inmortalizado por Woody Allen, es un significante vacío, un nombre bajo el cual sólo se ocultan datos de beneficio económico en una región inmensamente rica y desigual que se vende al mejor postor en lugar de protegerse. Por culpa de la falta de fondos públicos, por su escasa financiación, la Universidad Complutense se ha visto en una situación de asfixia económica sin igual, valorando hace unas cuantas semanas que le resultaría imposible pagar las nóminas de sus empleados a no ser que pidiera un crédito. Las arcas públicas madrileñas parecen movilizarse más fácilmente para financiar un largometraje publicitario que para ocuparse de sus instituciones públicas, de la formación o cultura de los madrileños; no es sorprendente, en realidad, porque el propósito de un sistema es lo que hace. Isabel Díaz Ayuso no gobierna para los habitantes de su comunidad, sino para ensanchar los bolsillos de unos cuantos; es la misma lógica que impera cuando se talan los árboles de cualquier plaza con tal de instalar más espacio para terrazas.  En 2024, Madrid tuvo más de 23 millones de pernoctaciones, que a Ayuso deben parecerle pocas. Haga lo que haga Woody Allen con la ciudad, no será nada que se parezca al Madrid de Jonás Trueba o La virgen de agosto, un retrato cariñoso de los agostos en los que la ciudad se vacía y estructura en torno a tres fiestas de barrio seguidas, ni de las Vistillas de La reconquista; no será la Gran Vía de José Luis Garci, ni la periferia de Sueños y pan, ni la nostalgia recolectora de Madrid, Ext., ni la video-instalación Miradores que hace unas semanas proyectó Zuloark durante 25 horas sobre todos aquellos que miran a la ciudad. Sus películas sobre Nueva York funcionan precisamente por un motivo: porque se percibe que es una ciudad que ha vivido y en la que ama, aunque también de ella construya una ficción. El Madrid de Woody Allen, como el Madrid de Ayuso, será un Madrid visto desde ojos sin sentimiento. Será una cáscara vacía, un proyecto hueco, ni siquiera un falso chulapo o una invención del mito, con menos identidad que unas cañas: como en el poema de Dámaso Alonso, ¿qué hurto quiere Ayuso abonar con nuestra podredumbre? ¿Teme que se le sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de sus noches?
eldiario
hace alrededor de 10 horas
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