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El mito de los refugiados climáticos

El mito de los refugiados climáticos
El mito de los refugiados climáticos es otra alarma que debemos a la pereza intelectual que informa muchos de los debates que mantenemos sobre la inmigración, como demostramos aquí con datos de Senegal En este blog hablamos con cierta frecuencia contra los argumentarios prefabricados en torno a la migración, casi siempre simplistas ya sean alarmistas o buenistas. En los últimos años, la relación entre el cambio climático y la emigración ha ocupado un lugar destacado en el debate público y académico. La idea dominante ha sido contundente: el aumento de las temperaturas y la frecuencia de otros eventos climáticos extremos, como olas de calor, actúan como un potente “factor de expulsión” que empuja a las personas a abandonar sus hogares en busca de mejores condiciones de vida. Bajo este enfoque, un clima extremo se percibe casi como un catalizador automático de la movilidad humana, especialmente en regiones en desarrollo como el occidente de África subsahariana, donde los medios de vida dependen en gran medida de la agricultura y los recursos naturales. Esta visión, respaldada por teorías clásicas como el modelo push-pull, ha calado hondo en la opinión pública y en las instituciones internacionales. Se ha asumido que, ante la amenaza del clima, la emigración es una respuesta adaptativa lógica e inevitable. Así, el discurso sobre los “refugiados climáticos” ha ganado fuerza, dando por hecho que el calentamiento global desencadenará fuertes movimientos poblacionales, tanto dentro de los países como a través de fronteras internacionales. Sin embargo, en los últimos años, esta narrativa ha sido objeto de revisión crítica cuestionando la universalidad del vínculo entre calor extremo y migración. Dos hechos poco conocidos han surgido frecuentemente en la investigación más reciente. 1. El cambio climático genera también inmovilidad. Los datos muestran que la relación es mucho más compleja y depende de unos factores sociales, económicos y familiares que pueden, en muchos casos, limitar o incluso impedir la movilidad. En efecto, paradójicamente, las poblaciones más afectadas por el cambio climático no siempre son las que más se mueven. De hecho, la exposición a eventos extremos como olas de calor puede generar lo que se ha denominado “trampas de inmovilidad” que surgen cuando las personas carecen de los recursos económicos, las redes sociales o la capacidad física para migrar, quedando atrapadas en contextos de alto estrés ambiental. Por ello, lejos de ser un fenómeno universal, la migración inducida por el clima parece ser un comportamiento muy selectivo y estratificado. 2. Y si genera movilidad… es interna, pero no internacional. Cuando el calor extremo sí impulsa la movilidad, esta suele ser predominantemente interna, pero no internacional. Es decir, las personas tienden a desplazarse dentro de su propio país, buscando alternativas en zonas urbanas o regiones menos afectadas, antes que embarcarse en migraciones internacionales, que implican mayores barreras económicas, legales y culturales. Este patrón desafía la imagen simplista de grandes flujos transfronterizos y pone el foco en la adaptación local y regional. En el Instituto de Economía, Demografía y Geografía del CSIC estudiamos junto con Inmaculada Serrano y Welton Nascimento diversos aspectos de la migración senegalesa a Europa. Senegal ofrece un ejemplo paradigmático para analizar estas dinámicas. Se trata de un país con una larga tradición migratoria, tanto interna como internacional, y una notable diversidad climática: desde las zonas sahelianas del norte, propensas a sequías y olas de calor, hasta los deltas fluviales y las regiones costeras amenazadas por el aumento del nivel del mar. Utilizando datos retrospectivos de proyectos europeos como MAFE y MESE que ofrecen muestras de emigrantes y locales que no salen del país, estudiamos, entre otras cosas, cómo el calor extremo y el estrés hídrico influye en los patrones migratorios senegaleses dentro de Senegal, hacia África y hacia Europa. Los resultados son reveladores: solo los episodios de calor más severo (aquellos que superan en al menos dos desviaciones estándar la media histórica de temperaturas) aumentan de forma significativa el riesgo de migración, y lo hacen principalmente en el ámbito interno. En otras palabras, Europa no parece haber recibido hasta la fecha refugiados climáticos de Senegal. En el gráfico se ilustra cómo la exposición al calor extremo influye en la probabilidad de permanecer de migrar. Para ello, se emplea un modelo de supervivencia (Cox), ampliamente utilizado en estudios demográficos y epidemiológicos que mide el “riesgo” de que ocurra un evento (en este caso, la migración hacia fuera de Senegal [izquierda] o dentro del país [derecha]). Más en concreto, el concepto de riesgo aquí se refiere a la probabilidad instantánea de migrar en un momento dado según se esté expuesto a calor extremo en el año anterior o en dos años consecutivos, siempre considerando a las personas que no hayan migrado hasta ese punto. El gráfico revela que la exposición al calor extremo prácticamente no altera el riesgo de salidas de Senegal hacia el exterior. Sin embargo, cuando se ha estado expuesto a calor extremo en el año anterior, el riesgo de salir del lugar de origen con destino a otro departamento de Senegal aumenta de forma extraordinaria. Siendo esto cierto, cuando no se sale en el año posterior de exposición al calor, se entra en una trampa de inmovilidad y la perspectiva de salir decae por debajo de propia de un período climatológicamente ordinario. En síntesis, el calor extremo actúa como un detonante de movilidad interna de corto plazo, pero contra lo que se suele creer, no es un determinante de la migración internacional y en exposiciones largas tiende a generar, incluso inmovilidad. El trabajo de nuestro equipo en el IEGD-CSIC también confirma que la migración como respuesta al clima no es automática ni homogénea. Por ejemplo, la educación actúa como un capital portátil que facilita la movilidad, mientras que la propiedad de activos ancla a las personas al territorio. La familia, por su parte, también es un freno a la migración climática, ya que las responsabilidades de cuidado y la necesidad de coordinación dificultan la salida de los miembros del hogar. Todo ello, además de moderar las alarmas sobre los refugiados climáticos, muestra que es imprescindible elevar el perfil técnico del debate sobre la migración. Casi ningún prejuicio o maximalismo, ni a favor ni en contra es un buen punto de partida.

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